martes, 16 de febrero de 2021

El Cuesto, Los Pájaros y La Bomba

Vista de El Cuesto desde el comienzo de la calle de San Andrés



Empezamos hoy de paseo por la plaza del Cuesto, sitio en el que nos iniciábamos en los juegos de calle -los juegos siempre eran en la calle- los niños de Labradores y de las calles que recorreremos hoy. 


Como el espacio no estaba cementado, jugábamos a los juegos en los que la tierra era imprescindible para ello. Por ejemplo: las Islas, pequeños círculos entrelazados, con variadas dificultades (piedras, peña, etc.) en los que se iba clavando un pincho de hierro intentando no errar hasta llegar a la última. Si el clavo no quedaba hincado, vuelta a empezar. El Círculo, que consistía en una circunferencia trazada en el suelo, que se dividía en dos semicírculos, uno para cada jugador. Desde  tu parte clavabas tu pincho en la del adversario y con el pincho trazabas una raya, siempre sin mover los pies ni levantar el clavo, y esa parte marcada pasaba a ser tuya. Así, hasta que toda la superficie del círculo pertenecía a uno de los contendientes. El Quirio, trozo de madera dura como de 12 ó 14 centímetros, con punta en los extremos, al que desde un círculo, a golpe de una paleta de madera se alejaba lo máximo posible, ya que el  adversario pretendía introducir en el círculo tirando desde el sitio donde había caído. Si lo lograba, pasaba a posicionarse dentro y el de dentro se iba fuera. Al que defendía el círculo para que el quirio no entrara, no se le permitía utilizar el cuerpo, solo la paleta. En ese espacio pasábamos el tiempo con todos los juegos, socializantes como diríamos ahora, que no detallo, pues harían muy largo este relato. Así que, a caminar.



La casa que hace esquina con Labradores era la de Blas, que ahora recientemente levantada, es casa de apartamentos. Pero como la vimos en el primer paseo, pasamos de largo.


La siguiente vivienda pertenecía a Domingo Alonso “Chorín” y a su mujer, Encarnación Alonso, de la familia de los “Chis”. A uno de sus hijos le pusieron de nombre Alonso y, ¿cómo se llama? Pues Alonso Alonso Alonso, evidentemente, quien, ya jubilado, viene con frecuencia al pueblo. Encarnación y Domingo eran excelentes personas muy queridas por todos los vecinos, de lo que, como tal, doy fe. Domingo era “contrabandista”, se dedicaba a la Raya, única manera entonces de ganarse la vida honradamente, hasta que emigró a Francia. De él cuenta Miguel Rostán, sin dar nombres, una historia en su libro ‘Aliste al Trasluz’, que describe las penurias, a veces trágicas, de quienes a eso se dedicaban. La casa, que estaba construida con piedra vista,  tenía un saliente que utilizaban los dueños de cuadra para los cerdos y la burra. Cuando la reedificaron cedieron ese terreno al ayuntamiento y fue añadido a la calle. No sé cuál sería el acuerdo pero ganamos un bonito espacio. Tenían dos hijas, Angelines y Candelas, y, además del citado, otros dos hijos  de los que no recuerdo el nombre. 


A continuación hay una casa de pisos que  edificó Baldomero Alonso  sobre el solar de dos casas, una pertenecía a Francisco Gago “Carajo”. En la otra vivieron los padres de Baldomero y supongo que pertenecería a su abuelo Prudencio. Uno de los pisos es de Josefa García Villaseco, Doña Pepita, maestra que vino en compañía de su marido Fulgencio, Extensión Agraria, seguramente el mejor conocedor de la tierra y de gente Alistana. A su entierro asistieron gentes venidas de todos y cada uno de los pueblos de la comarca. Uno de los pisos que hoy es de Baldomero, dueño también de otro, era de María Rodríguez “la Santa” y de su marido Pedro Moreno Alcalde, bueno en el sentido Machadiano, alcarreño, guardia civil que dejó imborrable recuerdo y muchas amistades en Alcañices, en Villarino Tras La Sierra, donde le conocían por “el Cabichi” y en Mahide, pueblos en los que estuvo destinado. En la primera casa, cuando pertenecía al “Tío Carajo”, tuvieron vacas lecheras Modesto García y María Calvo.


Luego tenemos corralones y traseras, uno, de los herederos de Prudencio Prieto, otro de Manuel Gago y el siguiente de herederos de Bernardo Barros y de Juliana Gago. En parte de este último hay una casa de pisos de Sagrario Barros y Tomás Martín.

Al final, en el cruce con la Cortinona, tenemos una casa que perteneció a Genoveva Figueroa que ahora es de  su sobrina Jacoba Figueroa y a su esposo Manuel García. Viven en Donostia pero pasar temporadas en el pueblo.


Si empezamos por los números pares, la primera de la esquina pertenecía a José Argüello “Lecherín”. En la fachada a Labradores tenía un magnifico poyo de una gran piedra de granito, en el que el señor Manolo “el Chivo”, sacristán y el mejor campanero que se pueda imaginar (el Paganini de las campanas) tomaba el sol esperando y pensando en la Hora del Ángelus para deleitar a los parroquianos con sus  conciertos. El edificio era panera, y cuadra. Nunca lo conocí habitado.


Lo siguiente es un pequeño edificio que creo que pertenecía a la familia de Pablo Carrión y Antolina Carrión, su mujer. También era panera y/o almacén. Ahora no sé quiénes son los  propietarios.

       

A continuación una casa de nueva planta que pertenecía a la familia de Tomás Cerezal “Pantomino”. La heredó su hija Bernarda quien, con su marido Pablo Martín  “Uzcudo”, la reedificó y vivieron en ella hasta su fallecimiento. Me parece que en la actualidad pertenece a una de sus descendientes. Allí vivió todo el tiempo que estuvo en la Villa un carabinero llamado Agustín con su mujer y la amplia descendencia que tuvieron. Ella era del pueblo de Santa Ana, coloquialmente Santanas; Agustín no sé si también era de allí. A esta familia se la conocía como “Los Santaneros”. La casa tenía entidad: la fachada estaba revocada de cemento y para acceder había escalones que daban paso a un portal con piso de lanchas de pizarra. Allí se juntaban las niñas vecinas a jugar.


La plaza hacía un retrancamiento que para conservar el mismo nivel de las casas tenía algo así como una plataforma sostenida por una pared de piedra. Era parecida a lo de ahora pero sin hormigón. Casi escondida en la esquina está la casa en la que vivía Manolo “el Chivo”, padrastro del que conocemos ahora por el mismo nombre. El Chivo toda su vida fue sacristán y campanero. Como campanero llegó a la perfección; de tantos años de oficio tenía las manos tan deformadas, que estaban incapacitadas para coger otra cosa que no fueran las cuerdas de los badajos. Quien  escuchó alguno de sus repiques es imposible que lo haya olvidado. Paulino García dice que en algún cajón tiene una grabación con sus toques. Sería impagable recuperarla. Hace algún tiempo escribí un relato para presentar al concurso de relatos de la Universidad de la  Experiencia, me dieron el segundo premio. Está  publicado por la Universidad Pontificia de Salamanca y se titula ‘Encuentro’. Cuenta un imaginario retorno a Alcañices de Manolo, que estaba en una residencia en Zamora, para despedirse de sus vecinos con un repique de campanas. 

Lo que había y hay hasta la esquina con San Andrés han sido y son paneras o corrales. La primera pertenece a Socorro Alonso y la que hace esquina es de Evaristo Gago.

 

En el tercer lado del Cuesto está el solar de lo que fue la casa de Martín Martín Piriz, “Martinico”, mi abuelo, es lo que sucede con las casas que se abandonan. Era una casona con vivienda, pajero y cuadra para el ganado, de la que queda la mitad de las paredes y la columna central  en la que se apoyaban las vigas. En ella vivieron generaciones de Gagos, Martines y Piriz, hasta que Francisco Campos, Antonia, su mujer, con su extensa familia y mi abuelo, se trasladaron a la calle Castropete. 


Contigua a la anterior había una construcción hecha con piedra vista, que servía de pajero a las dueñas, “las Obdulias”, quienes tenían su vivienda en la calle de la Bomba, al lado de José Ramos “Cotoví”. Es en ese lugar en el que ha construido una vivienda Santiago Rivas Gago, y allí pasa las vacacions con su esposa Luz.


Bajando hacia la calle de Los Pájaros, en la derecha hay dos pequeñas viviendas, deshabitadas desde hace mucho tiempo, y una pequeña cuadra. En la primera vivió algún tiempo Antonio Figueroa, “Golduras”, carabinero jubilado. La segunda era de la familia de Manuel Gago “Melujo” y allí vivieron sus padres. Manuel es actualmente la persona más longeva del pueblo con 103 años. Tenía un hermano que era empleado de Corcovado. Araba las fincas con vacas y hacía los surcos tan rectos que hacían perfectamente distinguibles las que él había labrado. Posteriormente sería Guardia Civil. La casa la ocupó más tarde una hermana que estaba casada con Alejandro Romero, procedente de Matellanes. Vivieron en ella hasta que se fueron para Avilés a trabajar a Ensidesa.


Ya en la calle de Los Pájaros nos encontramos con la casa donde vivían los hermanos “Caipiras”, Felipa, Rita y Cándido. Las dos mujeres estaban solteras, Cándido estaba casado en San Mamed  -“Sanamede”, como los alistanos  llamaban esa localidad- de donde era y vivía su mujer. Él siempre vivió con sus hermanas, circunstancia que no fue impedimento para tener una considerable descendencia. Con esta familia vivió desde pequeño Fermín, pero de ellos solo heredo el apellido. La casa era grande, tenía un portal con el suelo de pizarra donde Rita vendía entremozos a los niños, entre los que tenía amplia clientela. Por un rial daban más que las “Caldillas”. Además de vivienda tenía corral y cuadras para el ganado.


Seguidamente estaba la casa de Tomás Mezquita, carabinero jubilado, que vivía con su mujer y su hija Chon, única descendiente. Tomás era diabético y, ya muy mayor, tuvieron que amputarle las piernas. Cuando hacía buen tiempo lo sacaban a tomar el sol sentado en un sillón de mimbre; buen conversador, respetado y querido, la gente se paraba con él a echar una parrafada. Chon se casó con Eusebio Araujo Juan y  vivieron en la casa hasta que se trasladaron a Zamora. Desde entonces en la casa vivió con su familia Gonzalo Araujo Juan, “Gonzalito Mona”; el hijo de Gonzalo es quien vive en la casa.


Adosada a la anterior esta la que ocupaba, después dejar la que tenía más arriba,

Antonio Figueroa con Jacoba y la familia. En la actualidad está en ella su hija Pilar Figueroa Casado a quien acompaña, con la frecuencia que le permite su trabajo, una hija. La vivienda está totalmente remodelada.


Seguidamente la calle hace un retranque, un rincón, al que tienen acceso por la parte trasera las tres casas anteriores. Allí había una pequeña construcción, ahora derruida, que fue vivienda de varias familias. En mis recuerdos tengo a la de José “el Pardal” y la de José Ramos “Corín”. 

El primero, nacido en Alcorcillo,  llevaba ese apodo por estar casado con una hija de los “Pardales” ,quienes procedían de El Campillo y eran los encargados de las fincas y el ganado de Manuel Corcovado. José era muy fuerte. En ocasión de que en una subasta de robles lo llamaron para cortar y transportar los que unos participantes habían adquirido; tres, que tampoco eran cualquier cosa, se dispusieron a coger por la parte gruesa de un roble y él en la más delgada, para echarla al carro. Como no eran capaces de levantar la torada, les dijo: no valéis para nada, pasar vosotros  a la parte delgada. Él cogió  por lo más grueso, se echó la troza al hombro y la puso en el carro. Con  su familia se fueron para Valladolid. Después  de algún tiempo apareció en Alcañices como curandero y se estableció en el Disco Rojo.

José “Corín” vivió en la casa con su mujer, María, y los tres hijos que tuvieron. José era un incansable trabajador, muchos años segó él solo, a hoz, claro, el cereal del monte de Valmojado y llevó pastoreando desde Rabanales y San Vitero a la estación de Zamora, las ovejas que los tratantes compraban; o se iba en busca de trabajo a donde lo hubiera. Alguna vez recorrió los pueblos de Aliste con lobos cazados en ojeos, práctica corriente entonces, pidiendo la compensación. También le serví alguna jarrica de vino en la taberna de mis abuelos.

Anteriormente en esta casa vivió una familia de caldereros que trabajaban los utensilios de cobre y de latón, también lañaban cosas de barro. Vinieron a la Villa porque  uno de los miembros  estaba en la cárcel. Desconozco la causa. Formaban la familia el matrimonio y dos hijas, rubias y guapas; una fue novia de Manolo el del tío Juan el portugués, hermano de “Machaquito”. Fueron bien acogidos por todos los de la Villa, posiblemente se ganaron el respeto. Lo malo que tenían, al decir de la gente, es que comían setas, cosa considerada entonces como propia de brujas.


Haciendo esquina con el Rincón estaba la casa de Isabel “la Colela” y del “Cuco”.

A ella la recuerdo subiendo por el Cuesto con una botella debajo del mandil, camino de la taberna de Juan o de “Barricos” para llenarla. El “Cuco” era poeta y componía versos festivos para carnavales y otros festejos. Él se presentaba con estos: Soy natural de Alcañices/ y vivo en los barrios bajos/ en el número catorce de la calle de los pájaros./Allí viven, el Cuco, la Carriza y el Bubillo/ y un pájaro de colores que le llaman el Lorito. Le pusieron el apodo como consecuencia de que nació en el Majadalón, no porque cantara en un nido y pusiera en otro los huevos. La casa, que era de Mateo Gago “Mateín” la adquirió Jesús “Pulga” y ahora creo que pertenece a Baldomero Alonso, sobrino de Jesús.


Las dos siguientes eran de Encarnación “la Virgen” y de sus hijos, (¿alguien me puede explicar lo de la Virgen?) Jesús y Luis “Pulgas”. La sra. Encarnación era partera y asistió al nacimiento de la mitad de los niños del pueblo, a la otra mitad lo hizo la sra. Paulina, que también asistió a todos los bautizos de los niños que ayudo a nacer. La misión de las parteras en los bautizos era llevar una vela, la jarra con agua para acristianar y una toalla, generalmente de lino fino, para secar la cabeza al neófito. De Jesús “Pulga”, que tenía mente y lengua rápidas, he contado infinidad de anécdotas en otras publicaciones. A ellas me remito.


En la casa colindante vivió, hasta que se pasaron a la plaza de Ferreras,  la familia de los “Cartolas”, Manolo Prieto, Felipa, su mujer y sus hijos María y Pedro. 


La última vivienda de la calle era la de Santiago Gago “Gasparón” (que digo yo que por qué le llamaban “Gasparón”, ahora que recuerdo, también le llamaban “Santiagote”) su mujer, cinco hijas y Gaspar, único varón. La edificación era la tradicional de un labrador, vivienda, corral, cuadras y tenada. La fachada jabelgada de cal, una gran parra que la adornaba y una higuera. Santiago, que como todos los labradores iba los domingos a la iglesia de abajo a misa, las fiestas de botillo iba a la parroquia y acompañaba en el cántico a Manolo “Chivo”, en competición con el tío Perico y, a veces, con Manuel Muñoz. Santiago tenía una voz potente pero destemplada y alargaba mucho los finales, casi tanto como el cuello. Al  Chivo este intrusismo no le gustaba nada, se endemoniaba, y más o menos veladamente los maldecía. Les dedicaba la frase que repetía con frecuencia: “A ti te voy a cantar los oficios…” (funerales) y efectivamente, a Perico y a Santiago se los cantó.

  

A partir de aquí todo eran huertos. Ahora hay casas que están habitadas continuamente o solo por vacaciones. Enumero a los propietarios, quizás sobre o falte alguno, pero la memoria es lo que es: Ángel Gago, Jaime Gago, Francisco Figueroa, Gaspar Romero, y Ángel López Santiago. Ya en la Cara del Sol, Daniel García.


En la otra esquina, pasando la calle, vive Zulmira Afonso, portuguesa, maestra  reformada,  casada con un hijo de la propietaria de la casa que, como dicen por aquí, dio la espantada, su hijos rehicieron la vivienda y ahora la ocupa ella. Los propietarios en los tiempos que tratan estos escritos, eran Francisco Gago “el Tío Carajo”,  su mujer, viuda de un hermano, por tanto cuñada. La heredó una hija casada con Hidalgo Montenegro de estos a su hijo, de este a los suyos y a Zulmira. 


Dejo la Bomba y la Plaza de Pérez Marrón para otro día, que esto ya es largo.

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