sábado, 30 de septiembre de 2023

 

¡Quien es Dios!

 

                                    

         No piensen que este aparatoso  título es una tesis teológica o filosófica, se trata sencillamente de contar las repuestas que dio a las preguntas que le hicieron a una niña a la que estaban adoctrinando para recibir la primera comunión. Así que tranquilos que no es tan transcendente la cosa.  

        En aquellos oscuros tiempos en los de la creencia de que “la letra con sangre entra”, bueno, quizá la sangre no llegara al rio, pero sí que los castigos corporales eran los que primaban: largas puestas de rodillas, alguna que otra bofetada y, algún que otro coscorrón con el puño cerrado y el dedo corazón sobresaliendo  para que percutiera con fuerza sobre la pobre cabeza del indefenso aprendiente.

 

     Bien, pues en ese entorno, a una niña que contaría seis o siete años, el sacerdote que les daba la doctrina siguiendo el catecismo del padre Astete, le preguntó que quien era Dios. La niña, posiblemente influida por las conversaciones que oía en su casa, sin pensárselo dos veces, contestó: Corcovado y otros dos. La bofetada no se hizo esperar, pero la respuesta fue premiada con el paso a la historia,  quedando en el acervo cultural de la villa. La frase fue durante mucho tiempo repetida por todos, no tratando ridiculizar a quien la dijo sino como definición del estatus social  de quienes  eran entonces los que mandaban de verdad en la localidad, y que la niña tenía como los verdaderos, quizá sería mejor decir reales, dioses.  

 

            En el aprendizaje del catecismo había una parte  de difícil comprensión para las mentes infantiles, bueno, yo todavía le sigo dando vueltas, que además serbia para que los catequistas tuvieran la oportunidad de practicar la política para enseñar que mencioné al principio. O sea, coscorrón y tente tieso. Esta era aquello de preguntar al niño o niña asistente a la catequesis: ¿el Padre es Dios?, la contestación irremediable era sí padre; ¿el Hijo es Dios? evidentemente la  respuesta era, sí padre; y ¿el Espíritu Santo  es Dios? obviamente la respuesta también era, sí padre. Y luego venia la inevitable ¿entonces cuantos dioses hay? La rápida respuesta era: tres, pura lógica, que traía aparejada la consiguiente bofetada y la calificación subsiguiente, que nos podemos imaginar.

        A quienes la niña en la repuesta calificó como dioses eran: los Corcovado, apellido, no defecto físico, los España, “lagartos”, y los Calvo, “sapines”. Los primeros, que además de tener un molino harinero en Cerezal, posesión suficiente  para pertenecer a la oligarquía rural, eran los mayores terratenientes de la localidad. Los segundos, los lagartos, tenían distintas profesiones liberales: medico, abogado y droguería, además de posesiones e intereses en bancos y empresas que cotizaban en bolsa. Los terceros, “los sapines”, también tenían un molino harinero en Alcañices, eran los concesionarios de la distribución de la energía eléctrica en varios pueblos  de Aliste y tenían distintos negocios en la villa. Esto es una aproximación  a los bienes que poseían estas familias, por eso, en tiempos de carencias y hambruna de mucha gente de la localidad, no es raro que la niña decidiera que para ella esos fueran los dioses. Curiosamente  de los Corcovados no queda nadie en la villa, todos se fueron. Ninguno  de los España tuvo descendencia, aunque creo que uno si la tuvo pero no estaba vinculado al pueblo. Los  Calvo  si tuvieron descendientes y alguno de ellos sigue en la localidad.

         La misma niña, y también en la fase de preparación para tomar la primera comunión, fue protagonista de otra anécdota que se sigue recordando. Para la enseñanza del catecismo los sacerdotes que daban la clase y hacían las preguntas se ponían, bien por fuera o bien por dentro del corro que formaban los niños/as a quienes  estaban formando  para recibir tan importante sacramento. Desde su posición hacían las preguntas y respondían con un reconocimiento, un bien o una palmadita, aprobatorio si la respuesta era acertada o un castigo, habitualmente físico, acompañado del apelativo de burro o burra, si aquella era errada.   

          En esta disposición, el doctrinante le preguntó: ¿Cuál es el día más feliz de tu vida? La respuesta fue rápida y sincera: El día de la matanza. El docente que esperaba otra respuesta, quizá más adecuada a la situación pero no tan sincera, quedó  tan desconcertado  que no aplicó castigo alguno. En cambio los compañeros neocomulgantes reaccionaron con una ruidosa carcajada. En ese punto se dio por terminada la clase. El docente quedo tan desconcertado que no acertó con otra manera de solventar la situación. La niña había manifestado su verdad, el día de la matanza, o mejor dicho, los días de la matanza no se iba a la escuela, se jugaba mucho y se comía bien, ¡que rica aquella chanfaina! Es que, como decía un gran actor español, ¡lo primero es lo que va delante!

         ¿A que era verdad que esto no tiene nada que ver ni con teología ni con filosofía?

                                                                  Saludos


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