sábado, 30 de enero de 2016

Tal cual




Tamatit, que así parecía que se llamaba, llegó a la villa  en los amenes del invierno, ya cuando la gente prepara los aperos de trabajo y espera con ilusión la feria del Cristo como disculpa para airear las ropas, comer una cazuela de pulpo y  adquirir los árboles que, como renovación de la vida, van a plantar con  el deseo de fruta nueva y fresca. Es en ese periodo del año  cuando la esperanza, la  ilusión y el anhelo son más fuertes en las gentes, y en la villa levítica eso son cosas que forman parte intrínseca de sus soñadores habitantes.

 Pues de ese tiempo es esta historia.

Como el Crispín de los Intereses Creados Tamatit llegó sin Leandro, se hospedó en la mejor posada  y con el anuncio de que posteriormente llegarían las piezas del mecano, empezó a crear la trama de su comedia. En los bares de la villa  extendió las redes. Siempre esplendido, tanto en hacer invitaciones como en la promesa de pagar salarios inimaginables en la comarca. Lo  primero que hizo, después del anuncio de las faraónicas obras que tenía como misión  realizar en la zona, fue contratar a Modesto como secretario personal, con la misión de  introductor, informador y relaciones  con el entorno. Este trabajador, que estaba empleado en una empresa constructora de  ámbito comarcal, como buen conocedor  del Estatuto de los trabajadores,   anunció en tiempo y forma la rescisión de su  contrato laboral,  se convirtió en el portavoz y ojeador de la   empresa. A Ignácio, que el primer sábado de la estancia del empresario compartió con Modesto y Tamatit unas copas por los bares, gran conocedor del terreno, lo contrató como  encargado general de obras.

Como para los vehículos, mulas y demás acémilas que la innominada empresa iba a utilizar, necesitaba garajes  y cuadras, los dirigentes se pusieron en contacto   con Paco, quien puso a  disposición los locales que poseía y se comprometió a realizar las gestiones para procurar todos los que fueran precisos, incorporándose de inmediato al staff empresarial. Ignácio, que entendía de albañilería, se encargo de contratar a los obreros y dirigir las obras precisas para el acondicionamiento de los locales a las necesidades de la empresa. Otro Paco, que como tenía carencias de visión y no podía realizar ni trabajos de campo ni de oficina, se incorporó como encargado de la recluta de todos los recursos humanos necesarios para los futuros trabajos, ya que frecuentaba los establecimientos hosteleros, que eran los sitios donde  más fácilmente se podía encontrar a los trabajadores.

Tamatit  no poseía vehículo propio, así que, aconsejado por el staff de la empresa, se puso en contacto con Agustín, taxista de la villa levítica, con quien contrató los servicios de su taxi a tiempo completo, con disposición total, en exclusiva.  O sea, con  sueldo fijo  y kilometraje aparte. Agustín, por mandato del empresario, para tener un sitio de contacto cercano, céntrico y fijo, se estableció  en el café de la plaza con plena disponibilidad. Los viajes más frecuentes  eran a los pueblos de la comarca en los que había buenos restaurantes, como quedó constancia en los anales de Rabanales o en  San Víctero, ya que, según Tamatit, eran  sitios estratégicos desde los que sería factible comprobar la marcha de los trabajos. También, aunque en este caso solo Tamatit, el segundo Paco e Ignacio, realizaban viajes a la capital para comprobar si las grúas, orugas, camiones y el material necesario eran las adecuadas y estaban disponibles. Pero  estas inspecciones   las hacía  Tamatit solo, ya que era quien  podía acceder a las naves que la empresa tenía en la capital. Los  acompañantes, para matar el tiempo de manera amena, lo esperaban en el Coto, el Florida el Dorado o en algún otro lugar del   barrio mas famoso de la capital.

Las noticias de la necesidad de contratar personal, los buenos salarios que se auguraban y las bonanzas de la empresa, se extendieron como reguero de pólvora. No se sabía con exactitud cuales eran los trabajos que se iban a realizar. Se decía que si  el soterramiento de todo el tendido eléctrico de la comarca; que si  la dotación de servicios de agua, desagüe y purificación de los ríos; que si la explotación de minas. En fin que no se sabía, y casi ni interesaba, cual era la labor a desarrollar por la nueva empresa, aunque se pensaba que  lo concerniente al tendido eléctrico era  lo que seguramente vendrían a ejecutar. Lo importante era que habría trabajo y, según decían, bien pagado.

Como la empresa no había abierto todavía una oficina, los aspirantes a formar parte de ella no sabían donde dirigirse para entregar el currículum. El  staff  empresarial tenía el centro de reunión en los bares, por tanto esos eran los sitios a los que acudían quienes tenían intención de solicitar trabajo. En la villa levítica los bares, tradicionalmente el lugar preferido de reunión, durante aquellos días  estaban especialmente concurridos. Todos acudían con la intención de ver algún miembro de la directiva para ser los primeros en ocupar los puestos de trabajo mejor remunerados, pensando en que precisamente  esos serían los que menos trabajo  requerirían. Los directivos pasaban largas horas reunidos tratando de la logística y de la estrategia, pensando siempre en las necesidades de la empresa, desplazándose por los distintos establecimientos hosteleros  para que ningún empresario del sector se sintiera discriminado y, además, para dar las mismas oportunidades a los parroquianos de todos ellos.

Los que intentaban  colocación en la empresa, para acercarse a quienes eran, según su parecer, responsables de la contratación, lo primero que hacían era invitar a una ronda para comprar su voluntad. Luego les pedían que apuntaran su nombre como posible empleado, pero no se sabe si por lo importante de las deliberaciones, como consecuencia de las invitaciones de los solicitantes o por que tenían entre manos demasiadas cosas, el caso es que  los peticionarios no las tenían todas consigo y hacían varias veces intentos de aproximación para tener la seguridad de que serian los elegidos. Esto mismo se repetía cada día.

Entre viajes, conferencias y reuniones se fue configurando la empresa. Ojearon y apalabraron los locales necesarios y a los solicitantes de empleo  le dieron  seguridad en el mismo. Toda  la localidad estaba ilusionada con el brillante futuro que le esperaba.  Un  día, de buena mañana, Tamatit le dijo a Agustín: prepara el coche que esta tarde vamos a la capital para concretar la venida de todo el material que la empresa necesita. A eso de las tres de la tarde, después de tomar café,  los dos se pusieron el camino. Esta vez los directivos locales no fueron requeridos para el viaje.

Llegados a la capital, Tamatit encargó a Agustín que fuera a la estación del ferrocarril a buscar una caja  que para la empresa había en la consigna. Puso mucho énfasis en que la cuidara con mimo pues en ella iba la planificación de  todos los trabajos que tendrían que realizar.  Y que  lo esperara en el  Turis,  que allí llegaría él a última hora de la tarde, una vez que hubiera hecho las gestiones burocráticas y de inspección  que tenía que realizar. En la estación Agustín solicitó del empleado de RENFE la entrega del paquete. Este, después de buscar, dijo que allí lo único que había era una  caja pero que venia consignada a Iberduero, que si era eso lo que buscaba. Agustín, como había oído que la empresa iba a realizar el soterramiento de las líneas de alta tensión, no lo dudo un momento y dijo que si. Después de firmar el recibí, cogió el voluminoso paquete,  lo cargó en el maletero del coche y se dirigió al susodicho bar, sitio donde la espera no se la haría larga ya que era  frecuentado por gentes ligadas al transporte y al mundo del taxi, profesiones entre las que  tenía muchos amigos.

Pasaron las horas y Tamatit ni aparecía ni daba razón. Llegó la  del cierre del bar   y  Agustín, en un mar de dudas, después de dar  muchos paseos calle Feria arriba y calle Feria abajo,  se fue quedando solo y, pensando que la espera sería inútil, decidió retornar a la villa levítica. Una vez allí, encerró el automóvil en el garaje y, como  los bares de la localidad, extrañamente, ya estaban cerrados, se fue para casa.

Al día siguiente lo primero que hizo fue procurar por Tamatit. Preguntó en la posada donde se albergaba y le dijeron que allí no había ido a dormir. Buscó a Modesto, a Ignacio y a los Pacos  y estos no sabían nada del personaje. Llamó por teléfono al Turis por si había aparecido por el bar y no le dieron razón. Agustín pasó el día preocupado por la desaparición del empresario y más por si el causante de la ausencia fuera era él. Por la noche, a la hora de tomar unos vinos con los de siempre, comentó lo ocurrido, interesándose en si había ido alguno a la capital y oído algún comentario. Nadie sabía nada. Pasaron dos días y Tamatit como si  se hubiera muerto.    

La desaparición fue el acontecimiento más comentado. Todos,  unos interesadamente y otros a manera de tema para  pasar el rato  tenían como  referente de las conversaciones a Tamatit. Como la ausencia se prolongaba,  muchos eran los motivos que se barajaban como causa de la evaporación. Entre los amigos de Agustín surgió  la idea de que el tal podía ser un etarra que habría venido a estas tierras para preparar un  atentado y que el paquete que estaba en el maletero del coche era una bomba. La idea fue tomando fuerza, se consolidó. En  todas las tertulias no se hablaba de otra cosa y, ante la insistencia de los más cercanos, Agustín y los del staff tomaron la decisión de dar cuenta de ello a la  policía. El jefe de la policía había cogido vacaciones ese día y, aunque estaba en la localidad, dijo: “que buenos trigos hay en campos.”  Quien  le sustituía, para no complicarse la vida, dio cuenta al jefe provincial. Este  trasladó la sospecha al jefe regional y al poco tiempo se presentaron en la villa  los TEDAX para, dado el caso, rápidamente desactivar la bomba, ya todo el pueblo creía a pies juntillas que era una bomba lo que había en el coche. Desalojaron las casas cercanas al garaje, señalaron un amplio perímetro de vigilancia, guardia civil y policías cercaron la manzana y los expertos en explosivos, bien protegidos como es normal, pusieron en marcha la operación de desactivación. Un  robot fue el encargado de  sacar el paquete del maletero. Todo funcionó a la perfección, la caja fue  colocada en la calle, sitio en el que, aunque explosionara, no causaría ningún daño, y el robot, manejado por manos expertas, la abrió.

Toda la villa levítica en la calle pendiente del asunto. Como   el lugar donde estaba el garaje era estrecho y no facilitaba  la visión directa de la operación, el relato de las maniobras era transmitido, por los privilegiados que ocupaban las primeras filas a quienes estaban más lejos, en voz baja intentando dar emoción  a la narración. El momento mas esperado era el de descubrir lo que había en el convoluto. Cuando este fue abierto y el contenido volcado en el suelo,  la decepción fue enorme, ¡todo eran papeles¡  Los  agentes  de la autoridad se acercaron al mismo y comprobaron que  eran las facturas de la energía eléctrica que  Iberdrola prestaba  a   los usuarios de sus servicios en la provincia.

 Al menos se podía haber aprovechado la circunstancia para  destruir los recibos y así liberar del pago a la comunidad. Que pena.

¡Ah!, de Tamatit, que a diferencia del Crispín, no supo crear intereses, nunca más se supo.