Tamatit, que así parecía que se llamaba,
llegó a la villa en los amenes del
invierno, ya cuando la gente prepara los aperos de trabajo y espera con ilusión
la feria del Cristo como disculpa para airear las ropas, comer una cazuela de
pulpo y adquirir los árboles que, como
renovación de la vida, van a plantar con el deseo de fruta nueva y fresca. Es en ese periodo del año cuando la esperanza, la ilusión y el anhelo son más fuertes en las
gentes, y en la villa levítica eso son cosas que forman parte intrínseca de sus
soñadores habitantes.
Pues
de ese tiempo es esta historia.
Como el Crispín de los Intereses Creados
Tamatit llegó sin Leandro, se hospedó en la mejor posada y con el anuncio de que posteriormente
llegarían las piezas del mecano, empezó a crear la trama de su comedia. En los
bares de la villa extendió las redes. Siempre esplendido, tanto en
hacer invitaciones como en la promesa de pagar salarios inimaginables en la
comarca. Lo primero que hizo, después
del anuncio de las faraónicas obras que tenía como misión realizar en la zona, fue contratar a Modesto
como secretario personal, con la misión de
introductor, informador y relaciones
con el entorno. Este trabajador, que estaba empleado en una empresa
constructora de ámbito comarcal, como buen
conocedor del Estatuto de los trabajadores, anunció en tiempo y forma la rescisión de su contrato laboral, se convirtió en el portavoz y ojeador de
la empresa. A Ignácio, que el primer sábado de la
estancia del empresario compartió con Modesto y Tamatit unas copas por los
bares, gran conocedor del terreno, lo contrató como encargado general de obras.
Como para los vehículos, mulas y demás
acémilas que la innominada empresa iba a utilizar, necesitaba garajes y cuadras, los dirigentes se pusieron en
contacto con Paco, quien puso a disposición los locales que poseía y se
comprometió a realizar las gestiones para procurar todos los que fueran
precisos, incorporándose de inmediato al staff empresarial. Ignácio, que
entendía de albañilería, se encargo de contratar a los obreros y dirigir las
obras precisas para el acondicionamiento de los locales a las necesidades de la
empresa. Otro Paco, que como tenía carencias de visión y no podía realizar ni
trabajos de campo ni de oficina, se incorporó como encargado de la recluta de
todos los recursos humanos necesarios para los futuros trabajos, ya que
frecuentaba los establecimientos hosteleros, que eran los sitios donde más fácilmente se podía encontrar a los
trabajadores.
Tamatit no poseía vehículo propio, así que, aconsejado
por el staff de la empresa, se puso en contacto con Agustín, taxista de la
villa levítica, con quien contrató los servicios de su taxi a tiempo completo, con
disposición total, en exclusiva. O sea,
con sueldo fijo y kilometraje aparte. Agustín, por mandato del
empresario, para tener un sitio de contacto cercano, céntrico y fijo, se
estableció en el café de la plaza con
plena disponibilidad. Los viajes más frecuentes eran a los pueblos de la comarca en los que había
buenos restaurantes, como quedó constancia en los anales de Rabanales o en San Víctero, ya que, según Tamatit, eran sitios estratégicos desde los que sería factible
comprobar la marcha de los trabajos. También, aunque en este caso solo Tamatit,
el segundo Paco e Ignacio, realizaban viajes a la capital para comprobar si las
grúas, orugas, camiones y el material necesario eran las adecuadas y estaban
disponibles. Pero estas inspecciones las hacía Tamatit solo, ya que era quien podía acceder a las naves que la empresa tenía
en la capital. Los acompañantes, para
matar el tiempo de manera amena, lo esperaban en el Coto, el Florida el Dorado o
en algún otro lugar del barrio mas famoso de la capital.
Las noticias de la necesidad de contratar
personal, los buenos salarios que se auguraban y las bonanzas de la empresa, se
extendieron como reguero de pólvora. No se sabía con exactitud cuales eran los
trabajos que se iban a realizar. Se decía que si el soterramiento de todo el tendido eléctrico
de la comarca; que si la dotación de
servicios de agua, desagüe y purificación de los ríos; que si la explotación de
minas. En fin que no se sabía, y casi ni interesaba, cual era la labor a desarrollar
por la nueva empresa, aunque se pensaba que lo concerniente al tendido eléctrico era lo que seguramente vendrían a ejecutar. Lo
importante era que habría trabajo y, según decían, bien pagado.
Como la empresa no había abierto todavía una
oficina, los aspirantes a formar parte de ella no sabían donde dirigirse para
entregar el currículum. El staff empresarial tenía el centro de reunión en los
bares, por tanto esos eran los sitios a los que acudían quienes tenían
intención de solicitar trabajo. En la villa levítica los bares, tradicionalmente
el lugar preferido de reunión, durante aquellos días estaban especialmente concurridos. Todos
acudían con la intención de ver algún miembro de la directiva para ser los
primeros en ocupar los puestos de trabajo mejor remunerados, pensando en que precisamente esos serían los que menos trabajo requerirían. Los directivos pasaban largas
horas reunidos tratando de la logística y de la estrategia, pensando siempre en
las necesidades de la empresa, desplazándose por los distintos establecimientos
hosteleros para que ningún empresario
del sector se sintiera discriminado y, además, para dar las mismas
oportunidades a los parroquianos de todos ellos.
Los que intentaban colocación en la empresa, para acercarse a
quienes eran, según su parecer, responsables de la contratación, lo primero que
hacían era invitar a una ronda para comprar su voluntad. Luego les pedían que
apuntaran su nombre como posible empleado, pero no se sabe si por lo importante
de las deliberaciones, como consecuencia de las invitaciones de los
solicitantes o por que tenían entre manos demasiadas cosas, el caso es que los peticionarios no las tenían todas consigo
y hacían varias veces intentos de aproximación para tener la seguridad de que
serian los elegidos. Esto mismo se repetía cada día.
Entre viajes, conferencias y reuniones se
fue configurando la empresa. Ojearon y apalabraron los locales necesarios y a
los solicitantes de empleo le
dieron seguridad en el mismo. Toda la localidad estaba ilusionada con el
brillante futuro que le esperaba. Un día, de buena mañana, Tamatit le dijo a Agustín:
prepara el coche que esta tarde vamos a la capital para concretar la venida de
todo el material que la empresa necesita. A eso de las tres de la tarde, después
de tomar café, los dos se pusieron el
camino. Esta vez los directivos locales no fueron requeridos para el viaje.
Llegados a la capital, Tamatit encargó a
Agustín que fuera a la estación del ferrocarril a buscar una caja que para la empresa había en la consigna. Puso
mucho énfasis en que la cuidara con mimo pues en ella iba la planificación
de todos los trabajos que tendrían que
realizar. Y que lo esperara en el Turis, que allí llegaría él a última hora de la
tarde, una vez que hubiera hecho las gestiones burocráticas y de inspección que tenía que realizar. En la estación Agustín
solicitó del empleado de RENFE la entrega del paquete. Este, después de buscar,
dijo que allí lo único que había era una caja pero que venia consignada a Iberduero, que
si era eso lo que buscaba. Agustín, como había oído que la empresa iba a
realizar el soterramiento de las líneas de alta tensión, no lo dudo un momento
y dijo que si. Después de firmar el recibí, cogió el voluminoso paquete, lo cargó en el maletero del coche y se
dirigió al susodicho bar, sitio donde la espera no se la haría larga ya que
era frecuentado por gentes ligadas al
transporte y al mundo del taxi, profesiones entre las que tenía muchos amigos.
Pasaron las horas y Tamatit ni aparecía ni
daba razón. Llegó la del cierre del bar y
Agustín, en un mar de dudas, después de dar muchos paseos calle Feria arriba y calle Feria
abajo, se fue quedando solo y, pensando
que la espera sería inútil, decidió retornar a la villa levítica. Una vez allí,
encerró el automóvil en el garaje y, como los bares de la localidad, extrañamente, ya estaban
cerrados, se fue para casa.
Al día siguiente lo primero que hizo fue
procurar por Tamatit. Preguntó en la posada donde se albergaba y le dijeron que
allí no había ido a dormir. Buscó a Modesto, a Ignacio y a los Pacos y estos no sabían nada del personaje. Llamó
por teléfono al Turis por si había aparecido por el bar y no le dieron razón.
Agustín pasó el día preocupado por la desaparición del empresario y más por si el
causante de la ausencia fuera era él. Por la noche, a la hora de tomar unos
vinos con los de siempre, comentó lo ocurrido, interesándose en si había ido
alguno a la capital y oído algún comentario. Nadie sabía nada. Pasaron dos días
y Tamatit como si se hubiera muerto.
La desaparición fue el acontecimiento más
comentado. Todos, unos interesadamente y
otros a manera de tema para pasar el
rato tenían como referente de las conversaciones a Tamatit.
Como la ausencia se prolongaba, muchos
eran los motivos que se barajaban como causa de la evaporación. Entre los
amigos de Agustín surgió la idea de que
el tal podía ser un etarra que habría venido a estas tierras para preparar
un atentado y que el paquete que estaba
en el maletero del coche era una bomba. La idea fue tomando fuerza, se
consolidó. En todas las tertulias no se
hablaba de otra cosa y, ante la insistencia de los más cercanos, Agustín y los
del staff tomaron la decisión de dar cuenta de ello a la policía. El jefe de la policía había cogido
vacaciones ese día y, aunque estaba en la localidad, dijo: “que buenos trigos hay en campos.” Quien le sustituía, para no complicarse la vida, dio
cuenta al jefe provincial. Este trasladó
la sospecha al jefe regional y al poco tiempo se presentaron en la villa los TEDAX para, dado el caso, rápidamente
desactivar la bomba, ya todo el pueblo creía a pies juntillas que era una bomba
lo que había en el coche. Desalojaron las casas cercanas al garaje, señalaron
un amplio perímetro de vigilancia, guardia civil y policías cercaron la manzana
y los expertos en explosivos, bien protegidos como es normal, pusieron en
marcha la operación de desactivación. Un
robot fue el encargado de sacar
el paquete del maletero. Todo funcionó a la perfección, la caja fue colocada en la calle, sitio en el que, aunque
explosionara, no causaría ningún daño, y el robot, manejado por manos expertas,
la abrió.
Toda la villa levítica en la calle
pendiente del asunto. Como el lugar donde
estaba el garaje era estrecho y no facilitaba la visión directa de la operación, el relato
de las maniobras era transmitido, por los privilegiados que ocupaban las
primeras filas a quienes estaban más lejos, en voz baja intentando dar
emoción a la narración. El momento mas
esperado era el de descubrir lo que había en el convoluto. Cuando este fue
abierto y el contenido volcado en el suelo, la decepción fue enorme, ¡todo eran papeles¡ Los agentes de la autoridad se acercaron al mismo y
comprobaron que eran las facturas de la
energía eléctrica que Iberdrola prestaba
a los
usuarios de sus servicios en la provincia.
Al
menos se podía haber aprovechado la circunstancia para destruir los recibos y así liberar del pago a
la comunidad. Que pena.
¡Ah!, de Tamatit, que a diferencia del
Crispín, no supo crear intereses, nunca más se supo.