martes, 6 de enero de 2015

Rogativas

Las rogativas eran, no se si son, unas peticiones que se hacían al cielo para que, cuando se necesitaba, lloviera. Generalmente las plegarias se efectuaban en procesiones en las que se sacaba a una imagen, que era  llevada en andas por los fieles hasta los campos, para que vieran la necesidad, quienes  le pedían: te rogamus audi nos, que intercediera  para que los cielos se abrieran y cayera generosamente el tan deseado liquido. Como cuando más se necesitaba  el agua era en mayo para que granaran bien los panes y los prados tuvieran buena y abundante hierba, el santo que procesionaban era San Isidro  -fiesta o conmemoración que se celebra el 15 de mayo- que como había sido labrador, era su abogado en estas cosas. Pero había pueblos que  no disponían de  imagen del santo y procesionaban en las rogativas  la de  quien mas devoción tenían, que casi siempre solía ser  un Cristo.

Pues bien, en un pueblo de la raya, del otro lado de la raya, aquel año había sido sequísimo, no había caído  una gota de agua ni en el invierno ni durante la primavera. Los campos eran un secarral; en  los prados se veían más trozos de calvas que de hierba  y las gentes  empezaban a pensar que tendrían que desprenderse del ganado ya que no tenían posibilidad de alimentarlo y las cosechas de cereales y hortícolas no se preveían ni medianamente suficientes. Así que decidieron  solicitar al cura párroco que hiciera rogativas para pedir lluvia. Este  accedió rápidamente a la solicitud, hombre de fe, creía que ese tipo de cuestiones eran  eficaces si en ello se ponía  la convicción necesaria. El  sacerdote  no era como el de un pueblo alistano al que, dada la pertinaz sequía, los feligreses fueron a pedir  que hiciese una procesión para que lloviese  y les dijo que bueno, que si no había otro remedio la haría, pero que al menos habría que esperar a que hubiese alguna nube. Quizás este era algo más pragmático. Cuestión de puntos de vista.  

En  el pueblo de Ifanes, será mejor decir el nombre, al otro lado de la raya, hicieron la rogativa con toda la solemnidad, el cura, los mayordomos de todas las cofradías, los monaguillos y todos los que ostentaban alguna representación o autoridad se revistieron con sus mejores galas y sacaron al Cristo crucificado, imagen muy antigua a la que tenían una gran devoción, para que por  él mismo comprobara el estado de necesidad. En Portugal san Isidro es casi un desconocido, así les va, pues es un santo español, madrileño y puede que hasta moro o, al menos, morisco.

La rogativa fue hecha con el mayor fervor, los “Te rogamus audi nos” llegaron a su destino y fueron eficaces. Antes de salir de la iglesia, donde la comitiva dio por terminada  la procesión y dejó  la imagen, empezó a llover copiosamente. Los parroquianos se pusieron muy contentos, vieron que  les habían atendido en sus  necesidades y que las penurias que tenían por inevitables llegaban a su fin.

Pero hete aquí que pasaban  los días y la lluvia no cesaba. Los campos rebosaban de agua, todo era un barrizal, los caminos se hicieron intransitables, a los prados  no podían llevar el ganado y la cantidad de agua caída era tal que la yerba se pudría sin que los animales la pudieran pastar y en las tierras los cereales estaban cogiendo un color que no anunciaba una buena cosecha. En fin, que la meteorología había dado un vuelco pero la situación no había mejorado sino todo lo contrario.

Así que otra vez los feligreses decidieron acudir al párroco para solicitar otras rogativas, pero esta vez para pedir que cesara la lluvia. Todo el pueblo, con el cura y todas las autoridades a la cabeza,  formó en procesión con el santo Cristo  en las andas, cantando  con toda la potencia de sus pulmones (que paradoja) para que la lluvia les dejara. Hicieron  la procesión durante varios días, pues el agua seguía cayendo insistentemente. Después de repetir la solicitud muchas veces la lluvia no cesaba, la gente estaba desesperada al ver que su adorado Cristo no les hacía caso y prever un futuro  más negro que los cielos.  Cansados de rezar y de suplicar, viendo que sus males no tenían remedio,  la enésima vez que sacaron al Cristo sin que les hiciera caso, al llegar a la iglesia lo tiraron en la gran laguna que se había formado en las inmediaciones.

La imagen, que como ya dijimos, era muy antigua, estaba plagada de los agujeros que la carcoma le había hecho a lo largo de los siglos. Así que al hundirse en el agua, el aire que contenía produjo gran cantidad de burbujas que al salir a la superficie hacían el glu glu  característico. Las gentes que lo contemplaban alrededor de la charca,  que no estaban precisamente contentas con la actuación del Cristo,  en tono  sarcástico, enfadados le gritaban: “carallo, ainda bufas”.

Desde entonces  en ese pueblo ni se te ocurra decir: glu, glu, glu,  ni  mucho menos acompañarlo de un gesto  con la mano hacia arriba moviendo los dedos haciendo como que algo ascendiera. Puedes  tener problemas.