domingo, 30 de noviembre de 2014

Vivinera




Vivinera es una localidad legendaria, sus comienzos se remontan a épocas prerromanas. Tiene hacia el suroeste un castro que, aunque lleva los nombres de Pico de la Almena o  Cerro del Moro, nada tiene que ver con los   mahometanos y es uno de los más antiguos y peculiares de la comarca. Construido en los siglos III ó II antes de Cristo -anda  que no faltaba para  Mahoma-  ostenta la singularidad de tener como defensa piedras hincadas, fincones,  en sus laderas, formando círculos excéntricos,  lo que impedía, o al menos hacía muy dificultoso y lento, que los asaltantes pudieran acceder a caballo hasta el amurallado recinto . Ocupa una extensión bastante grande y aun hoy se pueden ver las piedras hincadas y los restos derruidos de la muralla y del torreón. En la localidad  hay una fuente romana     que ha abastecido de agua potable  durante casi veinte siglos  a sus gentes, cosa que viene a certificar que el pueblo ya existía antes de nacer alguno de nosotros.

El nombre, aunque hay teorías que dicen que viene del término VINEM-NIS que quiere decir mimbrera, sitio abundante en mimbres; yo creo que procede de la alocución VICI- NEMEN, que significa ALDEA SAGRADA. Pero no me hagan mucho caso: pues ni se latín, ni tengo idea de semántica ni soy filólogo. Es que esto segundo es  bonito, me gusta más y puede que hasta sea cierto.

Vivinera bien  merece una visita: está a tiro de piedra de Alcañices;  ver el Pico de la Almena, la fuente romana, visitar la iglesia,  que tiene en la pared norte y en el altar mayor  unos magníficos frescos, restaurados recientemente, que cuentan la vida de Santo Domingo de Guzmán, patrono de la localidad. ¡Ah,  y no hay que olvidar que tiene aeropuerto! Esto y charlar con sus gentes justifica un paseo hasta allí. El  aeropuerto  es moderno, pero la localidad tiene tradición aeroportuaria.  Ya  en la década de los años 30 del S. XX. en el pago del Cerrado aterrizó un aeroplano que pilotaba uno de la villa apodado el Inglés y, creo recordar que veinte o treinta años después, volvió a aterrizar otra avioneta en el mismo sitio. Según  cuentan, hace pocas fechas otra vez  también una  avioneta aterrizó en el Cerrado, sorprendiendo a unos deportistas que jugaban al golf en Sahú, a quienes preguntaron los ocupantes si en las proximidades había una gasolinera. O sea que lo del aeródromo no es ninguna tontería, para eso está el de Castellón.

La gente de la localidad es amable, acogedora, esplendida,-recuerdo con nostalgia las invitaciones del día del rosario y las cenas  en casa de la Emilia, ¡aquellos pollos de su corral guisados  al pote!- a pesar de la fama que le otorgan los dichos, que manifiestan que son gentes arriscadas, osadas, temerarias. Para definirlas se dice que: son de la Quinta de los Picadeiros. Pero  este apelativo  es por algo,  no viene a humo de pajas, tiene su historia y allá va:

Francisco Mendes de Vasconcelos, fundador del mayorazgo de la Torre, en el lugar de Carreira dos Cavalos, era señor de la freguesia (que fue parroquia en los inicios del reino de Portugal)  dos Picadeiros, quinta  que está cercana a la localidad de Vimioso.  Pues bien, este señor se fue para Salamanca donde se casó con Inés Taveira de Figueroa el año 1480 y, como tampoco en aquella época se debía vivir mal en esa ciudad, allí se quedó.  En Salamanca estuvo hasta 1493,  año en el que decidió retornar a Vimioso, no se sabe si por añoranza de su tierra, cosa poco probable, los portugueses siempre han sido muy viajeros, o bien por  necesitar dinero para poder seguir disfrutando de la gran vida que llevaba en la  universitaria ciudad. 

Al llegar a Vimioso reclamó a los habitantes de Picadeiros  los foros que estos no pagaban   desde que de allí se había ausentado; a lo que aquellos se negaron. Un día, el tal Francisco, bajo el pretexto de ir de cacería, apareció en la quinta acompañado de sus criados y amigos, siendo recibidos a tiros por los arrendatarios que mataron a dos de los acompañantes de Francisco. Los componentes de la cuadrilla de cazadores  cargaron contra los de Picadeiros,  matando  a cinco e hiriendo a muchos.

Francisco Mendes de Vasconcellos escapó ileso de la batalla y se fue a ver al rey  para contarle  lo sucedido, reclamar sus derechos y, para hacer mas fuerza en la petición y conseguir el apoyo real, ofreciose para servir en la armada que se estaba formando en Portugal  para ir a tomar Ceuta.

El rey Don Joâo II acepto la oferta, partiendo Mendes de Vasconcellos  para África el 2 de marzo de 1494. El  rey envió a Joäo Bernardes da Silveira, canciller de Porto, para Picadeiros, donde llegó el 28 de marzo con  fuerza militar suficiente para realizar la labor que le habían encomendado, que era la de castigar a los arrendatarios y reintegran la posesión a Francisco. Joâo cercó la población y prendió a los cabecillas de la rebelión: Antonio Duarte;  su hermano Chico Duarte;  Joâo da Costa;  Pedro Nunes Furâo; Antonio Rilhado; Domingos Anes;  Joâo Fernandes Picalho; Antonio Esteves; y Francisco de Almeida Bailâo.  En la orden de detención figuraban más, pero consiguieron huir.

El 16 de abril los presos fueron atados a esteras sujetas a caballos y de esta guisa les dieron tres vueltas alrededor de la plaza y del pelourinho de Vimioso. Después, en procesión y exhortados por dos sacerdotes, los llevaron a la capilla de Nossa Senhora dos Remedios donde se celebró una misa en la que platicó un sermón el sacerdote Antonio Pimentel. Los detenidos fueron posteriormente llevados hasta el alto do Sardoal, enfrente de la población de los Picadeiros. Allí habían levantado tres horcas, y allí fueron  ahorcados   los prisioneros, a excepción de Francisco Duarte y Antonio Esteves.

A los siete ajusticiados les cortaron las cabezas. Las de Furâo y Bailâo fueron clavadas en altos postes  en la localidad de Picadeiros y los otros quedaron en las horcas hasta que el tiempo  las consumió.

Los habitantes supervivientes de la Quinta huyeron aterrados para Aliste y se establecieron en Vivinera y en Castro Ladrón, que así era como se llamaba entonces el pueblo que hoy es Castro de Alcañices.

Esta es la historia, así nos la cuentan Francisco Manuel Alves y Adriâo Martins Amado en el libro: Vimioso, notas monográficas.

Jesús Barros

 

sábado, 15 de noviembre de 2014

La capitana y La francesada


La capitana

El pago que en Alcañices lleva este nombre es el que se encuentra entre el Alto del Castro  y el Llamerón,  justo donde nace el agua de Pozal, inicio del Chapardiel. Es un espacio pequeño en el que, aunque ahora casi todo esta de adil o pradera, con paredes caídas y silvas  por todas partes, en otros tiempos todo eran huertos cultivados con mimo, con paredes que los delimitaban perfectamente construidas. Y las fuentes, madres del riachuelo, se juntaban en una poza donde se criaban negros cangrejos autóctonos.

 El nombre de jerarquía militar de este pago  tiene su razón:

Durante los primeros tiempos de  la invasión romana, Aliste, que nunca  dominado por completo, fue escenario de escaramuzas y  sitio de paso de las legiones romanas que pelearon en las guerras contra cántabros y astures. Cuentan que la Legio VII Gemina estableció un campamento en Brandilanes, y en muchos pueblos alistanos existen infinidad de restos del paso por  estas tierras de los ejércitos del mas poderoso imperio de la antigüedad (Cesar estuvo aquí). El personaje más conocido de las guerras de los hispanos contra el ejército romano es Viriato, nacido, según la leyenda, en el sayagués Torrefrades. Pero  también  hubo alistanos  que pelearon en sus guerrillas, de casi todos hemos olvidado el nombre, y que colaboraron de manera importante a que el occidente de Iberia no fuera nunca una colonia romana. Entre los alistanos que lucharon contra el imperio   destacó    Lavara, nuestra Capitana.

Los alistanos de entonces, los zoelas, vivían dispersos en la multitud de castros  que había en la comarca, situados  siempre en sitios que fueran fáciles de defender y cercanos a vegas productivas. Lavara  habitaba  en el sitio que se conoce como el Alto del Castro, que servia de vigía de todo  Sahú y de los valles que naciendo de él, bajan hacia el pueblo.

La gente que habitaba el lugar vivía tranquila y holgadamente  de la ganadería, que pastaba en el próximo el cercano valle de Sahú, y del cultivo de la fértil tierra  de los alrededores. Pero llegaron los romanos y exigieron   los frutos de la tierra, carne para comer y, en cuanto se descuidaban los indígenas, esto sin pedirlo, mozas y en algunos casos mozos, para folgar con ellos. Lavara, que era la mas solicitada, no consintió en estos trueques y se lanzó al monte. En connivencia con gentes de los castros de la comarca hicieron una cuadrilla, guerrilla o banda,  que dirigida por ella puso en jaque a las tropas romanas. Los guerrilleros, conocedores del terreno y amparados por la abundante vegetación, atacaban a los invasores en las circunstancias y lugares  mas inesperados, sacando siempre los alistanos ventaja  en todas las batallas contra  los romanos.

Enterados de que al otro lado del gran río, Dur para los indígenas, Durii o Durius para los invasores, otros vaceos de Sagia luchaban también contra los mismos enemigos, se pusieron en contacto con ellos. Aunque formaron  parte de las huestes de Viriato y participaron en la lucha, nunca se fusionaron   con ellos, siempre fueron cuerpo guerrillero autónomo. Después de que los compinches del Sayagués (1) le traicionaran y las guerrillas se dispersaran, los acompañantes de  Lavara retornaron para Aliste. El prestigio adquirido por esta en las batallas como gran luchadora y por las dotes de mando que demostrara, hizo que por todo el territorio la conociera    por el sobrenombre de la Capitana.    

Quienes formaron la cuadrilla de Lavara se instalaron en el Castro, lo reconstruyeron y fortificaron. Ese territorio pasó a ser lugar inexpugnable y mítico para los habitantes de los demás castros de la comarca y las tierras que dominaba fueron conocidas desde entonces y para siempre como “las de la Capitana”.

 

Jesús Barros

 

 

 

 

 

 

La francesada en Alcañices

Soy natural de Alcañices

Habito  en los barrios bajos

En el número 14 de la calle de los pájaros.

Allí viven: El Cuco, la Carriza, el Bubillo

Y un pájaro de colores que le llaman el Lorito.

 Era su manera de presentarse.

Estos versos los escribió el alcañizano el Cuco para una de las fiestas de carnavales que se celebraban en la villa allá por los felices años veinte. Utiliza los apodos de algunos que, como él, vivían en la  misma calle,  tenían motes  de nombres de  pájaros, y para que no se enfadaran, aunque no era habitual que alguien se ofendiera por que le llamaran por el apodo ya que era la manera habitual de dirigirse y distinguir a los convecinos, se pone él el primero. Excepto el último, que  el apodo era  resultado de que tenía el pelo rojo, los ojos azules, pecas y otros matices, los otros llevaban  apodos de nombres de pájaros frecuentes de la comarca, debido a que alguno de sus ascendientes había nacido en el monte durante la invasión francesa.

 

El general francés Croix se presentó en Alcañices con un numeroso  ejercito, y sorprendió en la cama al  general Echevarria que estaba al mando de la fortaleza,   y se apodero de la villa. Los franceses, que  fueron como  el caballo de Atila,  aunque creo que me he quedado muy corto. No  dejaban cosa de valor a su paso, se apoderaban de todo lo de lo que mereciera la pena y lo que no les era útil lo destruían. Durante su estancia  ocuparon el convento y la iglesia de San Francisco; lo usaron como cuadra,  expoliaron cruces, objetos sagrados y obras artísticas. Utilizaron el hospital de San Nicolás como cuartel y lo dejaron de tal manera que desde entonces yo no pudo dedicarse jamás al fin para el que fue edificado.  La Alhóndiga quedó  inservible para su función y gran parte del pueblo quedó arrumbado. En Alcañices las tropas francesas no estuvieron  mucho tiempo, sólo el necesario para que los soldados descansaran y se repusieran, pero de las consecuencias de su estancia la villa tardó mucho en recuperarse. Aliste, y mas concretamente Alcañices, era refugio de las cuadrillas de guerrilleros que operaban en la comarca contra los franceses, entre ellas la de Tomás García Vicente y, para que no pudieran ocultarse en el pueblo, los galos  utilizaron aquí la política de “tierra quemada”.

Ante el acoso del ejército francés, mucha de la gente del pueblo tuvo  que abandonar sus viviendas y refugiarse durante el tiempo de la ocupación en los montes de los alrededores.  Entre las que huyeron, estaba la familia de la abuela del Cuco, el versificador en festejos de carnavales en los que, en tono humorístico, se contaban los hechos  merecedores de crítica que habían sucedido en el pueblo durante el año. Esta señora  dio a luz en el Majadalón al padre de nuestro vate, a quien pusieron el Cuco, apodo que heredó su hijo, que  fue el autor de versos muy famosos en su tiempo. Alguno  aún se conserva en papeles y en la memoria de los que los hemos oído a nuestras familias. P.e. estos que cuentan:

La Burralla caprichosa

en sacrificios se aferra,

y a todo trance se obstina

que la nombren de  Guerra.

 

Genoveva va a fomento

y la tía Ana a Marina,

porque cuenta con Tomasa

de Secretaría interina.

 Eran  algunos de los que describían la formación de un gobierno en el “estado” de Alcañices.

 También hacía crítica de las cosas que la merecieran: como  el pueblo  no era un dechado de limpieza, en una de sus composiciones utilizaba para criticarlo el casamiento de mi abuelo Antonio Barros

“Por la calle  labradores/ ya no se puede correr.

Que  han llegado los Barros/ hasta casa de Isabel”.

El nacimiento de gente en el monte y, otra vez más, la destrucción del pueblo, fueron alguna de las consecuencias de la francesada, también de la curiosa historia que sigue:

 En Alcañices está enterrado Pablo Muñoz de la Morena, héroe militar de la guerra de la Independencia que también participó en la guerra de la Naranjas (recibe este nombre debido a que Godoy, Príncipe de la Paz, para celebrar el triunfo conseguido en las “grandes” batallas que libró contra los portugueses, envió un ramo de naranjas de Elvas a la reina María Luisa.) y en la de la Independencia  en la batalla de  Bailen, a las ordenes del general Castaños, primera que perdieron los de Napoleón, en la que mereció el reconocimiento de héroe y fue condecorado como tal por el más deseado de los reyes, el glorioso Fernando VII.

Don Pablo era del Toboso, como Dulcinea, donde había nacido en 1769, y vino a morir en Alcañices, donde vivía uno de sus hijos, en 1848.  

 

   Jesús Barros