domingo, 14 de marzo de 2021

SAN ANDRÉS, LABRADORES Y PÉREZ MARRÓN

Siempre he tenido discrepancias con el nombre de esta calle. Pensaba que San Andrés era la que va hacia el pago de ese nombre, el que está entre la Cara el Sol y la Perdida, sitio en el que se situaba la ermita homónima, una de las cinco que hubo en Alcañices, y que esta se llamaba de la Bomba. La bomba estaba detrás de las escuelas y serbia para llenar de agua el pilón donde bebía el ganado. Pero estaba equivocado. Errar es de humanos. Volviendo de la de los Pájaros, después de la de las Caipiras, está la casa que fue de Francisco Figueroa “Farruco” y de Concepción Martín, su mujer, a quien recuerdo ya viuda. La construcción constaba de vivienda y una cuadra en la que ella y su hija, Genoveva, tenían las vacas. La casa era la tradicional de labradores de la época, tenía una puerta de cuarterón en la que Concepción, siempre vestida de negro y con pañuelo a la cabeza, asomaba a veces para hilar la hebra con quien por allí pasara. La casa hacía esquina hacia el rincón en el que tenía un horno para cocer pan. La vivienda la han reconstruido Amelia Figueroa García, nieta de Concepción, y su marido. Viven en Asturias pero pasan temporadas en la Villa. Meli es una excelente pintora que, a veces, nos deleita con su arte. En el rincón además del de Concepción había otro horno que pertenecía a Encarnación “la Virgen”. Los dos eran utilizados, además de por sus dueñas, por familias vecinas y allegados. En ocasiones se utilizaban dos o más veces al día, cuestión de economía. No se gastaba la misma leña en poner al horno a punto para cocer el pan si solo se utilizaba de vez en cuando que si se utilizaba con frecuencia. Había quien tenía horno en su casa pero prefería recurrir a estos, eran más funcionales. Las usuarias “pagaban” cada vez que lo utilizaban una renta simbólica, que consistía en una torta más pequeña que las que hacían para ellas, que pesaban alrededor de tres kilos. Las cadencias en la utilización eran casi siempre las mismas y se sabía quién precedía y seguía en el uso. De la masa, antes de hacer las tortas, se reservaba un trozo, la recentadura, levadura o masa madre como se dice ahora, que se guardaba para dar al siguiente en utilizar el horno. Las mujeres eran las que realizaban estas labores y, siempre generosas, hacían riquísimas tortas de azúcar para los pequeños y bollas con chorizo y tocino para toda la familia. También en el rincón existía un espacio, murado pero sin puerta ni tejado, que los niños, sobre todo en las matanzas, usaban para jugar al escondite. Tenía muchos recovecos y al menos dos salidas, una a la calle de los Pájaros y otra, por detrás de la casa de “Cotovi”, para la Bomba. Ya, metiéndonos en la de San Andrés, tenemos la casa de la familia de Mateo Gago “Mateín” y Marina Gago, su mujer. Una casa grande, lo suficiente para albergar la gran descendencia que habían conseguido, seis mujeres y tres varones. Era de piedra vista, curvada para la salida del rincón. Una puerta de madera con postigo le daba vistas y salida a la calle san Andrés. Mateo y Marina, parientes lejanos, pertenecían a la extensa estirpe de los Gagos. Quizás el apellido que más se repetía en la localidad. Ahora viven en la casa, pero de la antigua han hecho una para cada uno, los hijos del matrimonio María, Evaristo y Domingo. A continuación hay un entrante rectangular grande donde hace setenta y más años allí tenían la vivienda las familias de Antonio “Garaito” y Herminda. Esta era conocida como “Maríapinta”, porque a un prado en el pago de ese nombre llevaba a pastar las vacas de quien le dio empleo cuando vino desde Portugal, su país. También vivían en este espacio Juan Lorenzo “el Burrallo” y su mujer Lucia Macho, y Luciano y Paulina. Antonio y Herminda se fueron pronto a vivir a la calle de la Obliga. La familia de “Burrallo” se marchó para Madrid. Tenían hijos e hijas; uno de ellos, en la escuela de don José, cuando el maestro pasando lista le nombraba, contestaba fuerte y sacando pecho ¡Macho! Cañedo, que tenía facilidad para hacer malos ripios, le dedicó a Juan estos: Me marcho para Algeciras/ por no ver a las Caipiras/ subido en un caballo / que se parece a Burrallo. Luciano Rego y Paulina Cerezal vivieron siempre en este sitio. Ella, como antes apunté en la calle de los Pájaros, era partera, trabajo que debía de hacer muy bien incluso con ella misma pues tuvo cuatro hijos y tres hijas, de los que descienden todos los Regos que, felizmente, han decidido continuar su vida en Alcañices y muchos que se ganan la vida por el ancho mundo. Luciano poseía amplios conocimientos en multitud de cosas; Tenía buena mano para todo lo concerniente a la horticultura; Le prendían bien los injertos y conocía las plantas medicinales. Incluso arreglaba pequeñas averías que algunos se hacían como esguinces, torceduras de pies o muñecas, desarreglos estomacales, etc. Era casi como un curandero. Haciendo esquina con rincón y la calle está la vivienda y el corral de la familia de Antolina Carrión y Pablo Carrión. El edificio sigue estando como cuando ellos vivían, conjugando la pizarra en los vanos de las paredes con el granito en los contrafuertes y en las jambas y dinteles. Como todos los matrimonios de la época tuvieron una amplia familia, cinco hijos y dos hijas, entre ellos Tomás, el alcalde que más tiempo ostentó el cargo en la Villa. En esta casa vivió todo el tiempo que estuvo en la aquí el ínclito don Manuel, jefe de la comisaría de policía, a quien Jesús “Pulga” bautizo como “el Tigre de Mieres”. Era viudo y tenía cuatro hijos. Las hazañas de este hombre merecerían un libro. Dos anécdotas: Antonio Cerezal tenía en el bar de la calle la Herradura una mesa de villar, entonces había muchos aficionados y había que hacer cola para jugar. Cuando llegaba “el Tigre”, lo pongo en minúscula pues era bajito, se interrumpía la partida en curso para que él jugara. Pero un buen día que estaba jugando Alonso Romero, cuando llegó “el Tigre” la partida no se paró. Este reclamó su prioridad pero Alonso no solo no se inmuto sino que puso al “Tigre” contra la pared y le dio unos achuchones. Desde ese día se acabaron los derechos. Otra: don Manuel iba a los pueblos en una moto con sidecar pilotada por un motorista, para hacer el DNI a la gente. Cuando llegaba a las localidades daba una vuelta por las calles y si aparecía un pollo, un tiro y a la fardela. Consecuencia de tener que alimentar a la familia. ¿La gente?, punto en boca. La siguiente edificación pertenecía a Santiago Gago “Santiagote”. Tenía dos viviendas y en ellas vivieron desde que contrajeron matrimonio sus hijas, Dolores e Inés, casadas respectivamente con Manuel Gago “Melujo” y Luís Gago “Mejias”. Aunque los dos llevaban el mismo apellido no tenían parentesco. Luís era de San Mamed. Los dos matrimonios disponían de casa y corrales para el ganado. Luís cantaba bien por Angelillo, sobre todo fandanguillos, le gustaba mucho el que dice: El canario de Madrid le dijo al niño Marchena, si cantas mejor que yo la copa de oro te llevas, si no me la llevo yo. Ahora en estas casas viven descendientes de esos matrimonios. La casa que sigue perteneció a Eusebio Fernández “Pichi” (le llamaban así porque en unos carnavales se vistió como el famoso chulo de la canción de Celia Gámez) y a Águeda, su mujer. Vivieron aquí hasta que se trasladaron a la calle San Francisco. No tuvieron hijos y prohijaron a Antonio Rodríguez, hijo de Domingo “el Rojo” y Jacoba cuñados de Eusebio. La vivienda, renovada, pertenece a María Vara Martín y José Rodríguez, hijo de Antonio, marido de María. El local donde ahora está un bar y la Casa Rural la Atalaya, perteneció a José Ramos “Cotovi” y a Eugenia Vaquero. Allí vivió este matrimonio y sus dos hijas y cuatro hijos. “El Sr. Cotovi” era todo un personaje. Sus padres eran carboneros y él contaba que en su juventud, época en la que en Alcañices había mucha afición a jugar dinero, cuando había ganado, al subir a la cama dejaba caer por las escaleras una moneda de “a duro”, haciendo que sonara mucho. Era como una contraseña para que no lo llamaran para hacer el carbón, ya había ganado el jornal. También le oí contar que una vez fue a la feria de Zamora a vender un burro, y que jugando a las cartas en el café Lisboa perdió el dinero que obtuvo por la venta. Que se fue a la oficina de telégrafos y puso un telegrama a sus padres en el que decía: Burro vendí dinero perdí, Cotoví Puente de Piedra, que hago. Y que su padre por el mismo medio le contestó escueto: Tírate. Evidentemente era una gracieta. Gran parte del año lo pasaba en Madrid. Cuando venía, llegaba cargado de jamones quesos y otras viandas casi desconocidas por aquí entonces, además muchos billetes verdes. Ya mayores a Eugenia y José les gustaba salir a tomar un café y estar con gente joven. Recuerdo una vez que nos invitaron al grupo a su casa y ambos representaron: Lo que le dijo el Guajiro a la guajira, parodia cubana que escenificaban con muchísimo arte. Ninguno de los que tuvimos la suerte de disfrutarlo lo hemos olvidado. Heredó la vivienda su hija Alicia quién, casada con un Muñoz, se había ido para Brasil donde residía el marido. Vendió la casa a Ángel López Rivas y a su mujer Mercedes Santiago que renovaron el edificio para poner el negoció, Casa Rural la Atalaya y bar, que regenta su hijo Angelito. Pertenecía la vivienda siguiente a una familia conocida como las Obdulias. En la casa vivía el matrimonio formado por una de las hermanas que estaba casada con Fernando Román, procedente de Alcorcillo. Convivían con una hermana de la mujer y tenían dos hijas, Carmen y Pilar. A continuación había un pajero que pertenecía a Mateo Gago, espacio donde se han hecho una vivienda Manuel Gago Gago,”Lolo”, hijo de Mateo, casado con Pilar Rivas. El edificio siguiente era de Agustín Gago “el Desorejao”, hermano de mi abuela María Gago Gago, que estaba casado con Agustina Rivas. Era un caserón grande que tenía un portal enlosado de pizarras, pulidas por el tiempo y por los pasos de los moradores. El matrimonio, agricultores acomodados para la época, tenía dos hijas, Agustina y Angelita y dos hijos, Eusebio y Manuel “Nucho”. Después se abre una calleja que, en teoría, creo que tiene salida a la parte posterior de las casas de esta calle hasta llegar al rincón donde están los hornos de los que escribí al principio de este paseo. En la esquina a la calleja había un corralón que servía de pajero y cuadra para vacas y ovejas que también pertenecía a la familia del “Desorejao”. En él, en mayo, hacían el esquileo de las ovejas. Entonces la lana valía mucho y ese día era tan importante como cuando se limpiaba en la era el cereal. Algunas veces participe en la convidada. “Nucho” de adolescente era el pastor, se fue a la mili y posteriormente desarrolló toda su vida profesional como taxista en Madrid, donde fundó una familia y se quedó a vivir. Heredó este espacio y edificó la casa que ahora hay, a la que viene con frecuencia. Circunvalando lo que fue la plaza de las Moreras están, la casa de Eusebio Gago, las viviendas que hizo Carlos Rodríguez “el Rojo”, el bar Jamaica, la discoteca, el Mesón Alistano, en el sitio que fue de mi familia y vivieron mis padres allí algún tiempo, a quienes se lo adquirió Domingo Prieto “Negrín”. El edificio del pub Zafiro y las viviendas las edificaron en un garaje de la Alistana. Cruzando la carretera de Rabanales tenemos la casa en la que habitó Florentino García y Mari. Charlando Florentino y Manuel Antonio Lorenzo Más, “Tonete” con Mari, que estaba en el balcón, acertó a pasar con las vacas de Alfonso Revuelta, el veterinario, el pastor que las cuidaba. Este tenía fama de ser un poco parado y Florentino le dijo a “Tonete”: Vamos a reírnos un poco, ya verás, y dirigiéndose al pastor, Oye ¿cómo es que cada vez que pasas andas diciéndole cosas y metiéndote con mi mujer? ¿Pero tú qué crees? El vaquero, con parsimonia, le contestó: ¿Quién, yo a ella? Ella a mi sique. Florentino, aceptando el revolcón, le comento a Tonete: Ahora sí que me jodió. Desde el cuesto, por la derecha, hasta la calleja de Rabietas todo eran corrales y pajeros que ahora son garajes. La segunda edificación es una vivienda que pertenece a Piedad García y a su marido y hacia el final, otra vivienda que pertenece a Angelita Gago y a su cónyuge. A la calleja tiene salida el Yoque y en ella pone la terraza. En la esquina con la calle que va a la plaza Pérez Marrón, vivía la familia de Familia de Félix Andrade. Félix había sido carabinero y cuando se jubiló puso un taller de carpintería. Trabajaba bien y lo hacía casi en exclusiva para Manuel Corcovado. Tenían un hijo y una hija. El hijo, cabo de carabineros destinado en Vivinera en la caseta de la Canda, era alto y fuerte. Tenía un bigote que le daba un ligero parecido a Jorge Negrete. Visitación, la hija, estaba casada con Lorenzo, conductor del Dodge, camión insignia de la Alistana. Lorenzo era alto y fuerte y, aunque aparentemente tranquilo, contribuyó a pararle los Mieres. Manolo Pérez “Mona” lo definía así: “ostia que pega tío que mata”. Retornamos a la calle Labradores para completarla y vamos desde el Hospital, del que ya hablé, hacia su principio. Después de la calleja de Peñalosa hay una cuadra que pertenecía a Florentino Romero. Al piso de arriba se accedía por una escalera exterior de piedra. Tenía una plataforma a la que llamábamos el Púlpito, que tomábamos por castillo medieval, y jugábamos a conquistarlo o defenderlo, según los casos, provistos de espadas y escudos de madera. A continuación hay un local que pertenecía a Andrés “Rabietas” en el que Domingo “el Cholero” procedente de Nuez, pariente “Ramboya”, tenía un taller dedicado exclusivamente a hacer maderos, para cholas. Las hacía de madera de negrillo y, además de para los zapateros de Aliste, las fabricaba para muchos otros clientes que tenía por varias provincias. En aquel tiempo era una industria rentable e importante. La siguiente era de Francisca “la Santa” y de Manuel Rodríguez, su marido, edificación que tenía, tiene, una bonita fachada que conjuga con acierto ladrillo y cemento. Francisca era hermana de María “la Ruana”, mi abuela. Manuel era sargento de la Guardia Civil y ella era la que atendía el ganado y trabajaba las fincas familiares. Tuvieron a Teresa, Julia, Pilar, Jesús y María. Aunque las mayores estando solteras trabajaron las tierras, casadas dejaron de hacerlo y, ni Jesús, que emigró para Ecuador, ni las hijas siguieron con los trabajos agrícolas. Las demás edificaciones de la calle por esta acera son traseras de las viviendas que das a la de San Francisco. Doblando la esquina está la zapatería y vivienda de Emilio Ferreira, herencia de su madre Salud Fagundez. Entre esta casa y la tienda que tiene la entrada por la de San Francisco, había una elevación sobre la calle que desapareció cuando bajaron su altura a la que tiene actualmente. Por la elevación se accedía a la peluquería de José Golda, en la que aprendió el oficio Juanito el “Mielgo”. Los Golda y los “Mielgo”, excepto la mujer de José Augusto “el de la Elisa”, se fueron para la Argentina. Tina, la pequeña del “Mielgo” venía los veranos con su marido. Volvemos a Labradores. En la esquina con Hospital hay un local de la familia de José Argüello “Lecherín”, de quien pasó a su hijo Jaime, siendo en la actualidad de algún heredero. Tenía en la esquina un gran poyo de cantería en el que, los días soleados del año, pasaba horas sentado Manolo “el Chivo” esperando que llegaran las horas de tocar las campanas que llamaban, con los toques correspondían, a cada uno de los actos religiosos. Viene ahora la casa en la que viven Antolín Román García y Carmina Barrigón. Antes era del abuelo de Antolín, Miguel García “el Polla”. Tenía la fachada de piedra, con jambas y un dintel que, lañado, han conservado en la remodelación. La balconada de madera, como las tradicionalmente alistanas, era irrecuperable. Miguel la usaba como cuadra donde guarecía a Ligero, caballo que utilizaba para llevar a las ferias calzado para la venta. Haciendo esquina con el ensanchamiento de la calle, está la casa que fue de la familia Carrión y que reconstruyeron Ángel Carrión y Monse Ramos, que es quien ocupa hoy la vivienda. En la esquina que hace el ensanchamiento estaba la edificación que utilizaba de cuadra y pajero Cándido Carrión. Hoy, renovada, la utiliza como casa de vacaciones su nieto José Luis Rodríguez Carrión, con su esposa Viky y los hijos de ambos. A continuación hay dos corralones seguidos de lo que fue el horno de Jacoba Fernández. Este horno también era utilizado como los que he descrito anteriormente. En él hacía mi abuela María el pan aunque tenía horno en su casa, pero es que en este se gastaba menos leña para calentarlo. ¡Cuántas veces fui el encargado de ir a buscar la recentadura a casa del anterior usuario del horno! Claro que la recompensa lo merecía. ¡Que rica la torta de azúcar! La edificación era de piedra con una balconada de cantería y madera y un magnifico dintel de cantería en la puerta, que tenía cincelada una cruz con base y la cifra 1784 ¿el año de construcción? El 7 parecía un 1 por lo que algunos transcribieron como 1184 y atribuían a los Templarios. Utilizaban un compartimento para almacén de las pieles que compraban por los pueblos. Paco “Ladronón”, en connivencia con Cirilo Pérez, cogían pieles del almacén y Cirilo se las revendía a Domingo, padre de Paco. La última vez, ¡a ver quien repetía!, que intentaron la jugada Domingo descubrió la procedencia de las pieles y le propino unas “lambadas” a Cirilo. Cuando a este le salió Paco al encuentro para repartir el dinero de la venta, Cirilo le dijo: vete a cobrar lo tuyo que yo ya llevo lo mío puesto. Adosada al horno, Domingo Rodríguez “el Rojo”, Jacoba y los nueve hijos del matrimonio tenían la vivienda y el taller de zapatería en el que trabajaban los seis varones. Todos eran muy dados a gastar bromas a los clientes como: decirles que metieran los pies en el balde donde ablandaban la suela para tomarles medida, o ponerles chinchetas en las sillas donde se sentaban y otras de ese nivel. Lo que hacían, y muy bien, era silbar las canciones que más habían escuchado en las fiestas. El ritmo lo llevaban con el martillo, por lo que lo más más adecuado era silbar pasodobles. Los boleros y los tangos no eran lo indicado para modelar la suela. El que mejor lo hacía era Paco. La vivienda contigua pertenecía a Mateo Prieto, funcionario de prisiones en Madrid, hermano de Manolo, abogado de prestigio, de Gonzalo, policía y de Elvira, soltera de nacimiento. Mateo cuando se jubiló vino para la Villa y vivió en esta casa. También en ella vivieron Eusebio Gago y Consuelo Carrión, su mujer. En la casa baja que había a continuación, donde ahora hay una casa de pisos que hizo Manolo Bermúdez “Rebujas” estaba la tienda y el taller de Gerardo el hojalatero, donde hacia y vendía todo los candiles, faroles, regadores, y todo lo que era factible de hacer en hojalata. Era una gozada entrar allí y ver colgadas en las paredes y amontonadas por doquier las existencias. Aquella artesanía valdría un dineral. A Gerardo la llamaban “Pirata”, cosa que le sentaba muy mal. Un día Peñalosa le dijo a un viajante que fuera a la tienda y le dijera que se le había estropeado el pirata del coche. Menos mal que lo que estaba haciendo Gerardo en ese momento era un candil, que si está trabajando en algo pesado tiene todavía abierta la cicatriz. En el retranque de la calle y fachada para de san Andrés está la casa de Andrés Gago, “Rabietas”. En la que vivió la familia que formó su hijo Domingo, quien, además de todos los bienes, era hijo único, heredó el apodo. Donde ahora hay una casa de pisos que tiene en los bajos al BBVA, propiedad de Domingo Rodríguez y de Alfonsa, estaba la vivienda de Manuel Muñoz y de Sarito Sánchez que compartían con sus hijos Luisa, Sarito, Maribel y Antonio. Muñoz era el tratante de ganado más importante de Aliste. Tenía matadero propio en la calle de los Labradores y surtía de la excelente carne de las terneras de raza alistana a los mejores hoteles y restaurantes de Madrid. En la Era, donde la sierra de Tomás “Chepita”, tenía una cuadra donde metía los toros de remonta que a su tiempo, cuando los distintos dueños consideraban que debían retirar, había comprado. Para que los toros convivieran sin problemas era necesario establecer una jerarquía, que se solventaba en una pelea. La contienda se hacía en la Era y la gente acudía masivamente a verla. Una vez acabadas las peleas, había varias en función del número de toros, el vencedor era el jefe y los demás acataban el rango. Algo parecido a las peleas de touros que hacen en Portugal, pero peleándose por el rango, de verdad, no para dar espectáculo. Ya mayor, Muñoz se fue para Brasil, creo que a Sâo Paulo, donde tenía un hermano, con toda su familia. Haciendo esquina con la plaza de Pérez Marrón está la casa que fue del Sr. Esteban “Grisuela” también conocido como el de la “Alistana”. Esos apodos venían: uno por el lugar de nacimiento y el otro por ser socio fundador de la empresa de transportes de ese nombre. En el bajo de la casa vivía el Sr. Honorio, portugués empleado en la empresa que proporcionaba la energía eléctrica a varios pueblos de Aliste, y Consuelo Miguez, “la Churufa”, su mujer. En el piso de arriba vivió Manolo Gómez, sayagués de Bermillo, que fue taxista y posteriormente socio de Florentino García en un negocio de vinos y licores. La mujer de Manolo fue senadora por UCD, pero para entonces ya habían cambiado el lugar de residencia. Fernando Bartolomé y Mary vivieron algún tiempo en la casa. El edificio lo adquirió Argimiro, sobrino como Mary del Sr. Esteban, también procedente de Grisuela, y se estableció en la Villa de taxista. A continuación, donde vive Soledad Gago y está el Yoke, había una cuadra que pertenecía a Manuel Muñoz, en la que, reformada adecuadamente, pusieron un taller de costura que dirigían Sarito y Maribel. Era el tiempo en que estaba de moda entre las chicas vestir los famosos cancanes y las del taller estrenaban los que ellas confeccionaban el Domingo de Ramos. Estaban guapísimas. Inmediatamente después, en el lugar donde está la carnicería y la vivienda de Fidel Fernández, estaba el garaje de la Ford y el taller mecánico, fragua y forja para recomponer las piezas de los camiones de la empresa la Alistana. La Ford era una camioneta, si no la primera que hubo en Aliste, si una de las primeras. Era todo terreno, lo mismo sacaba chopos de sitios inaccesibles, que llevaba los costales de grano desde la era a la panera. Era viejísima y funcionaba gracias a los cuidados que le daban Ramón Martín “Carnero” y Esteban “Grisuela”, quienes eran capaces de rehacer cualquier pieza que se hubiera roto o estropeado. Ramón y Esteban pasaban riñendo todo el tiempo, Esteban le llamaba a Ramón “Ovejo”, entre otras lindezas. y Ramón le decía a Esteban que se fuera para fuente Fidionda, que era el sitio que le correspondía. Llevaban mucho tiempo juntos y, como un matrimonio bien avenido, eran inseparables. La construcción emblemática de la plaza son las escuelas, magnífico edificio construido en 1905, que está perfectas condiciones, las mismas que cuando lo hicieron. En mis tiempos de colegial tenía tres aulas y vivienda para un maestro. Un aula, la central y más pequeña, para niños de 6 a 8 años, a la izquierda otra para los 60 o más alumnos de 9 a 11 y a la derecha la tercera para todos los mayores que hubiera de hasta 14 años, tiempo en que acababa la escolaridad “obligatoria”. Los maestros de aquel tiempo eran Don Eladio, Don Federico y Don José, que disfrutaban de una autoridad incontestable. Había clases de 10 a 13 y de 15 a 17, excepto la tarde del jueves, seis días a la semana. Los alumnos eran los encargados de la limpieza del aula, a lo que dedicaban la tarde del sábado. Uno de los maestros más recordado con cariño y respeto por sus alumnos, era don Emeterio Cabrera. Represaliado en 1936 por cumplir la ley, con suspensión de empleo y sueldo y multa de 10.000 pts. a quien, paradójicamente, por ese tiempo le falleció un hijo en un hospital de San Sebastián, soldado del alzamiento, herido de bala en el frente de Navarra, con fama de santidad como acredita una carta del obispo de esa localidad dirigida a don Emeterio. Lo que okupa ahora Telefónica y Medio Ambiente formaba, con lo poco que queda libre, la Plaza de las Moreras. Tenía 12 o 15 árboles de morera en los que aprendimos a trepar todos los niños y era donde se jugaba en los recreos. ¡Qué espacio perdimos! Menos mal a “Crispilandia”. En la plaza de las Moreras, en la casa que es de Martín Peña, vivía Doña Valentina Elvira, Maestra Nacional y David García su marido, a quienes recuerdo mayores, tomando el sol en frente de la casa, sentados en sillones de mimbre. La vivienda anterior era la de Tomás Casas “el Serreño” con su familia. Una de las hijas del matrimonio, Mercedes, única descendiente que quedó en Alcañices, está en la residencia Virgen de la Salud. Lo que ahora es la cafetería la Toscana era propiedad de Tomás España y durante mucho tiempo fue el cuartel de la Guardia Civil. Alcañices era comandancia de ese cuerpo y había capitán, teniente, brigadas, sargentos, cabos y guardias. Algunos vivían en el cuartel pero la gran mayoría, como evidencian estos escritos, vivían repartidos por casas de la localidad. El cuartel era de una sola planta y no reunía las mejores condiciones de habitabilidad. Tenía oficinas y alguna dependencia para los detenidos. Los vecinos de las casa aledañas contaban que a veces oían voces, y no precisamente de gozo, de los retenidos en sus dependencias. Miguel Rostán, en Aliste al Trasluz, escribe un relato que cuenta lo que algunas veces pasaba en ese sitio. ¡Si las paredes hablaran! En plena curva del Convento, el edificio siguiente era de Manuel Corcovado. Constaba de una vivienda que ocupó algún tiempo la familia formada por Manuel Martínez y Transito García con sus hijos Rufo, Manuel, Miguel y Gonzalo. Después vivió allí el Sr. Manolo García, el de la Alistana, Fernanda, su mujer y los hijos de Manolo: Florentino, Cesar, Antonio y Manolo. Todos estaban empleados en la Alistana, el padre era socio de la empresa y los hijos conductores de los camiones. Seguidamente había unos locales grandes que servían como oficinas y garajes. En un local aledaño hubo durante mucho tiempo un coche que perteneció a un hijo de Corcovado que había muerto en accidente de caza. El coche permaneció, sin que nadie lo usara, hasta que Corcovado falleció. Los herederos lo vendieron a un coleccionista. Enfrente, adosados al ábside de la iglesia, había varias construcciones una, vivienda de Mariano Osaba, y las demás garajes y almacenes. En uno de estos estaba el negocio de vinos, cervezas y licores espirituosos de Florentino García y Manolo Gómez que distribuían por medio Aliste. El negocio fue traspasado a los hermanos Martín Barros. Y la pandemia continúa.