¡Quien es
Dios!
No piensen que este aparatoso título es una tesis teológica o filosófica,
se trata sencillamente de contar las repuestas que dio a las preguntas que le
hicieron a una niña a la que estaban adoctrinando para recibir la primera comunión.
Así que tranquilos que no es tan transcendente la cosa.
En aquellos oscuros tiempos en los de
la creencia de que “la letra con sangre entra”, bueno, quizá la sangre no
llegara al rio, pero sí que los castigos corporales eran los que primaban:
largas puestas de rodillas, alguna que otra bofetada y, algún que otro
coscorrón con el puño cerrado y el dedo corazón sobresaliendo para que percutiera con fuerza sobre la pobre
cabeza del indefenso aprendiente.
Bien, pues
en ese entorno, a una niña que contaría seis o siete años, el sacerdote que les
daba la doctrina siguiendo el catecismo del padre Astete, le preguntó que quien
era Dios. La niña, posiblemente influida por las conversaciones que oía en su
casa, sin pensárselo dos veces, contestó: Corcovado
y otros dos. La bofetada no se hizo esperar, pero la respuesta fue premiada
con el paso a la historia, quedando en
el acervo cultural de la villa. La frase fue durante mucho tiempo repetida por
todos, no tratando ridiculizar a quien la dijo sino como definición del estatus
social de quienes eran entonces los que mandaban de verdad en
la localidad, y que la niña tenía como los verdaderos, quizá sería mejor decir
reales, dioses.
En el aprendizaje del catecismo había una parte de difícil comprensión para las mentes
infantiles, bueno, yo todavía le sigo dando vueltas, que además serbia para que
los catequistas tuvieran la oportunidad de practicar la política para enseñar
que mencioné al principio. O sea, coscorrón y tente tieso. Esta era aquello de
preguntar al niño o niña asistente a la catequesis: ¿el Padre es Dios?, la
contestación irremediable era sí padre; ¿el Hijo es Dios? evidentemente la respuesta era, sí padre; y ¿el Espíritu Santo
es Dios? obviamente la respuesta también
era, sí padre. Y luego venia la inevitable ¿entonces cuantos dioses hay? La
rápida respuesta era: tres, pura
lógica, que traía aparejada la consiguiente bofetada y la calificación
subsiguiente, que nos podemos imaginar.
A quienes la niña en la repuesta
calificó como dioses eran: los Corcovado, apellido, no defecto físico, los
España, “lagartos”, y los Calvo, “sapines”. Los primeros, que además de tener
un molino harinero en Cerezal, posesión suficiente para pertenecer a la oligarquía rural, eran
los mayores terratenientes de la localidad. Los segundos, los lagartos, tenían
distintas profesiones liberales: medico, abogado y droguería, además de
posesiones e intereses en bancos y empresas que cotizaban en bolsa. Los
terceros, “los sapines”, también tenían un molino harinero en Alcañices, eran
los concesionarios de la distribución de la energía eléctrica en varios pueblos
de Aliste y tenían distintos negocios en
la villa. Esto es una aproximación a los
bienes que poseían estas familias, por eso, en tiempos de carencias y hambruna
de mucha gente de la localidad, no es raro que la niña decidiera que para ella
esos fueran los dioses. Curiosamente de
los Corcovados no queda nadie en la villa, todos se fueron. Ninguno de los España tuvo descendencia, aunque creo
que uno si la tuvo pero no estaba vinculado al pueblo. Los Calvo
si tuvieron descendientes y alguno de ellos sigue en la localidad.
La misma niña, y también en la fase de
preparación para tomar la primera comunión, fue protagonista de otra anécdota
que se sigue recordando. Para la enseñanza del catecismo los sacerdotes que
daban la clase y hacían las preguntas se ponían, bien por fuera o bien por
dentro del corro que formaban los niños/as a quienes estaban formando para recibir tan importante sacramento. Desde
su posición hacían las preguntas y respondían con un reconocimiento, un bien o
una palmadita, aprobatorio si la respuesta era acertada o un castigo,
habitualmente físico, acompañado del apelativo de burro o burra, si aquella era
errada.
En esta disposición, el doctrinante le
preguntó: ¿Cuál es el día más feliz de tu vida? La respuesta fue rápida y
sincera: El día de la matanza. El
docente que esperaba otra respuesta, quizá más adecuada a la situación pero no
tan sincera, quedó tan
desconcertado que no aplicó castigo
alguno. En cambio los compañeros neocomulgantes reaccionaron con una ruidosa
carcajada. En ese punto se dio por terminada la clase. El docente quedo tan
desconcertado que no acertó con otra manera de solventar la situación. La niña
había manifestado su verdad, el día de la matanza, o mejor dicho, los días de
la matanza no se iba a la escuela, se jugaba mucho y se comía bien, ¡que rica
aquella chanfaina! Es que, como decía un gran actor español, ¡lo primero es lo
que va delante!
¿A que era verdad que esto no tiene
nada que ver ni con teología ni con filosofía?
Saludos