Pues bien, en un pueblo de la raya, del
otro lado de la raya, aquel año había sido sequísimo, no había caído una gota de agua ni en el invierno ni durante
la primavera. Los campos eran un secarral; en
los prados se veían más trozos de calvas que de hierba y las gentes empezaban a pensar que tendrían que
desprenderse del ganado ya que no tenían posibilidad de alimentarlo y las
cosechas de cereales y hortícolas no se preveían ni medianamente suficientes.
Así que decidieron solicitar al cura
párroco que hiciera rogativas para pedir lluvia. Este accedió rápidamente a la solicitud, hombre de
fe, creía que ese tipo de cuestiones eran eficaces si en ello se ponía la convicción necesaria. El sacerdote no era como el de un pueblo alistano al que,
dada la pertinaz sequía, los feligreses fueron a pedir que hiciese una procesión para que
lloviese y les dijo que bueno, que si no
había otro remedio la haría, pero que al menos habría que esperar a que hubiese
alguna nube. Quizás este era algo más pragmático. Cuestión de puntos de vista.
En el pueblo de Ifanes, será mejor decir el
nombre, al otro lado de la raya, hicieron la rogativa con toda la solemnidad,
el cura, los mayordomos de todas las cofradías, los monaguillos y todos los que
ostentaban alguna representación o autoridad se revistieron con sus mejores
galas y sacaron al Cristo crucificado, imagen muy antigua a la que tenían una
gran devoción, para que por él mismo
comprobara el estado de necesidad. En Portugal san Isidro es casi un
desconocido, así les va, pues es un santo español, madrileño y puede que hasta
moro o, al menos, morisco.
La rogativa fue hecha con el mayor fervor,
los “Te rogamus audi nos” llegaron a su destino y fueron eficaces. Antes de
salir de la iglesia, donde la comitiva dio por terminada la procesión y dejó la imagen, empezó a llover copiosamente. Los
parroquianos se pusieron muy contentos, vieron que les habían atendido en sus necesidades y que las penurias que tenían por
inevitables llegaban a su fin.
Pero hete aquí que pasaban los días y la lluvia no cesaba. Los campos
rebosaban de agua, todo era un barrizal, los caminos se hicieron intransitables,
a los prados no podían llevar el ganado
y la cantidad de agua caída era tal que la yerba se pudría sin que los animales
la pudieran pastar y en las tierras los cereales estaban cogiendo un color que
no anunciaba una buena cosecha. En fin, que la meteorología había dado un
vuelco pero la situación no había mejorado sino todo lo contrario.
Así que otra vez los feligreses decidieron
acudir al párroco para solicitar otras rogativas, pero esta vez para pedir que
cesara la lluvia. Todo el pueblo, con el cura y todas las autoridades a la
cabeza, formó en procesión con el santo
Cristo en las andas, cantando con toda la potencia de sus pulmones (que
paradoja) para que la lluvia les dejara. Hicieron la procesión durante varios días, pues el
agua seguía cayendo insistentemente. Después de repetir la solicitud muchas
veces la lluvia no cesaba, la gente estaba desesperada al ver que su adorado
Cristo no les hacía caso y prever un futuro
más negro que los cielos.
Cansados de rezar y de suplicar, viendo que sus males no tenían
remedio, la enésima vez que sacaron al
Cristo sin que les hiciera caso, al llegar a la iglesia lo tiraron en la gran
laguna que se había formado en las inmediaciones.
La imagen, que como ya dijimos, era muy
antigua, estaba plagada de los agujeros que la carcoma le había hecho a lo
largo de los siglos. Así que al hundirse en el agua, el aire que contenía
produjo gran cantidad de burbujas que al salir a la superficie hacían el glu
glu característico. Las gentes que lo
contemplaban alrededor de la charca, que
no estaban precisamente contentas con la actuación del Cristo, en tono sarcástico, enfadados le gritaban: “carallo, ainda bufas”.
Desde entonces en ese pueblo ni se te ocurra decir: glu, glu,
glu, ni mucho menos acompañarlo de un gesto con la mano hacia arriba moviendo los dedos
haciendo como que algo ascendiera. Puedes tener problemas.
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