Yo soy un moro judío que vive con
los cristianos,
No sé que Dios es el mío ni quienes son mis hermanos.
Jorge Drexler
Cuenta la leyenda que tras el diluvio, Tau, nieto de Noé,
llegó a la desembocadura del Duero y que, después de fundar Oporto y
recuperarse de las penurias de la navegación, Yahvé le ordenó que llevara a su
gente hacia el este, “ir al este”
les dijo. Así que, río arriba, navegando
mientras les fue posible y caminando después, aquí llegaron
Tau y sus huestes, y aquí se
establecieron en estas tierras que, efectivamente, estaban al este. Como está demostrado
científicamente, el lenguaje siempre tiende al ahorro y a la comodidad y en ese
sentido va cambiando los nombres de los sitios y las cosas. Aquel “al
este” fue evolucionando: se unió el artículo al nombre, la primera e
se convirtió en i, y así
nació Aliste, palabra evidentemente
mucho más fácil de pronunciar que la original al este. Y así
surgió el nombre por el que se conoce
desde tiempo inmemorial a la comarca y
designa también al río, del que no esta muy claro si la cruza o la delimita.
Esta es la teoría definitiva que aclara de donde viene el nombre de este
territorio, que echa por tierra la de que se llama así por la existencia de
alisos. Ahora se nombra como comarca que está situada al noroeste de Zamora,
pero la realidad es que está: “aliste de Oporto”.
No le den más vueltas, esta es la historia y ese es el origen
y la razón de la presencia de los
judíos en la comarca, donde estuvieron muchos siglos, hasta que en 1492 los
reyes Católicos los echaron, siendo Argozelo y Carçao, localidades portuguesas
próximas, los lugares donde se aposentaron los que de aquí hubieron de huir a causa
de su expulsión. Aunque tampoco en Portugal les fue tan bien.
En Alcañiças el barrio judío (1)
se ubicaba extramuros, en el suroeste de Dentro la Villa, en la soleada ladera
que mira hacia el cañico de abajo,
en las Tenerías, que era el sitio,
de ahí el nombre, donde ellos desarrollaban la labor de curtición y tratado de
las pieles, trabajo en el que eran expertos.
Los judíos siempre procuraban hacer su vida un tanto separados de los
otros habitantes de la localidad; aunque las relaciones y la convivencia eran
cordiales, nunca se mezclaban, amigos sí, pero cada uno en su casa y Dios,
aunque con nombres diferentes, en la de todos. Tenían los judíos su propio cementerio en la margen
derecha del río, muy cerca de la desembocadura del Chapardiel, vigilado por la
peña que todavía hoy conocemos con el nombre que secularmente lleva esa raza:
la Peña de los judíos. Con los Templarios que, ojo al dato, comenzaron su
andadura en el templo de Salomón, y fueron durante casi dos siglos señores de Alcañiças, siempre se llevaron muy
bien.
El
tiempo en que el señorío de la villa perteneció a la orden del Templo,
los judíos vivieron la época más tranquila y prospera, se sentían protegidos y contribuyeron a que la localidad
fuera entonces un importantísimo lugar al que visitaban reyes, reinas, nobles,
obispos, etc. Evidencia de ello fue la larga estancia, casi un mes, que aquí
pasaron la reina de Castilla Doña María de Molina, Fernando IV,
Don Dinis, rey de Portugal, su esposa
Isabel, la aragonesa reina de Portugal beatificada en 1625, acompañados
de los nobles de ambos reinos, Guzmán el
Bueno, por ejemplo ( el del famoso puñal de Tarifa), durante la cual, entre otras cosas, acordaron un intercambio de territorios a
ambos lados de la frontera, que fijó los limites de los reinos y que, con ligeras variaciones,
siguen vigentes en la actualidad. De este tratado, concordia o como se quiera
denominar, salió muy beneficiado el rey Dinis que se aprovechó de la debilidad,
económica e institucional, y la presión,
guerra civil por medio, a que en Castilla estaba sometida Doña María de Molina
y su hijo Fernando el IV.
Después de este largo preámbulo,
vamos con la leyenda:
Hoy, aunque es muy posible, debido a los
obstáculos que hay para poder acceder a ella, que muchos no sepan nada de la
fuente del Pingón, esta sigue existiendo. Está
en la ribera, en el fondo de la cortada rocosa que cae desde la
estribación del alto de la Atalaya (siempre pongo la Talaya, ahora me vuelvo la
chaqueta), en una pequeña concavidad en la que constantemente gotea agua
purísima filtrada por las rocas, formando una pocita donde, de bruces, han
bebido generaciones y generaciones de alcañiceños. Al alto de la Atalaya lo horadaba una enorme cueva (todavía hoy conservamos los
nombres de Peña Cueva y Cueva de los
Judíos) que sólo era conocida por estos
y allí se refugiaban en tiempos de persecuciones y progons.
Los judíos, conversos y cristianos solo tenían
relaciones comerciales y de mera convivencia;
y aunque procuraban evitar intimidades interraciales, alguna vez surgían amores entre jóvenes
cristianos/as con judíos/as, “que
bonito es el amor” como dijo el alcalde Carrión celebrando una boda, que tenían
la consecuencia de mezclas no siempre bien aceptadas por los miembros de las
distintas razas que en la localidad convivían.
Una de estas relaciones fue la que
surgió entre Raquel y Ervigio, judía
ella, y de ascendencia alana él. Corría
el último cuarto del siglo XV y los tiempos eran agitados por estas tierras
fronterizas. Los portugueses eran partidarios de La Beltraneja (2), hija de
portuguesa y, por tanto, no apoyaban a Isabel
como heredera del trono de Castilla, cosa que se dilucidó no lejos de
estas tierras, justamente en Toro el año 1476. Y por aquí, como tantas veces,
era un ir y venir de tropas. Los judíos, que preveían de esto malas
consecuencias para ellos, entablaron relaciones con Portugal tratando de
guardarse las espaldas buscando un sitio donde poder establecerse en caso de
necesitar salir del país. Todo esto hacía que Raquel y su enamorado Ervigio
tuvieran muchas mas dificultades de las habituales para relacionarse. Los padres de ambos, que hasta entonces habían
sido tolerantes, prohibieron
terminantemente sus entrevistas y la pareja, para seguir viéndose hubo de utilizar
el ingenio y buscar nuevos sitios para sus encuentros.
Raquel, aunque nunca puso interés
en ello, había oído hablar en su casa de la existencia de una
gran cueva. Pero ahora era una plática, si bien velada y sólo entre los
mayores, que se repetía frecuentemente.
Se interesó en el asunto y entre los retazos de conversaciones que pudo
escuchar, descubrió que lo de la cueva era real y que había en las laderas de
la Atalaya puertas de acceso. Se lo dijo a Ervigio y ambos se dedicaron a
buscar los sitios por donde poder entrar en la cueva, si es que de verdad
existía. Tuvieron suerte y encontraron una grieta en la concavidad que hoy es
la fuente que les permitió acceder a la gruta. Desde entonces ese fue el lugar
de sus encuentros, que dedicaban a explorar
las sinuosidades de las dependencias que allí formaba el terreno.
Como venían sospechando,
desgraciadamente los malos tiempos llegaron para los correligionarios de
Raquel. Los Reyes Católicos decretaron la expulsión de todos los que
pertenecían a la religión y raza judía.
Y aunque en estas tierras fronterizas la ejecución de la orden se podía dilatar
en el tiempo, todos los componentes de esa colectividad decidieron
curarse en salud y establecerse
en el vecino reino siendo la localidad
de Argozelo la elegida por la mayoría de ellos. Poco a poco para allí fueron trasladando sus
pertenencias y estableciendo sus industrias.
La familia de Raquel, que era de las relevantes de su comunidad, fue la última en
abandonar Alcañiças. Ervigio y ella, que con las perturbaciones que en la
cotidianidad había producido el decreto de expulsión, se podían ver casi sin restricciones; afianzaron sus
relaciones y decidieron no separarse pasase lo que pasase. Los padres de Raquel
intentaron llevarla con ellos a toda costa y pusieron todos los medios para conseguirlo. Pero la pareja, ya resuelta
a permanecer juntos toda la vida, buscó refugio en la cueva y se internó en uno
de sus múltiples escondrijos, decididos morir en el empeño si fuera necesario.
La familia de ella fue renunciando a la
hija pensando en que había renegado de sus creencias y la de él, especulando
con la posibilidad de que su hijo se
había fugado con Raquel, desistió en la búsqueda.
La pareja vivió muchos años en la
enorme cueva disfrutando de la belleza que resplandecía a la luz que se
filtraba por el translúcido cuarzo que cubría
parte del techo. Pasó el tiempo y el olvido se llevó el recuerdo de la
cueva. La naturaleza fue cerrando los
accesos y el abandono, la desidia y el desinterés, dieron
paso a gentes poco preocupadas por el pasado. La apatía dejó en el
olvido la existencia de la cueva y la de la pareja que la habitaba. Las rocas,
removidas por los terremotos que de vez en cuando surgen a lo largo de los años, rellenaron la
concavidad; los huecos que no ocupaban se anegaron de agua, y esta es la que, aún hoy, destilando y purificándose
entre las rocas, cae gota a gota en la pequeña gruta que forma la preciosa fuente.
Jesús Barros
(1) “La judería de
Alcañices es un curioso enclave fronterizo que necesita una monografía
específica”. Juderías y sinagogas de la sefarad medieval. Ponencias de varios
autores. Editores, Universidad de Castilla la Mancha. 2003
(2) Juana de Trastámara, única hija de Enrique IV y de Juana de
Portugal. Se dice que era hija de Beltrán de la Cueva, de ahí lo de
Beltraneja, aunque parece ser que fue
concebida por inseminación artificial. Un
médico judío recogió el semen de
Enrique y fecundó con él a Juana. El tal
Enrique era impotente con su mujer pero no con meretrices
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