De cantares y coplas tengo un botijo
Cuando quiero cantar, tiro del pito
Popular
La alfarería es un oficio o arte, que
realizan los humanos desde los albores de la humanidad. Empezaron a ejercerlo
cuando descubrieron que mezclando tierra
y agua conseguían una masa consistente
que se podía modelar para hacer útiles
que, una vez tratados con fuego, valían
para contener líquidos, conservar y almacenar alimentos: embutidos, manteca,
aceite, castañas, etc. Utensilios que mantenían todo fresco y terso durante mucho tiempo y que,
incluso, servían para cocinar. En todas las excavaciones que los
arqueólogos efectúan, siempre encuentran restos de vasijas que fueron
elaboradas por miembros de civilizaciones antiquísimas, hechas con perfección y
belleza no superada en la actualidad.
La alfarería en Moveros, única actualmente
perviviente en Aliste, se viene
efectuando desde épocas prerromanos. Las mujeres zoelas, en Moveros esta
actividad siempre la realizaron las
mujeres, hacían cántaros, barrilas y pucheros con la porosa
arcilla que existe en los barredos de la localidad. Los hombres cavaban,
cribaban, preparaban y llevaban el barro a los alfares, hacían la cocción en
los hornos e iban a las ferias a vender
los “cacharros”. Pero quienes han hecho la labor de levantar el barro y
darle forma en los tornos, siempre han sido
las mujeres.
Y esto es lo que cuenta la leyenda de cómo
las mujeres de Moveros adquirieron la capacidad de crear objetos en barro,
llegando a conjugar perfectamente utilidad y belleza:
Una niña moverina observaba todos los días
como trabajaban el barro las mayores. Miraba
las cosas que hacían, sabía la utilidad de cada una de las piezas que
salían de los alfares y hasta ella misma cogía de vez en cuanto una pella de
barro, la echaba en el torno y trataba de levantarlo para hacer una vasija.
Pero las cosas que creaba no llegaban al
horno, nunca estaba conforme con lo que salía de sus manos, aspiraba a realizar algo bello y aquel amasijo que puso sobre la tabla no se
transformaba en el objeto que ella veía con su imaginación. Cinnia, hermosa, que ese era el nombre de la
joven y su significado, soñadora, romántica, creadora, artista inquieta,
siempre buscaba la belleza. Pretendía que todo lo que la rodeaba fuera
armonioso. Pero las necesidades vitales
no permitían a las gentes otra cosa más
que pensar en la supervivencia, en el día a día. Tampoco en aquellos tiempos
Aliste era la Arcadia feliz.
La niña subía a menudo hasta el alto de la
Luz, telúrico lugar sagrado en el que los habitantes de los castros
desperdigados por las inmediaciones iban a comunicarse con los dioses y
solicitar su atención. En aquellos tiempos los dioses, en el Olimpo cuando no
había grandes intrigas también se aburrían, se acordaban de los terrícolas y tomando figura humana, bajaban a la tierra
para ver cómo les iba a sus habitantes, y así se olvidaban de sus confabulaciones
internas, alimentaban su ego, concedían pequeños favores a los humanos y regresaban a disfrutar de los
prerrogativas que su paraíso les ofrecía.
Una de las veces Cinnia se sentó a la
sombra del menhir que existía en el alto, algo así como una antena que en la cima apuntaba a los cielos y ponía en contacto a los
terrestres con los dioses, y alisando un pequeño espacio de tierra, se puso a
dibujar cántaros y barrilas, todavía no
existía la palabra diseñar, soñando en
poder materializarlos algún día en barro con la belleza y utilidad que
imaginaba y que no sabía cómo plasmar.
Tan ensimismada estaba en sus sueños que no se dio cuenta de la presencia de
alguien que desde hacía un buen rato, la observaba calladamente. Interesada en
la actividad de la muchacha la visitante, que no era otra que Atenea, diosa
de las artes y de los oficios, hija de Zeus, que por encargo de este vistió y
adornó de joyas a Pandora para que sedujera a Epimeteo, preguntó a la niña:
• Que es lo
que absorbe tanto tus pensamientos que impide que veas lo que tienes a tu
alrededor.
• Mis
padres trabajan el barro, hacen cacharros que sirven para cocinar, almacenar
alimentos y contener agua, pero yo sueño con hacerlos más útiles, más bellos,
más perfectos. Los veo en mi imaginación, los dibujo en la tierra, pero no sé
como llevar eso a la práctica y transformarlos en reales.
• He bajado
del Olimpo para ver como sois los que pobláis esta tierra. Creía que erais groseros, toscos y que no estabais
interesados más que en la supervivencia. Es una sorpresa descubrir que tenéis
inquietudes, que apreciáis la belleza, que os interesan cosas más allá de mera
conservación de la especie.
• La vida
en la tierra es tan dura que exige una entrega casi total, pero si sabemos
apreciar las cosas bellas.
• Esta no
es la primera vez que tengo relación con
vosotros los humanos, aunque nunca me preocupé de vuestros anhelos. Veo tus
inquietudes y quiero que puedas realizar tus deseos, satisfacerte y, haciendo
algo útil y beneficioso para los humanos, justificar mi estancia entre vosotros.
Dime cuáles son tus deseos y te los concederé.
• Sólo te
pido que pueda hacer objetos de barro tan bellos como los que imagino.
• Te
concedo ese don. Desde ahora tú y todas las mujeres de tu localidad podréis
realizar en barro lo que imaginas en los
sueños. Creareis cántaros, tinajas, barrilas y botijos, que serán los más
bellos y útiles que nunca se hayan visto.
Cinnia se puso contentísima y preguntó que cual era lo
que tenían que dar a cambio del don que les otorgaba.
Atenea, después de pensárselo un poco, contestó: ves
que os otorgo a ti y a todas las mujeres de tu pueblo, la capacidad de crear objetos en barro
bellos, útiles, ligeros y manejables. Pero
para lograrlo os pongo una condición; tendréis que realizar el trabajo de rodillas. Así siempre os acordareis que es la concesión de
una diosa y que a los dioses siempre se
les reza de hinojos.
La niña fue para casa e inmediatamente
pidió a su padre que le hiciera un torno que, puesto sobre el suelo, girara con
facilidad. Se arrodilló, echó en la tabla una pella de barro, y alternando el dar vueltas al torno con las
manos con modelar la pella, trasladó al
barro todo aquello que antes solo veía
en su imaginación.
Desde entonces en Moveros se hacen los
cántaros tan bellos, su diseño es admirado y estudiado por etnógrafos,
ingenieros, artistas, diseñadores y científicos que, ni aún hoy, con los más
avanzados aparatos que la robótica ofrece, han conseguido superarlos. Tienen la
medida justa para portearlos al hombro, en la cadera o en las aguaderas que se
ponen a las caballerías, sin que, a
pesar del “chacolleo”, se derrame el agua. Son perfectos para verter su
contenido a un vaso, tanto durante el transporte como ya depositados en la
cantarera. Tienen la porosidad necesaria para conservar el agua a la mejor
temperatura. Son ligeros a más de fuertes y, aún rotos, siguen siendo útiles. Su
final fue siempre hacer de tiestos para las plantas.
Atenea, aunque sin identificarse, sigue
visitando a quienes otorgó ese privilegio de creación y nunca se ha arrepentido
de la concesión que hizo en el mágico teso donde hoy se venera a Nosa Senhora
da Luz, en el que en días lejanísimos Cinnia acudía a soñar y, posteriormente,
a dar gracias a aquella diosa que les concedió tan grande privilegio
Y como se canta en las jotas:
Allá va la
despedida,
La que echan los cacharreros
Aquí tropiezo, aquí me caigo
Se jodieron los pucheros.
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