Las leyendas de tesoros son frecuentes en
todos los pueblos alistanos. Raro es el
sitio donde no se cuentan historias de hallazgos de monedas, de vasijas conteniendo
tesoros o, como es el caso de Rabanales, de la aparición de unas llares de oro
cuando excavaban en una finca para hacer un pozo. Todas estas cosas se le atribuyen generalmente a los
moros aunque lo que se ha encontrado haya sido en castros y sea de época prerromana
o romana. Aquí los moros, como casi todos los que han estado de paso en estas
tierras, si han hecho algo es llevárselo, que dejar han dejado bien poco.
En la Villa se cuentan varias historias de
tesoros escondidos en grutas, altos y cuevas.
Sí, aunque parezca raro, la leyenda que tiene más visos de ser cierta es la del
Alto de la Horca. A este telúrico lugar siempre se le llamó el Alto del Tesoro o el
Castro del Tesoro, que es sitio que
transmite una energía que procede de las profundidades de la tierra y sale a la
superficie a través de las grutas sobre las que se asienta: Peña Cueva, el
Pingón, la peña de los Judíos y el
Chapardiel, que enmarcan el otero de la Atalaya.
El Alto del Tesoro, también conocido como
Alto de la Horca, es un monte que fue
muy protegido en los tiempos en que Alcañices era lugar estratégico, antes y
después de que Portugal fuera reino. Todos los pueblos que por aquí pasaron,
con más o menos prisa, procuraban posesionarse del Alto. Unos, porque desde
allí se dominaba la localidad y otros, los que no venían a quedarse, porque era el lugar desde el que los druidas se comunicaban con los entes conocedores de
las energías telúricas que provenían de la tierra, era un lugar iniciático. Alcañices,
que siempre fue localidad importante y con poderes, perdió su categoría desde
el momento que convirtió este lugar mitológico en basurero. El Alto se venga
desposeyendo a la villa, no solo de su fuerza y
potestades, sino también de las posibilidades de futuro como entidad
importante hasta que no limpien todo y puedan volver a fluir las fuerzas
telúrico-magnéticas que de él emanaban en otros tiempos.
En alguna ocasión he contado la historia
del viejo y sabio peregrino que llegó a Alcañices y dijo que en las
inmediaciones del pueblo había un gran tesoro. Hay que recordar que este señor
se alojó en la Quinta, de donde desapareció misteriosamente; que de la Quinta se
cuenta, y los restos arquitectónicos que aún hoy allí existen lo confirman, que
era un lugar de recreo y meditación de los templarios; que los templarios
fueron señores de la villa hasta varios años después de la desaparición de la
orden y de su famoso tesoro; que el tal
tesoro, que se sepa, no ha aparecido; que la villa fue una de las bailáis mas
importantes de los reinos de León y Castilla; que los templarios se refugiaron
en Portugal y fueron parte importante en el engrandecimiento del país vecino al
que transmitieron sus conocimientos; que todos los reyes portugueses trataron
de apoderarse de la villa y removieron sus cimientos en mas de una ocasión; que
por aquí, al ser camino de Santiago, no necesita ser justificado el paso de gentes con
conocimientos esotéricos que vienen buscando señales. ¿No será que es un sitio
estratégico o con “tesoros” y que a quienes no poseemos conocimientos se nos escapan?
Mucha es la investigación arqueológica que habría de realizarse. Dentro
la Villa conserva restos de edificaciones, pero sobre todo de cuevas y túneles que si se exploraran nos revelarían
secretos e historias y, quién sabe si objetos, “tesoros”, de valor material e
inmaterial incalculable. En la Quinta, hermosa finca de recreo de los
Templarios, aún es perfectamente apreciable gran parte de una bóveda realizada
en piedra de granito meticulosamente ensamblada. Nombres como el Trincherón ó
la Estacada, nos hablan de fortificaciones muy anteriores al Medievo. Hasta
hace muy poco creíamos que Alcañices era
una localidad en la que nunca había sucedido nada relevante, pero aquí vinieron reyes, obispos, órdenes religiosas
y personajes que ocupan muchas páginas en los libros. El cardenal Guido,
personaje que aparece en la novela el Nombre de la Rosa, fue el legado
pontificio que vino aquí parta solventar
las discrepancias que había entre el clero secular y los templarios. La bella
Ana Henríquez, hija del primer marqués,
es protagonista en el Auto de fe que nos relata Miguel Delibes en el Hereje. Alfonso X, María de Molina, Don Dinís, su
mujer santa Isabel de Portugal, Fernando IV, Guzmán el Bueno (aquel que en
Tarifa, entre su hijo o la ciudadela, prefirió la ciudadela) Juan Carlos I, Jorge Sampaio, son algunos de los muchos
personajes que aquí se llegaron. Relacionar a todos sería muy pesado.
Hijo
de la villa fue Martín Henríquez, virrey de México y del Perú y también Fray
Alonso de Alcañices, que fue uno de los primeros españoles en la Ciudad de los
Ángeles, la actual Lima, fundador del primer convento franciscano que hubo en
Suramérica, miembro de los famosos Doce Apóstoles de la provincia del Perú. Era
un taumaturgo, curaba a los enfermos,
levitaba, las sagradas formas hacían coronas alrededor de su cabeza y era
venerado como santo. La próxima leyenda contará su historia.
Jesús Barros