miércoles, 7 de abril de 2021

LA CALLE CASTROPETE

Calle Catropete (FOTO de José Ramos Vaquero)


Vamos hoy a dar una vuelta por esta calle, antaño muy populosa, que daba paso al barrio de la Atalaya. En lo que yo conozco se llamó: Carretera de Zamora, Castropete, Calvo Sotelo, otra vez Castropete y ahora Avenida de Castilla y León. Parece la calle de una ciudad que en cada elección haya cambiado de partido político. A mí la denominación que más me gusta es Castropete, aunque no encuentro justificación al nombre, y la he buscado. ¿Pudiera ser una referencia a algún castro que estuviera ubicado en el alto de la Atalaya? En el término de Alcañices hay un sitio que se denomina Alto del Castro (el palomar de Porrón) al que precisamente se llega por otro pago que se llama la Calzada. Alcañices necesita urgentemente un estudio histórico y arqueológico. Los indicios arqueológicos abundan y la historia está escrita, solo hay que investigar. ¿Qué tal una dotación económica para hacerlo? 

 Bajamos hacia el Chapardiel y, como de la casa de los Turieles ya me ocupé cuando la Plaza, seguimos calle abajo. La siguiente es una casa grande que en su fachada norte ocupa toda la calleja a la trasera del Portalón. Allí vivió el Sr. Gerardo Mañanes con su familia hasta que se fueron para Irún. De ellos hablé en la plaza Ferreras. A la casa pasaron a vivir Santiago Losada, su dueño, con Manuela Faundez, su esposa, cuando dejaron la tienda de coloniales y la vivienda que ocupaban en la Plaza. En la parte que da a Castropete vivió la familia del Sr. Sindo, todo un personaje de quién escribí un cuento que está publicado en uno de mis libros de relatos. Sindo vivía con su hijo Félix y tenían una pensión en la que se albergaban los músicos, de Corrales o del Piñero, que venían a tocar en las fiestas de la Salud y San Roque. En el bajo de la casa tenían también una pequeña taberna y en un aposento inmediato estaba la oficina de recaudación de contribuciones. Félix era un excelente repostero, elaboraba Brazos de Gitano y los llevaba a casa de los destinatarios, generalmente las familias acomodadas, paseándolos por la plaza en grandes bandejas, paño blanco de camarero colgado del brazo izquierdo, poniendo los dientes largos a todo el que los veía. Ahora ocupa la vivienda Paulina Faúndez quien, en su matrimonio con Julián Pérez “La”, formó una gran familia.
 Se abre la calle a un pequeño espacio donde tenía la vivienda la familia de Domingo Polo, no recuerdo el nombre de su mujer, tenían varios hijos, los más pequeños: “Arrillas” y Domingo eran, más o menos, de mi edad. Cuando los Polo dejaron Alcañices ocupó la vivienda la familia de Pio, guardamontes que procedía de la localidad salmantina de la Alberca. A este espacio da la trasera de la vivienda de Daniel Prieto. Tanto esta casa como la de Polo tienen unos coquetos miradores de madera que están soportados por columnas de granito procedentes, probablemente, del claustro del convento de san Francisco. Estas balconadas hacen que el rincón sea uno de los sitios más agraciados del pueblo.
 En la esquina, volviendo a Castropete, está la casa que fue de Agustín Campos “el Jato” y Victoria “la Pantomima”. Familia de labradores y pequeños ganaderos, vendían la leche que le proporcionaban sus vacas, y también se dedicaban a la compraventa de ganado. Lo adquirían en las ferias de San Vitero y Rabanales, a las que iban a lomos de una pequeña y vivaracha yegua. Continuador de estas tareas fue Antonio, hijo de Agustín, que cruzaba la plaza cabalgando la yegua con más arte que Peralta en los ruedos. Compró la casa Pilar Pérez, hija de Manolo “Mona” y Marcelina, que es quien la habita actualmente. 


Seguidamente tenemos el inmueble donde vivieron y tuvieron tienda de coloniales Felipe Cerezal Casas “Caisas” y María su mujer. Tuvieron cuatro hijas y un hijo, ellas se conocían como “las de Caisas” y el hijo, capitán de la Guardia Civil, al que, como era el pequeño y muy mimado por sus hermanas, le llamaban “el Varoncito”. María, una de las hermanas, se casó con un taxista de Sâo Martinho. Los maledicentes contaban que cuando venía a la Villa, seguía viviendo en Portugal, la llamaba diciendo: María, vem a o cuarto que vamos a facer as contas. Esta vivienda y las dos anteriores tienen una magnifica balconada de granito, soportada por unas bien labradas ménsulas del mismo material. La casa ahora pertenece a los suegros de Lito Viñas. 

En la siguiente vivió, hasta que se trasladó a la Plaza de Ferreras, Santiago Losada “el Virolo”. Posteriormente uno de los inquilinos Alcazar, teniente de la comandancia, en la que residió durante toda su estancia en Alcañices. Alcazar se relacionaba bien con los alcañiceños, estuvo anteriormente aquí en cargos menores, aunque en unas fiestas, tiempos en que no había toros, nos la armó. Le comentamos que, para animar un poco a la gente, todos teníamos el ánimo bajo, íbamos a entrar en la plaza en un camión dando mugidos y haciendo ruido para que creyeran que traíamos unas vaquillas. En un camión de la Alistana con Angelito “Carnero” de chofer, salimos de la plaza acompañados por un par de coches, comunicando alegremente que íbamos a por unas vaquillas. Para hacer tiempo hasta que empezara el baile, decidimos ir a merendar a Carbajales. Cuando al oscurecer volvíamos, a un kilómetro de Fonfría, nos echaron el alto diez o doce miembros de la Guardia Civil, que preguntaban insistentemente por las vaquillas. Como no había, el camión estaba vacío, nos llevaron andando al cuartel donde nos hicieron un interrogatorio minucioso, a cada uno por separado, aislándonos después. Allí nos tuvieron más de dos horas, que acojonaditos, se hicieron eternas. El san Antonio siguiente en una verbena se leyeron unos versos alusivos a episodio. Sirvan de ejemplo: Detuvieron el camión y también el cochecito, encontrando un cencerrón como cuerpo del delito. La verbena y los versos, que contaban los hechos, tuvieron consecuencias punitivas. El juez nos absolvió pero de las 3.000 pts. de la multa (1967) no nos libró nadie. 

En la vivienda que hace esquina vivió durante muchos años Rufo Segurado, carabinero que por su bondad tenía el aprecio de la gente. Era padre de dos hijas: Tránsito y Adela. La primera se casó con Ricardo Pozas, hijo del veterinario del mismo nombre, creo que se fueron a residir a Barcelona. Adela se casó con Eduardo Crespo, último telegrafista que hubo en Alcañices. Ambos tienen una casa en la calle de la Herradura y pasan gran parte del año aquí. También estuvo en esta vivienda Modesto Rego y Teresa, quuienes fueron padres de alguno de los Rego que continúan viviendo en la Villa. Luís Romero “el del Molino” e Isabel, la tuvieron alquilada algún tiempo. Luís pasaba consulta de dermatología, su especialidad, y en ella residían sus hijos cuando venían de vacaciones. Así evitaban tener que ir de noche a Bozas. 

En la otra esquina vivía María “la Cucumé”. Modista que hacía vestidos y las camisas para los niños. Gente había que le tenían una especie de miedo u ojeriza y procuraban evitar su presencia y sobre la entrada a su domicilio. Adquirieron la casa, recién casados, Margarita García y Antolín Román y en ella vivieron hasta que se fueron para la vivienda que construyeron junto al horno.
 El solar, la piscina y el garaje que pertenece a Jesús Lorenzo, en principio fue mesón y abacería propiedad del ayuntamiento, que adjudicaba a particulares mediante concurso. Existe un inventario del mobiliario que disponía y de los utensilios: básculas, pesas y romanas de distintas capacidades. Medidas para líquidos: de litro, cuartillo, medio cuartillo, etc. De granos: alquer, ochava y de otras cabidas. Pasó a propiedad privada y fue fábrica de tapones de corcho, actividad que dio nombre: los Corcheros, a la familia que los producía. También en el local puso una fragua Rafael García “el Mimoso” y vivió la familia de Antonio Pérez “Malanicas”.
 Pasamos el Chapardiel ¡qué nombre más bonito! y, al lado de la fuente de los Burros, teníamos la casa con la taberna de Dominga Ramos “la Cana” y de Pepe “Cascajo”. La clientela de la taberna era gente del barrio y grupos que iban esporádicamente a tomar vinos, a comer escabeche y aceitunas y sobre todo a pasar un rato agradable. La Cana era una excelente conversadora, había vivido en Cuba y contaba historias de allí. Había tenido televisión, años 50, cuando aquí ni habíamos oído de la existencia de tal cosa. Pepe era guarda de los valles y montes del común y ejercía la vigilancia jinete de la magnífica yegua que tenía. Ratos muy agradables se pasaron en esa taberna. Como ya dijo en el S. XVI Baltasar del Alcazar : Si es o no invención moderna, vive Dios que no lo sé, pero delicada fue la invención de la taberna. Porque allí llego sediento, pido vino de lo nuevo, dánmelo, bebo, págolo y voime contento.
 El sitio donde está horno de Antolín Román se lo compró el Sr. Mateo a Sebastiana Campos Gago “la Chana”. Vivió allí algún tiempo José Augusto, “el de la Elisa” con Dolores Mielgo, su mujer y sus hijos. La casa de la Cana la adquirió Antolín y la añadió al edificio del horno. Contigua al horno hicieron su casa Margarita García y Antolín. Tenían la ventaja de la calefacción del horno y la la proximidad del trabajo ¡ así cualquiera! Antolín sigue en la casa pero su hijo homónimo es quien lleva el negocio.
 En la esquina hacía la “Talaya” viven descendientes de Pedro Gago “Pedrinche”. Es un edificio adecuado para realizar la actividad agrícola-ganadera que hacía esta familia. Está remodelado, ya no existen los corrales ni las cuadras, ahora es solo vivienda. 

En el retranque hacia la Atalaya había unas viviendas pequeñas, muchas ahora derruidas, en las que compartían el reducido espacio varias familias. No voy a guardar orden en la relación pero si intentaré detallar a todas. La de German “el Rojo” vivía en una casa de este rincón con su mujer y sus hijos. Como la vivienda era pequeña todos, en vez de engordar, espigaron. German participó con la División Azul en la guerra mundial en el frente ruso. Participación que le costó la pérdida de la pierna derecha desde la rodilla. En los primeros tiempos de la mutilación usaba una prótesis que le proporcionaba el estado, pero le resultaba incomoda y se movía torpemente. Decían que la vendía en Portugal por lo que dejaron de dárselas. Sin la prótesis, auxiliándose de una muleta y una cayata, era casi imposible caminar a su ritmo. Incluso alguna vez que pasó la Raya los carabineros no podían alcanzarlo. Tenía memoria y reflejos excelentes. Jugaba al dominó, ajedrez y cartas como nadie.
 Procedente de la calle Labradores vino a vivir en esta calle Consuelo Miguez, viuda de Honorio, Pareja de Antonio Gago “Porrón” a quien cuidó convaleciente de la paliza que le propinó, ya anciano, un tal Hidalgo Montenegro. También era vecina de este espacio la Srª. Baltasara, de ella me acuerdo poco Otro de los personajes que vivieron aquí eran Pedro “Laray” y María, su mujer. Tenían una hija y un hijo que no se si vienen al pueblo alguna vez. Pedro formaba parte del grupo de los míticos actores que representaban en la plaza el Auto de los Reyes. Daba vida al Rey Melchor subiendo revestido por Castropete, cabalgando la yegua de Agustín el Jato. Memorables actores aquellos. Catún, que en la penúltimo intento de recobrar la representación hacía de paje de Melchor, vistió el traje de Laray.
 En una casa de este espacio se criaron los hijos de Antonio Ferreira “el Quinto” y de Ascensión Rodríguez “la Tatá”: Paco, Miguel, Antonio, Manolo y Pepe. Respectivamente, Gadido, Garvito, Quinto, Catún y Tatá. Todos se fueron a ganarse la vida, pero nunca fallaron en agosto. Venían con sus familias y se hacían notar, alegraban las noches veraniegas con cánticos que entonaban hasta que Vila abría la churrería. La justificación de estas rondas y alboradas era, decían: es que somos tantos que no cabemos en casa y tenemos que turnarnos para dormir. Algunos tienen casa en la Villa y vienen a pasar temporadas. Antonio es el padre de Pachi Ferreira, que fue jugador de futbol en el Athletic, en el Atlético de Madrid, en el Valencia, en el Sevilla, en el Rayo Vallecano y en la Selección Española. Creo que ahora es segundo entrenador del Atlhetic. 
Vivió algún tiempo aquí el Sr. Manuel, caminero de Vivinera. Por si alguno no sabe cuál era el trabajo de quienes tenían esta profesión, eran los encargados de atender a la conservación de carreteras. Algún tiempo vivió en la casilla de Vivinera. Tenía varios hijos. 

Otra de las familias que vivían en este rincón era la de Agustín Rodríguez “Lero” y Aurora Lorenzo. Agustín había estado en Cuba y, cuando se metía en juerga, bailaba con gracia en son cubano. Tenían varias hijas e hijos que, como a muchísimos otros Alcañiceños, les tocó repartirse por el mundo para ganarse la vida. Algunos de sus descendientes siguen en Alcañices, entre otros, los dueños del restaurante el Disco Rojo, uno de los mejores de Aliste, pero que desgraciadamente cerró por jubilación. 
Tenían aquí su casa Angelito y Transito quienes, contrariamente al vecindario, tenían solo un hijo. Procedente de Carbajales, desde donde vino con sus padres, era uno de los molineros de la fábrica de harinas. Trabajó allí casi hasta que cerró el establecimiento. Se fue con su familia para Barcelona. Como vemos este rincón estaba muy poblado, y a las familias las componían varios miembros. Nada más salir a la puerta se encontraban con los vecinos. No había televisión y la vida se hacía en la calle, la convivencia era intensa.
 Abriendo hacía las dos calles estaba, y continua tal cual, la casa de Miguel “el Corchero” a quien ya conocí viejecito. Adquirieron la casa Cándido Prieto “el Magras”, que no hacía honor al apodo, y Balbina Pérez “Patera”, su mujer. Tenían una hija muy joven se fue para Madrid y un hijo, Luís “Patero” que fue oficial de la notaria. Cándido, empleado del juzgado, recogió la firma en la iglesia y dio el Libro de Familia a todas las parejas que contrajeron matrimonio en aquellos tiempos.
 Saliendo del rincón vivía Modesto, “Obdulia” y Paca Santos, “Antilo”. Tenían dos hijas, Virginia y Luisa y un hijo, Modesto.
 En otra casa vivían Manuel Pérez “La” y María Pérez, padres de Julián y de Alberto. Este matrimonio se instaló durante mucho tiempo en las los poblados de los saltos que Iberduero construyó en la provincia, en las que tuvieron negocios de hostelería. 
Volvemos al principio de la calle y empezamos de nuevo el recorrido por la acera de los números impares. En el primer portal vivían Elisa y Miguel Curto de quienes he escrito cuando la Plaza. Aquí, durante algún tiempo, tuvo una taberna Fariñas, posiblemente portugués de origen, quien, al decir de algunos, era el mejor cliente. Adquirió la casa María Alfonso “Camponesa”, viuda de Manolo Rodríguez, padres de la familia que puso en el cruce con la carretera de San Vitero el complejo hostelero, el Disco Rojo, bar, hotel y restaurante, uno de los mejores de la comarca. Manolo, uno de los hijos del matrimonio, abrió en la casa el pub Sandra que tuvo un fantástico éxito. Noches hubo en que había que hacerse sitio a codazos. Era el lugar obligatorio en las largas noches alcañiceñas. Viendo la situación actual de la Villa es inimaginable la vida nocturna de entonces. Existían tres discotecas, fines de semana a tope, y quince o más bares. 

La siguiente, donde en tiempos remotos vivieron las familias de Darío Calvo “Sapín” y Paz Sánchez y la de Carlos Lorenzo “el Pintejo” y Engracia Sanabria, que también pertenece descendientes de María Alfonso.
 A esta calle tiene salida la casa que fue de Paco Corcovado, hoy de la confitería. La siguiente era de don Ventura, secretario del ayuntamiento infinidad de años, y fue su residencia durante su mandato en la Villa. Allí estuvo la imprenta de Elisardo Riveras hasta que la trasladaron para Zamora. 
 Después había una edificación que tenía vivienda y corral, al que se accedía por unas grandes puertas de madera. Pertenecía a Lázaro Martín “Lazarete”. Un día una despistada liebre se presentó en la plaza y se metió en la barbería del Sr. Valero, donde se armó un tremendo alboroto que causó la rotura de útiles y espejos. La liebre volvió a la calle y se coló en esta casa de donde no acertó a salir, terminando guisada en el pote sirviendo de cena a la familia. Los de la barbería la reclamaron como suya y el litigio se dirimió en el juzgado, donde supongo que aplicaron aquello de: La liebre del monte no es para del que la ve si no de quien la coge. Los Lazaretes tenían una hija, María y tres Hijos Elías, Pablo “Uzcudo” y otro de quien no recuerdo el nombre que vivía en Matellanes. Pertenece actualmente a descendientes de Elías que vivió en ella con su familia.
 La siguiente también pertenecía a Lazarete y ahora es de Tomás Martín Cerezal, hijo de Uzcudo, a quien le pusieron ese apodo por su parecido con el famoso boxeador. En este lugar estuvo la oficina de Telégrafos y la casa del funcionario, hasta que la trasladaron a la calle de la Herradura. El último telegrafista allí fue don Argimiro. Navarro que tenía dos hijas María Ángeles y Josefina. La segunda se casó con Daniel Prieto, de familia con arraigo en la Villa. 
 En la siguiente vivienda, ahora incorporada a la anterior, vivía la familia del guardamontes Sr. Zamora. Como todas las de aquellos tiempos, muy numerosa. Una de las hijas estaba casada con Burgos, gran médico de la localidad. Tenía la consulta en el local en el que después Mariquita puso su tienda. Se fue para Madrid donde ejerció la medicina y adquirió gran prestigio. (Teniendo yo trece meses, jugando entre los materiales de la obra, cayó sobre mí pierna izquierda una viga que estaban intentando colocar en el tejado de la casa de mis abuelos y se llevó por delante el recubrimiento de la rodilla. Burgos me intervino y del accidente solo quedó la cicatriz que luce mi pierna). Había en el rio, en las inmediaciones del cañico, un pozo al que llamaban de los Mozos, que era donde se bañaban los jóvenes, que lo rebautizaron como el de Eutimio, un hijo de esta familia. Popular que era el muchacho. Enrique Rodríguez “Tocó” casado con Maruja Prieto, puso en el edificio que sigue un comercio de coloniales que pervivió hasta la jubilación del titular. El matrimonio tuvo dos hijos Enrique, que ejerció su profesión de médico en Don Benito (Badajoz) y José María que se fue para Cuéllar, donde se jubiló como bancario, y continua viviendo. 
La casa que sigue era de Francisco Campos “Jatico” a la que se trasladó a vivir desde la del Cuesto. Con su mujer, Antonia Martín Gago, tuvieron a María, Luisa, Antónia, Conchi, Ignacio, Bernardo y Martín. Jatico era un personaje que donde estuviera no pasaba desapercibido. Las partidas que jugaba al mus en el Central eran un espectáculo y estaban rodeadas por muchos curiosos. Siempre tenía frases ingeniosas. Vivió aquí anteriormente la familia de Pablo Carrión y Antolina Carrión, hasta que se trasladaron a San Andrés
 La señora María Mata, “la Molinera”, viuda de molinero, al que no conocí, de quien heredó el apodo, vivió en la casa siguiente. Tenía dos hijos y una hija. Fernando, el mayor, continuó el ofició del padre en la fábrica de harinas de los Calvo. El segundo recaló en Avilés. La hija se desposó con Joaquín Rivera “Conejín” y ambos, junto a sus hijos continuaron con la vivienda. En la casa consecutiva vivía Manolo Gallego con Margarita “la Preciosa”, su mujer, y los hijos de ambos, uno de ellos “Morito”, también participaba en la representación de los Reyes. 

 A continuación vivía la familia Juan García “Pitaña” actor de teatro, colaborador de las compañías de Cómicos de la Legua que venían a representar sus comedias al local del cine Avenida y director perpetuo del elenco que representaba el auto de los Reyes. Bueno, también era sastre, pero eso porque él y su familia tenían el vicio de comer. Precisamente en el local destinado a sastrería era donde hacían los ensayos para las representaciones de los reyes. Además de hijos, uno de ellos “Cangrejo”, tenía dos hijas que vivían en Madrid y cuando venían los veranos de vacaciones, guapas, elegantemente vestidas a la moda con ampulosos Cancanes. De los efectos que causaban entre el mocerío, ya escribí en la que trata del Pozo de Cañones, primera de estas leyendas. Adquirió la casa Francisco Viñas Lorenzo y puso una tienda de comestibles. 
Se abre aquí la calle del Chapardiel, que da salida a la carretera y continúa Castropete en la casa donde Bernardo el “Corchero” abrió una taberna a la que dio continuidad María Pérez y Manuel Pérez “La”. Los Pérez tuvieron éxito con el establecimiento. Pusieron un futbolín y los chavales íbamos a jugar más veces de lo que nuestras familias creían conveniente. Algún soplamocos costó esa afición. La propietaria de la casa era Susana Barros, eterna asistente de Manuel Calvo “Sapín” y Soledad Fidalgo de quienes pasó a convivir con Mariquita Calvo Fidalgo.
 Continuaba la calle con la vivienda de Manolo Viñas “el de la Negra” que estaba casado con Matilde Lorenzo “Campillera”. Manolo era un magnifico albañil, su especialidad eran las paredes de piedra seca de las fincas. Alguna de ellas se mantiene tal como las construyó. Por su belleza y perfección deberían de ser declaradas patrimonio histórico. Manolo jugaba muy bien al dominó y sumaba los puntos de las fichas al final de cada juego con una ojeada. Tenía una rapidez mental insólita. Manolo y Matilde tuvieron tres hijos que también se dedicaron a la construcción.
 Seguidamente, pared por medio, vivía Manuel Noro “Vila” con Inocencia Lorenzo y los hijos de ambos. Vila tenía una churrería en la calle del Hospital. De eso ya escribí cuando la calle. Con ellos vivían Manuel, su padrastro y María la madre. Manuel era aparentemente, conforme a su cara, muy serio, pero tenía un enorme sentido del humor, se le podía comparar a Buster Keaton. Épicas eran las partidas de habanero que jugaba los domingos en el bar Central con Antonio “Vilo” ¡Que peleas improvisaban! 
 Después vivía la familia de Agustín “el Mielgo” y María, quienes muy pronto emigraron para la Argentina. 

A continuación estaba la vivienda de la familia de Fernando e Isidora Romero. Tenían dos hijas y tres hijos Fernando “Penano”, José “Çinsa” y Alfonso. El primero se fue para Avilés a trabajar en ENSIDESA y José para Madrid a ganarse la vida. Çinsa fue un excelente boxeador aficionado. Nunca olvidó a Alcañices a donde venía siempre que podía. Aquí pasó los sus últimos años en compañía de Pilar Pérez. Miguel y Victoria era otro matrimonio de esta calle. Tenían una hija y tres hijos. La hija se fue joven para Madrid y venía poco. Los hijos, Tomás, Antonio y José “Riaja”. José era el más famoso de todos, tenía fama de ser muy malo pero no era merecida, voceaba mucho, sí, pero todo se le iba en eso. Se casó con una chica de San Martín del Pedroso y para allí se fue a vivir. Tomando un vino con Lauri, Tonete y Catún en un bar de las Tres Cruces, la camarera, al oírnos hablar de Alcañices, dijo: mi padre era de allí, soy hija de “Riaja”. Tan dicharachera como su padre y muy orgullosa del apodo
. Los Pérez Carricajo, “Caganetos” familia extensa, tres hijas cinco hijos, creo, vivían a continuación. Todos se fueron a distintos lugares para trabajar y tener una vida mejor. Tomás, uno de los hijos, ya jubilado, volvió y asentó su domicilio en el camino de Matellanes, en el Calvario, donde lleva “descansada vida, lejos del mundanal ruido” como cantó el vate Fray Luis. Afición poética que también tiene Tomás. Cirilo, otro de los hermanos, era el más conocido de todos. Cuando vino de Francia puso en la plaza un kiosco que continua; ahora de Jesús Rivas. Jesús Calvo “Fufú” y Cirilo hacían un dúo que alegraron aquel tiempo.
 La última casa habitada era la de la familia de José Pérez “Cubanito” y Paula Genicio. José llevaba ese apodo por haber nacido en Cuba. Algunas veces pasó la Raya, ¡ojo, la que tenemos con Portugal! y famoso era un perro que tenía amaestrado para detectar a los carabineros. Cuando Valolera dejó la panadería él continuó con el negocio hasta que, con toda la familia se fue para Vizcaya. Su hijo Antonio en el libro La Raya cuenta que, internado en el hospital para una intervención, cuando lo llevaban al quirófano vio que el camillero era un ex carabinero que había intervenido en la muerte de Manolo Amaro, contrabandista, sin otro delito, amigo suyo. Y que incapaz de contenerse, se tiró de la camilla y le propino unos mamporros al tiroteador. Cuando tenían la panadería José, el hijo mayor, repartía por los pueblos el pan en una yegua y se dormía nada más subirse. El pan siempre llegó, la yegua conocía su trabajo. También se dormía cuando hacía el reparto en bici. Hacer el pan era laborioso, llevaba tiempo, se madrugaba mucho y las horas para dormir eran pocas.

2 comentarios:

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  2. Antonioellobo, que pena que no haya podido leer tu comentario. Me gustaría saber tu opinión. Supongo que sería crítica y por eso la borraste, me vendría bien ya que de esas se aprende.
    Saludos

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