Vista de la Plaza Mayor de Alcañices en la década de los 80 del pasado siglo. |
No ha amanecido y ya los hermanos Román Losada -Manolo, Paco y Antolín- suben la cuesta de La Herradura y cruzan la plaza camino del horno para comenzar los trabajos de la elaboración del pan. Hay que hacer las tortas pronto y atender a los clientes madrugadores. Es posible que sea una de las últimas veces que Manolo, el mayor de los hermanos, haga este recorrido, ya que en unos días va a casarse con una chica de San Vitero y tiene previsto establecerse allí para poner una panadería.
El siguiente en aparecer, aunque en dirección contraria, sube por Castropete hacia la calle del Hospital, es Manuel Noro “Vila”. Es uno de los dos churreros que hay en el pueblo. Tiene la churrería en el bajo de la casa de la viuda de Monforte, la “Roja”, (apodo que le viene del color de su pelo, no por ideología), y quiere tener los churros para cuando llegue el coche de línea en el que vienen clientes. Algunos son habituales: Rafael el del Bostal, Damián, de Rábano, con sus piedras de variscita en el bolsillo y también algunos de Nuez. Van a Zamora a médicos, negocios y/o a consultas con abogados. Inocencio, el conductor, y Manolo “el del Correo”, el cobrador, también pasan todos los días por la churrería a tomar un café con leche, unos churritos y, si cuadra, una copichuela de aguardiente que en el autobús no hay calefacción. Al autobús sube "Felismina", va a ver a Manolo Augusto “el de la Elisa”, su marido, que unos días antes lo pillaron con el fardo y lo llevaron para Zamora.
Pronto a la churrería llega Isidoro Fernández Ramos “Valiño”, prendiendo el gordo cigarro de cuarterón con el encendedor de mecha. Sube la cuesta tosiendo, pero con dos chupadas al cigarro y el traguete de aguardiente, cesa “el tujú tujú” y mata el bicho. Mariquita, que tiene la casa enfrente y se permite el lujo de salir en zapatillas a por los churros, cuando acaba el desayuno y coloca la cocina, baja a la calle con la escoba y hila la hebra con Vila, Valiño y Daniel Ferreira, el cartero, que ha traído las sacas de correspondencia al coche correo para que las lleve a Zamora. Vila atiende a la charla pero continúa haciendo churros, pues no solo los vende en la churrería, si no también por las calles y se los lleva a casa a los clientes fijos. Si es Inocencia, su mujer, la que viene para quedarse en la churrería es él quien hace el reparto. Pero Lolete, que ya va siendo mayorico y la escuela no empieza hasta las 10, algunos días llega a la churrería, coge la cesta y a sale a vender los churros.
La tertulia se deshace. Valiño va a aparejar la yegua, tiene que ir a San Juan a buscar una ternera que dejó apalabrada; Angelita la “Ramicha” ha vendido ya la carne de la que trajo anteayer de Ribas. Ferreira vuelve para la oficina de Correos. Mariquita da unos escobazos en la calle (Tu barre, barre, pero los Barros no los vas a echar de casa), le espeta Jesús “Pulga” quien, en compañía de su hermano Luís, va al trabajo. Mariquita, amenazándole con la escoba, mascullando y renegando por lo bajo, se mete en la tienda a colocar los pedidos que le había traído La Alistana la noche anterior.
Celestino Terrón “el Gato” y Celestino Prieto “el Magras” aparecen por Castropete y continúan por la acera de la confitería. Van a casa de Félix Corcovado, que le están haciendo obra en la casa. Félix anda algo mosqueado; sospecha que llega la fiesta de san Antonio y no le han acabado. Antonio Araujo “Mona”, en camisa con las mangas arremangadas (para que quiero el frio si no tengo abrigo) va para el molino. Esteban Caballero “Grisuela”, calmudamente por la carretera, se dirige al garaje de la Ford, allí le espera Ramón “Carnero”. Tienen que cambiar las ruedas de "la Forica" y darle un repaso a los frenos. Han contratado el transporte de los chopos que mandó cortar Corcovado en el plantío de la ribera y tienen que traerlos para la serradora atrochando por el monte del Marqués. Manolo “el Chivo” va camino de la Iglesia de arriba. Es un poco pronto pero hoy hay un funeral de cabo de año y tiene que preparar el Túmulo.
Después ir a la panadería de Mateo Román a por cinco tortas de pan y una jarra de vino y colocar todo en la mesa de las ofrendas. Eladio Castillo, maestro de párvulos, va para la escuela por la acera de Manolillo en compañía de algún guardia de los que no viven en el cuartel. Andrés “el Campillero” pasa camino del molino. Benegildo, con el pico, la pala y la barra cargados en las alforjas del burro, cruza la plaza camino de la cantera que tiene abierta en la Quinta. Se para en la taberna de Juan a tomar el aguardiente. El burro, que se ha quedado a la puerta, sabe lo que tiene que hacer y no se mueve hasta que el amo, terminada la copa, le dice: -vamos. Francisco Campos “Jatico” pasa con el carro cargado de estiércol. Va a llevarlo a la cortina de los Barredos, como ya es tiempo de ararla, carga también el arado y el arrodadero.
Empiezan a abrirse las tiendas. La “Doloricas”, en la puerta, enciende el brasero de cisco para que no tenga tufo cuando lo ponga en la camilla. Santiago Losada “Perero” se asoma a la plaza a ver lo que hay. Benito Huidobro, que sale de casa, le da los buenos días. Manuel Corcovado va camino de las cuadras a dar instrucciones a los “Pardales” de las labores que tienen que realizar. Vitorianico le tiene la yegua ensillada para que vaya a Alcorcillo y, de paso, inspeccionar las paredes de piedra que le están haciendo en la Linarada y Valdesejas Manolo Viñas y José “Mainate”. Manolo Calvo “Sapín” sube al garaje a coger el Opel. Le está ya esperando Honorio “el de la Churufa”. Tienen que reparar la avería que le preparó en la línea el vendaval que hubo anoche. Eleuterio el confitero está encendiendo el horno mientras las hijas acondicionan el obrador para hacer los dulces. No hace mucho que compró la casa de Paco Corcovado y trasladó la confitería desde la calle de san Francisco. El cabo de carabineros, cuñado de Vila, que vive en la casa de José Calvo, embozado en la capa y con la carabina en bandolera, va a la comandancia a recibir órdenes. Manolillo está ya detrás del mostrador de la ferretería. La oficina de la DELTU está abierta; Santiago “el Corchero” y Antonio “Navarro” ya salieron camino de Zamora con el camión de la empresa, un GMC de la segunda guerra mundial.
Algunas mujeres van con el cántaro en el cuadril, a llenarlo de agua en la fuente de los Caños o en la de los Burros. En muchas casas hay pozos con abundante agua, pero se utiliza solo para fregar los suelos y cocer en la caldera la comida para cebar los cerdos. Estas idas a las fuentes sirven para ver y echar una parrafada con alcañiceñas de otros barrios. Las fuentes y los cañicos son los sitios favoritos de reunión y de información.
Juana barre la puerta de la farmacia. José Calvo el farmacéutico y Josefa Leal, su mujer, están desayunando. Villarramiel llega a la tienda: guarnicionería, peletería y estanco, de hacer la saca del tabaco. En la peluquería de Valero ya hay algún cliente. La oficina de la Hermandad de Labradores no está abierta, Gregorio el secretario, que vive en Matellanes y viene en bicicleta, aún no ha llegado; tampoco está Félix “Merino”, habrá ido a ver si ya se puede hacer alguna labor en los huertos. Mientras, Antonia Carrión “la Mocha” barre y limpia la droguería, Tomás España “Botana” atiende a un cliente que quiere que le haga un preparado para echarle a las patatas; que ya le están saliendo grillos.
En la comisaria charlan Miguel Curto y Horacio. Manuel, “el Tigre de Mieres”, está en la puerta esperando que llegue el motorista con la moto de sidecar. Quiere ir a los pueblos a ver si anda algún pollo suelto por la calle. En el juzgado de Primera Instancia e Instrucción Cándido Prieto “el Magras” está escribiendo en el libro de familia los nombres de los novios que se van a casar el sábado. El juez no está y, para entretenerse mientras llega, Paco Alonso “Manguei” hace copias del Miserere en la máquina. En el juzgado comarcal están todos ocupados, unos dictando y otros escribiendo, con sentencias y notificaciones. Como casi todo lo que les llega son asuntos menores, y en Aliste hay muchos conflictos por lindes, ganados que entran en prados ajenos y cosas de esas, tienen trabajo. En las dependencias del ayuntamiento Epifanio Pérez lee el Correo Imperio; ya ha ido a Correos a por la correspondencia y espera la llegada de Ventura el secretario. En el hueco de la subida de la escalera algunas veces duerme Hilario Pérez “Chinito”, la persona más íntegra del pueblo. Ahora, como todavía hace frio, se acuesta en algún pajero. En el fielato Daniel “Nítrico”, le está cobrando a “Mosquera” las tasas que corresponden por traer desde Moveros vino para venderlo en la Villa.
Elisardo Riberas está en la imprenta decidiendo que tipografía utilizar en los folletos publicitarios que le han encargado. El Central aún no ha abierto, Isidro García “Social” sigue la máxima de que “el negocio que no da para levantarse a las 12, no es negocio”. En el comercio de Florentino Romero está Luzinda limpiando. Si entra algún cliente llama al dueño que anda por el obrador haciendo velas y hachones. Se acerca la Semana Santa y hay que estar preparado.
La plaza se va animando. Las amas de casa, capacho en mano, hacen la compra en las tiendas que con diversidad de productos hay. Incluso gente de los pueblos vecinos, que han dejado las caballerías atadas en las argollas, que con ese fin están puestas en algunas fachadas de las calles, se mueven por el lugar para solucionar las cuestiones que les han hecho venir a la Alcañices y proveerse de lo que necesitan.
Hacia la una de la tarde, más o menos, por el Central aparecen Mateo Román, Paco Aguiar, Manolo García “el de La Alistana” y Daniel “Nítrico”. Van a tomar el cotidiano café que se juegan al habanero, y a charlar un ratillo. A esa hora suele haber más clientes, pero esos son los habituales. El café entonces escaseaba en toda España pero en Alcañices nunca faltó, la cercanía de Portugal en algo había que notarse, ¡cómo no acordarse del Palmeira! y el Central tenía fama de darlo bueno.
El Café Central es el sitio de encuentro y de relación. Estaba dividido en dos locales bien diferenciados. Al que estaba en la izquierda se podía acceder libremente. Al de la derecha de la entrada “el Casino” sólo permitían entrar a los socios. Cuando cogieron el traspaso María Pérez y Manuel “La”, unieron los espacios y el casino desapareció.
En el pueblo hay otros bares y tabernas: el Bar de Bernardo (antes el Alcázar), las tabernas de Barricos, Antonio Cerezal, Juan Alonso, donde se come un pulpo extraordinario, la Cana y más tarde los de Tomás Carrión, Angelito el churrero y alguno más. Pero donde converge la mayoría de los asiduos a estas instituciones es en el Central. Después de comer hay infinidad de partidas de tute, subasta, en las que está en juego el café y/o la copa, sin que falten las de dominó e, incluso, el tresillo y el ajedrez. Por las noches, Pedro “Cartola” a la voz de “hay trigo”, señala que empieza la banca. Unos apostando y otros de mirones, nos reunimos los noctámbulos alrededor de una mesa con tapete verde, pasando el rato poniendo en juego unas pesetillas “al cinco o al caballo”, hasta que el dueño dice “las tres últimas”. Es la señal de que se acerca la hora del cierre. Luego todos a la calle comentando las jugadas y las frases más relevantes o ingeniosas de ganadores, perdedores y mirones.
A eso de la una Benito Huidobro, con su inevitable abrigo azul de buen paño, está enseñando a sus hijos a montar en bicicleta. Les ha comprado una pequeña y, cogido del sillín para evitar caídas, se pasa más de una hora corriendo por la carretera desde el convento a la plaza. Me parece que Benito es el precursor de la media Maratón.
Por la tarde la plaza es el sitio de juego de niñas, niños, mocitas y mozalbetes. En el cemento las niñas juegan a la tona y a la comba. En el espacio de tierra que hay entre el cemento y la carretera los muchachos a las canicas o al peón, en sus distintas variedades. Los juegos que necesitan espacio, el rescate, la bomba, el sereno o el corro el cinto, en los que la participación es masiva, se juegan al otro lado de la carretera En la cantería del comercio de Florentino los mozalbetes juegan alguna perragorda a la cuarta. En los soportales del ayuntamiento y del Central se juega a las barájulas y a los santos. Otros juegos como el círculo, las islas, el quirio, etc. se hacen en plazuelas de tierra. Al aro, por las calles del pueblo.
Cuando oscurece, se forma un paseo que va desde la esquina del ayuntamiento hasta la curva del convento. Pasean parejas de novios, aspirantes a serlo, y chicas y chicos, siempre en grupos separados. Las niñas lo amenizan cantando la Campanera y otras canciones de moda. A veces algunos chicos le hacen la competencia, pero cantan peor.
Poco a poco las tiendas se van cerrando y la plaza casi queda en la oscuridad. De la de “Perero” sale el dueño con José Ramos “Cotovi” y Peñalosa. Van camino de la taberna de Barricos, donde pasan un rato en la cocina tomando un vino con algo asado en la lumbre o alguna tajada que le saca María “la Ruana” del pote. A otras tiendas van amigos de los dueños a conversar un ratito hasta que llegue la hora de ir a cenar.
Jesús “Pulga”, Daniel Romero, Antonio Jato, Daniel Carril, “Luco” el maestro y algún otro salen a tomar unos vinos y comentar las cosas y casos que están de actualidad. Intentan pasar rato ameno, sonriendo de la ironía y “maldad” que pulga pone en las historias que cuenta.
El día termina. La gente se va retirando a sus casas y la vida de la plaza languidece. Cada mochuelo a su olivo. Bueno, aun se ve a un comerciante que presurosamente va a echar al buzón de Correos la carta que a última hora ha escrito pidiendo a su proveedor los productos que necesita.
Jesús Barros Martin
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