domingo, 17 de enero de 2021

Calle de la Herradura

Continuamos  los paseos por las calles de la Villa, protegidos con la mascarilla y guardando las distancias. Hoy lo hacemos por la calle de Braganza o Cuesta de la Herradura que por estos dos nombres se la conoce. En este paseo me acompaña Ángel Cerezal, nacido y criado en ella, por lo que tiene un conocimiento de las cosas, la gente y aquí  acontecido  desde los años cincuenta  del S. XX. Como yo, creció en un bar, circunstancia que le permitió conocer, relacionarse,  tratar a gente y  oír hablar de sucesos y personas que algunos desconocen totalmente.


En la acera de los números pares -por la que empezamos el recorrido- los edificios, desde la plaza hasta la primera calleja, no tienen nada que ver con los que había en la época de la que este paseo trata. Todos están reedificados y no siempre para bien.


Echamos a andar por la cuesta abajo, y como el primer edificio  lo incluí en el paseo por la calle del Hospital, nada más añadiré a lo que dije de él cuando hice el paseo por allí; aunque tenía el acceso principal por esta calle por una hermosa puerta de postigo a un portal  que daba al taller de la zapatería, negocio de la familia, al que daba un balconcillo en el bajo.


La siguiente casa -también soportalada- pertenecía a Arsenio Utrera y a Petra Calvo “la Senata”. Utrera era procurador de los tribunales. Tuvieron un hijo, Paco, que ejerció como procurador en Zamora. Siendo Petra ya viuda, un día que estaba apoyada en la puerta de madera con postigo que tenía la casa mirando a la calle, vio que pasaba alguien que le resultaba conocido. Le llamó: "¡Nuez! ¡Nuez!, entra un momento! Es que tengo aquí en este libro una anotación de mi marido en la que hay apuntada una deuda que lleva tu nombre. Te llamo para que me la pagues. Y la pagó. Antes, en las tiendas, había libros, mejor no consultarlos, en los que se apuntaba lo que los clientes llevaban al fiado.

 

Después  alquiló la casa la cervata Teresina Rodríguez y abrió una farmacia que regentó durante varios años. Teresa la trasmitió a Enrique Mayor, que la tuvo hasta que se fue para Zamora. Aquí  nacieron algunos de sus hijos. Enrique se la traspaso a dos recién licenciadas, Lourdes y María Luisa, que la regentaron hasta que fueron adquiridos los derechos de apertura por el farmacéutico de la Villa Cayetano Calvo.

El edificio lo compró Crispín quien construyó lo que hay en la actualidad. Los bajos los adquirió Manolito Rostan y en ellos puso una tienda, El Soportal, su hija Ana. Los pisos pasaron a propiedad de Pilar Álvarez Alonso, “la Carbonera”.


Ya fuera del soportal está el local que fue la tienda de los Aguiares, Francisco, Paco, Paquito sucesivamente  y Marisol y Mari Tere, hasta que hicieron el supermercado en la Cortina del Cubo. La tienda era especialmente ferretería, aunque también tenían lo que entonces se denominaba “coloniales” y cuando llegaban las Navidades: pulpo de media cura, que lo traía Cañedo de Algeciras. El local era de mi abuelo Martín, lo heredaron sus hijas: Angelita y María, mi madre, a quienes se lo compró Paco. Paquito y Marles tuvieron abierta allí una tienda hasta que se  jubilaron.    


La panadería fue primero Román-Losada, después Román-García y  ahora Román-Barrigón, pero siempre Román. No sé si el Sr. Mateo fue el fundador, da igual, pero los continuadores han sido su hijo Antolín y otro Antolín, el nieto. La expendeduría de pan sigue en el mismo sitio pero el local está cambiado. Cuando  el Sr. Mateo llevaba el negocio, en la panadería también había un bar, aunque los que iban a tomar un vino eran solo sus amigos, no rechazaban a nadie pero era gente autoseleccionada. Cuando Mateo falleció el bar cerró. De esto ya trate en 'Di tú que he sido'. 


La  casa siguiente era de los Carriles, bien de Manolo o de Daniel. Manolo se casó con Ascensión Aguiar pero el matrimonio duró poco y se fue para Valladolid donde llevaba el ambigú del cine Rosy. Daniel fue administrador de la oficina de Correos, el buzón permaneció hasta el derribo, que estuvo en el edificio hasta 1944, y también se fue para Valladolid donde era Jefe de Sala de Dirección en Correos. Me tocó sufrirlo. En esta casa se estableció la Falange.


Félix Cerezal Anta que se enteró de que en Panamá estaban haciendo un canal y necesitaban gente, se fue para allá  y trabajó allí ocho años. Con el dinero ahorrado volvió, puso una panadería y por los pueblos, con un carro de mulas, vendía pan y compraba chatarra, hasta que una de las mulas le dio una coz en una rodilla y lo imposibilitó  para el negocio. Dedicándose a la chatarra le cogió el comienzo de la primera guerra mundial, lo que propició que el precio de estos productos se multiplicara y, como consecuencia, le rindiera sustanciosos beneficios. Casado con Fabiana Garrido, de Pobladura, en este edificio pusieron una taberna que continuó con el nombre de la Fabiana hasta que cerró definitivamente a finales de los ochenta. 

La saga de gente que llevó esta taberna es un poco liosa de explicar. Vamos a ver si soy capaz: Félix y Fabiana, los fundadores, tuvieron dos hijos, Andrés y Antonio que trabajaron con ellos. Muere  Félix y Fabiana se casó con Juan Alonso Rebollar, natural de Mahíde, llegado recientemente de Cuba, y tuvieron a Paco y a Tino. Se muere Fabiana y Juan  matrimonia con Vicenta Calvo y de esta pareja nacieron: Carmina, Solita y Pili "Pipi". ¿Queda claro? En esta taberna se comía el mejor pulpo 'a feira' que imaginarse pueda. Vicenta lo cocía en una caldera de cobre. Luego  lo sacaba pinchado en un tenedor grande y, con unas tijeras de esquilar ovejas,  cortaba  los rabos directamente para el plato. Sal, pimentón y aceite y aquello… un manjar. El edificio lo compró Paulino y ahí tiene la ferretería.




Solita, Mari Tere, Carmina, Santiago Rivera, “Chago”, Cañedo, Juan Alonso y (posiblemente) Manolín Roman


Y pasamos al número 12 de la calle. Los hermanos Andrés y Antonio Cerezal Garrido se emanciparon de Juan y Fabiana y pusieron el bar: el Paraíso, que pasó a ser el de la juventud. Empezó el chateo y cambió la forma de alternar de la gente; aunque también iban  mayores que pedían el vino en jarra. Antonio se casó con Angelita Sánchez y pasando algún tiempo Andrés decidió emigrar al Brasil. Antonio siguió con el bar, tenía clientela y comenzó a poner gambas, langostinos y variedad de pinchos a la hora del vermut de los domingos. 


Alberto Pérez, que llevaba entonces el Central, decidió dejarlo y se lo traspasó a Antonio que dejó el bar a su hijo Ángel. Este  lo mantuvo abierto hasta que, llamado por la FASA, se fue para Valladolid. El edificio lo adquirió Francisco Anta, Pili Anta y Paulino lo tienen como almacén. 


Isabel la Rubia   


Ahora llegamos a la casa conocida como la de las “Vitorínas”. El edificio tenía un largo portal que llevaba a una cuadra que había al fondo, y a la derecha una escalera por la que se accedía a los pisos superiores. En  la mayoría de las casas, aunque no fuesen sus dueños ganaderos, había una cuadra para la caballería. Como ahora tenemos coches, antes tenían asnos y/o yeguas. Marcelo Huidobro y Vitorina tenían una fonda, y  sus hijas, las “Vitorinas” Huidobro García, eran: Tarsila, Carmina "la Rubia", que se casó con Paco, hijo del Sr. Gerardo, y se fueron para Guinea donde él ejercía un alto cargo; cuando volvieron de Guinea vivieron en casa de Consuelo "la Muda", y Clotilde. También había un hermano, Benito, que era empleado del juzgado de primera instancia. Benito, gran jugador de dominó, ajedrez y tresillo, enseñó a sus hijos a montar en bicicleta llevando la bici cogida por el sillín echando carreras, muchas, desde la plaza al convento. En la casa vivía Bernardo García “el Huevero” de quien esta familia conserva una finca en Valdesejas. Clotilde, que vivió siempre en Alcañices, estaba casada con Alfredo, de Muga de Sayago, 
 relojero de oficio. Todo un personaje. 


El contiguo edificio, propiedad de la familia Huidobro Calvo, constaba de dos viviendas. En  la primera vivía Doña Margarita la “Notaria” en compañía de una sobrina, Maruja, que la acompañó siempre. Margarita vino a Alcañices recién casada con el notario titular. Enviudó pronto y aquí se quedó para siempre.

La segunda vivienda  del edificio la habitaba  la familia de los Huidobro. José Huidobro, farmacéutico e Isabel Calvo, su esposa. Tanto la anterior vivienda como esta eran dos magníficas construcciones de bonita fachada, con balcones que tenían ménsulas y bases de granito y balaustradas de hierro forjado por herreros. A la edificación se adosaba un precioso jardín con árboles centenarios, cercado por una valla de granito bien labrado rematada con una peineta de lanzas de hierro forjado. A la entrada, en el oscuro portal, te recibía la figura de en negro sentado, sombrero blanco, zapato bicolor, leyendo el periódico. Acongojaba, la verdad.  La vivienda tenía un excusado con retretes,  dos agujeros en una especie de plataforma con asientos de madera, que vaciaban a  un pozo ciego. 


José e Isabel tuvieron cuatro hijas: Carmina, Pepita, Conchita y Chelo y dos hijos, Luis y Pepe. Todos finaron solteros. ¿Predestinación? Luis y Pepe en las vísperas de sus respectivas bodas y ellas, guapas, con trabajos bien remunerados y buen respaldo económico,  solteras irredentas. Para el arreglo de la iglesia de san Francisco y la  construcción del retablo de la Virgen de la Salud, dieron once millones de pesetas. Además, todos  sus bienes y dineros se los donaron a Cáritas para que hiciera en estas casas y jardín una residencia en beneficio de los habitantes de Alcañices. Aquí falla algo. Ahora las viviendas y el jardín pertenecen, compradas a Caritas, a la familia de Paulino Fernández y Pilar Anta y son un solar pendiente de edificar. 


Después de la calleja que lleva a la calle Labradores tenemos una vivienda de tres plantas que perteneció a la familia de Francisco Alonso, “Faíco”. Allí vivió algún Guardia Civil y tuvo durante mucho tiempo la vivienda y el taller de zapatería Emilio Ferreira “el Portugués”, el mejor zapatero que existió en Alcañices. Inteligente, agudo en la conversación, dicharachero y buen jugador de dominó. Una vez un cliente le pidió que le hiciera unas botas bonitas y que le duraran mucho. Emilio le respondió: yo te las hago, tú las cuelgas en la cocina y tienes botas para toda la vida. Estaba casado con Salud Fagúndez y tuvieron a Herminda y a Emilio. Este, también buen zapatero, continua con el oficio y el negoció en la plaza del convento. Luego la vivienda la utilizó el propietario Emilio Alonso, hijo de “Faíco”, con su esposa Pilar Rodríguez “la Santa”  y sus hijos cuando venían en verano hasta que, fallecido el matrimonio, la vivienda la adquirió Ramón Martín “Monete” y en ella pasa temporadas con su familia.


La casa contigua perteneció a la familia  de Vivinera “los Chirros”. La heredó Encarna, que, para que la identifiquen, tenía una  taberna a la entrada,  desde la N 122 a esa localidad. La casa fue vivienda de varios miembros de la Guardia Civil entre otros un brigada llamado Isidoro. Una  de sus hijas, Carmen, se casó con Paco Jambrina. Aquí se trasladó a vivir desde la plaza de Ferreras la familia del celador de Telégrafos Sr. Crespo uno de sus hijos, Eduardo, la adquirió de los herederos de Encarna. Eduardo y Adela Segurado, su mujer, pasan el verano en ella.


La siguiente, nº 24 de la calle, era propiedad de Manuel Corcovado y  también estuvo habitada por varios miembros de la Guardia Civil. El último inquilino y más conocido de todos fue Manuel Serrano que tenía un hijo, Jesús y una hija, Mary Carmen. Esplendida moza, popular y querida por todos. Mary Carmen se fue para Zamora y en cuanto tiene ocasión viene a dar una vuelta por el pueblo, aunque, como es normal, cada vez  viene menos. Es que el tiempo pasa y la gente va desapareciendo. Ahora la casa pertenece a los herederos de Pablo Carrión y Sarito Dacosta.


Después de la calleja que sale hacia el Rincón del Tío Perico, tenemos la casa que hoy pertenece a las hijas de Paco Dacosta. También como las anteriores fue ocupada por familias de miembros de la Guardia civil: p.e. Moisés y Amparo, maestra nacional y también por un motorista de la Policía, Vicente Viñuela, uno de aquellos motoristas de moto con sidecar. también residieron mucho tiempo en esta casa el Sr. Sánchez y Donatila "la Srª Dona", padres de Angelíta, madre de mi acompañante en el paseo Ángel Cerezal. 


A continuación hay un comercio que pertenece a los hijos de Galo Galán. Aunque casi debería de hablar de él en pasado pues Miguel Ángel, que es quien lo lleva, está a punto de cerrarlo por jubilación. En el piso vivió algún tiempo Julián Mezquita y en el bajo, tenía la tienda  Pedro Mezquita “Campante” que fue atendida por su hijo Pepe hasta que se casó y abrió la suya. Galo, que era de Rábano de Aliste, se casó con Angelita,  hija del Tío Pedro y continuó y amplió la tienda. Tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer Ángela, que prosiguieron con el negocio.


Esta casa, redondeada por la parte que se abre a la calleja, la hizo Enrique Rodríguez “Tocó” y Engracia, su mujer, y además de la vivienda familiar pusieron una tienda de ultramarinos, coloniales o comestibles, como se llamaban lo que ahora son súper y tiendas de alimentación. Al Sr. Enrique lo recuerdo con  un guardapolvo gris, que era como el uniforme de los tenderos. También comerciaban con guano y abonos minerales que almacenaban en una nave en la Quinta. Completaban la familia, Vitorína, Josefa, Santiago, Enrique, Bernardo, Luís y Domingo. El edificio lo compró Pablo Martínez Castaño y puso una tienda de objetos de informática y cibernética, o sea, de ordenadores, tablet y esas cosas. 


Después de la calleja está la casa del Sr. Pedro Mezquita, “Campante”, que descendía de una saga de hojalateros y caldereros procedentes de San Juan del Rebollar. En los bajos tenía el taller, pero a él le gustaba más clavar la bigornia a la puerta y con el mazo de madera modelar las calderas. Se sentaba en una silla baja de enea, los anteojos, especie de quevedos  de patillas flexibles, sobre la nariz para poder mirar  encima e hilar la hebra, si era menester, con quien por allí pasaba. Era dicharachero y coñón. Su hijo Pepe, casado con Francisca Campos, puso en el local una ferretería y vendía los regadores, candiles, faroles y piezas de hojalata que el mismo hacía. Quizá el último candil y farol que hizo, que por cierto me costó mucho convencerlo para que los hiciera, los tengo en casa. Llevan fecha 6-8-1998, dedicatoria y firma. Cuando falleció Pepe siguió con la ferretería su hijo José María hasta que en el 2020 se jubiló. Pero  no era artesano.


La última por esta acera era una casa pequeña en la que vivieron varios Guardia Civiles, que raro verdad, entre otros, el cabo Arias, otro que era de Rábano y trabajaba en la emisora de radio y por último, así lo creo, el sargento Silvestre, que estaba en la aduana. La casa era de los “Tocós”. Estos  adquirieron el huerto del marqués y, cuando se jubilaron Santiago y Luis, que eran los que llevaban la tienda, hicieron la casa que existe ahora que es propiedad de hijos de Santiago Ramos "Corín"·. Por esa finca, la huerta del Marqués, pasaba el agua de la ganada que cruzaba por encima de la carretera y regaba el prado y los huertos que estaban del otro lado. 

 

Después del comercio de Pablo Martínez la calle se estrecha y, cerca del río, hay dos pequeñas edificaciones en ruinas que fueron cuadras e incluso la primera fue utilizada en alguna ocasión como matadero. Al final está la trasera de la casa de la “Chana” pero no tiene acceso por esta calle.

Voy a dejar la subida para otro paseo, este ha salido largo y puede que los lectores y Ángel y yo estemos algo cansados. 


Hasta otro día. 

1 comentario:

  1. Muy bien explicado, Jesús. En espera del día que podamos recorrerlo de nuevo de forma presencial, te doy las gracias de nuevo. Saludos cordiales

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