Calle de El Hospital vista desde la Plaza Mayor de Alcañices. (FOTOGRAFÍA: Daniel Ferreira) |
Tina Gallego me llamó para comentarme que en el paseo por la calle los Labradores había algo que no se ajustaba a la realidad. Tenía razón y le agradecí la puntualización. Charlamos un rato y me preguntó que si iba a escribir de otras calles y otras gentes. Le dije que no me atrevía, pero con esto del confinamiento, que parece que va para largo, voy a atreverme a hacerlo de sitios en los que de pequeño corría y jugaba. Entonces los niños éramos los dueños de las calles, no había en ellas ni un solo coche y podíamos correr sin problemas por todos los sitios.
Escribo basándome únicamente en mi memoria, por tanto es posible que la descripción que hago no coincida con la que otros tengan de los lugares que describo. Todo puede ser.
Escribo basándome únicamente en mi memoria, por tanto es posible que la descripción que hago no coincida con la que otros tengan de los lugares que describo. Todo puede ser.
Esquina a los Labradores estaba la Alhóndiga, institución que creó el primer marqués de Alcañices, Francisco Enríquez de Almansa, junto a su mujer la toresana Isabel de Ulloa, al tiempo de la del hospital de san Nicolás. Ambas fueron registradas en la misma escritura y dotadas con juros que los marqueses tenían en Zamora, Toro y Valladolid. Estas fundaciones tuvieron problemas en su comienzo, pues la marquesa en los tiempos de su creación se fue para Toro sin haber firmado la escritura.
La misión que tenía la Alhóndiga era la de facilitar granos en tiempos de necesidad a los habitantes de los pueblos del marquesado, obligándose a devolverlos, aumentada un poco la cantidad que recibían, en la cosecha siguiente. Lo que devolvían de más como intereses, servía para ayudar a financiar el hospital. Esta institución funcionó como tal casi hasta el siglo XIX. Los administradores de las dos instituciones eran los frailes del convento de san Francisco. Con la desamortización de Mendizábal los frailes se fueron y empezó a gestionarlo el administrador de los bienes del marqués, que estaba más interesado en su propio beneficio que en el buen funcionamiento de la institución. A partir de eso la desaparición era previsible. Después de un complicado, largo y costoso proceso el edificio pasó a ser propiedad del ayuntamiento. Posteriormente, fue alquilado a distintas personas y al final, en 1958 ó 1959, subastado pasando a manos de Antonio Calvo “Ratica”, adjudicado por 35.000 pesetas -unos 120 euros-. Antonio vendió la mitad a Juan Antonio Ramos, quedándose él con la otra. Esa mitad pertenece a herederos de Marisol Aguiar.
El edificio tenía una pared para la calle Labradores construida en grandes y labradas piedras de pizarra. Las piedras debían de ser ricas en salitre o en algún otro producto que gustaba muchísimo a cabras y ovejas; cuando los rebaños llegaban al Cuesto emprendían una rápida carrera y así coger los mejores sitios para lamer las piedras. Tanto lo habían hecho que las piedras tenían unos hoyos profundísimos. Junto a la pared estaba el yunque de Prudencio el herrador. también cuando llegó la red del agua de Cubillas, todavía sin la instalación en los domicilios, en esa pared adosaron una fuente con grifo.
Donde ahora está Unicaja había una edificación donde vivían los Carril que eran sus dueños. Esta familia ha desaparecido totalmente del pueblo. Es posible que en principio fuera un mesón por la forma del edificio y la distribución que tenía. Hasta que pasó a albergar una entidad bancaria, vivieron en ella familias de funcionarios, la última fue la del policía Manuel Troyano.
La primera institución bancaria que se instaló en el edificio creo que fue Caja Zamora, gestionada por Daniel Carril, abogado que ejercía en Alcañices. Luego, mediante fusiones y absorciones, durante mucho tiempo fue Caja España pasando en la última crisis a ser absorbida pasando a propiedad de la caja andaluza.
La casa contigua, ahora de los herederos de Daniel Dacosta, era del Sr. Lucas “Luconas”, zapatero remendón. ¡Hay que ver qué cantidad de zapateros había entonces! El taller estaba en el portal de entrada a la derecha, en una habitación que se abría a la calle por un balcón, cerca del cual, por la luz, tenía la mesa de trabajo.
La mesa de trabajo de los zapateros era muy curiosa: baja, con un gran cajón, tenía en el exterior de la tabla superior gran cantidad de apartados hechos con listones, destinados a contener cada uno puntas de distintos tamaños, clavos, corchetes, leznas, cudillos, cuchillas, trozos de cuero, correas, agujas y toda la infinidad de utensilios necesarios para la confección del calzado. Y todo muy bien ordenado. El trabajo lo hacían sentados en banquetas o sillas bajas de enea.
Lucas tenía un huerto en la Herradura con muchos manzanos, que vigilaba y cuidaba con mimo. Era frecuente que los niños entráramos a coger la fruta de los árboles que había en los huertos, cosa que en el de Lucas era imposible. ¡Siempre aparecía por algún lado como si tuviera el don de la ubicuidad. Las manzanas las vendía a los niños en el taller, aprovechaba todas; a las que tenían maca se la quitaba y el trozo que quedaba también las vendía a una perragorda. Lo curioso y extraño era que allí acudíamos todos a comprar, hasta los que en casa las teníamos de cosecha. ¡Oh témpora, oh mores!
En la siguiente vivía la familia Monforte. A quien daba nombre a esta familia no llegue a conocerlo, creo que era guardia. Su viuda Josefa era conocida como “la Roja”, no por su ideología sino por el color de su pelo. Era hermana de Isabel la esposa de Luconas. Tres eran los hijos del matrimonio: Laura, Daniel e Isabel. A Isabel, la más pequeña, la veía en Salamanca, tenía su domicilio cercano al mío. Laura se fue de Alcañices y casi no la recuerdo, en cambio sí recuerdo bien a Daniel, padre de la periodista y escritora de éxito Reyes Monforte, a quien conocí aquí en Salamanca en la presentación de un libro. Ocasión en la que estuvimos charlando un rato, Reyes no conoce Alcañices y acordamos que había que emendar eso lo antes posible. Sería una buena pregonera de las fiestas La casa fue adquirida por Manolo Bermúdez “Enrebujas”, que fue quien levantó el edificio actual. Florencia, su viuda habita el piso superior. La parte baja la ocupa el Banco de Santander.
En el bajo de la antigua construcción tenia la churrería Manuel Noro, "Vila". Vila estaba Inocencia y tuvieron tres hijos y una hija. En la churreria ayudaban al reparto de churros los hijos mayores José Antonio y Lolete compartiendo espacio con santos, virgenes y toda la corte celestial que Manuel siempre traía a colacion mientras freía los churros. En la churrería también alquilaban y vendían novelas, sobre todo del Oeste,genero que tenía muchos seguidores, Marcial Lafuente Estefanía era el autor más solicitado. Recuerdo a los hermanos Rego, Ignacio y Modesto por Valdesejas sentados en una pared totalmente abstraidos leyendo. Lolete, taxista en Madrid, viene mucho al pueblo, se un buen rato con él, sobre todo si te gusta escuchar. Tambíen en los bajos, cuando se estableció por su cuenta, tuvo la peluquería Luis "Alegrias" hasta que se jubiló. Allí aprendió el oficio su hijo Antonio.
En el bajo de la antigua construcción tenia la churrería Manuel Noro, "Vila". Vila estaba Inocencia y tuvieron tres hijos y una hija. En la churreria ayudaban al reparto de churros los hijos mayores José Antonio y Lolete compartiendo espacio con santos, virgenes y toda la corte celestial que Manuel siempre traía a colacion mientras freía los churros. En la churrería también alquilaban y vendían novelas, sobre todo del Oeste,genero que tenía muchos seguidores, Marcial Lafuente Estefanía era el autor más solicitado. Recuerdo a los hermanos Rego, Ignacio y Modesto por Valdesejas sentados en una pared totalmente abstraidos leyendo. Lolete, taxista en Madrid, viene mucho al pueblo, se un buen rato con él, sobre todo si te gusta escuchar. Tambíen en los bajos, cuando se estableció por su cuenta, tuvo la peluquería Luis "Alegrias" hasta que se jubiló. Allí aprendió el oficio su hijo Antonio.
Esquina a la calle de la Herradura, donde termina la del Hospital, está la de los Dacosta, apellido que indica la procedencia portuguesa de la familia. En la Herradura la casa esta portalada, en esa parte estaba el taller de la zapatería que empleaba a la familia y en otra dependencia tuvieron la pescadería, por este orden, Juan Antonio y Santiago Corín. La parte noble de la casa debió ser la que da a la del Hospital, que es donde tiene un escudo nobiliario en la fachada. Al Sr. Dacosta no lo recuerdo, si a su viuda, se llamaba María y era de Sejas de Aliste.
María Calvo “Mariquita” era la propietaria del edificio que con el Nº 2 abre la calle, qu tiene el bajo soportalado y bonita fachada a la plaza y a la calle del Hospital. En la casa vivió y tenía el consultorio Burgos, eminente médico, casado en Alcañices, que se trasladó a Madrid. Él fue quien arregló la avería que la viga me hizo en la rodilla cuando las obras de la casa de mis padres. Modesto García y Mariquita, dueña de la casa por herencia, se establecieron en la vivienda y pusieron una tienda, un pequeño Corte Inglés donde había de todo. Mariquita, quizás la persona más conocida de todo Aliste, regentó la tienda durante mucho tiempo. Modesto murió joven, Mariquita cumplió cien años en plena lucidez. Tuvieron tres hijos Carmina, Manolo y Solita, y la familia continua en nietos y biznietos.
Hijos, nietos y familia política de la Señora Mariquita, asomados a los balcones de su casa, en la calle de El Hospital. |
Una vez que Mariquita estaba barriendo la puerta -lo de barrer la puerta muchas veces era una disculpa para charlar con quien por allí pasaran- la vio Jesús “Pulga” y le soltó: “Tú barre, barre, pero a los Barros no los vas a echar de la puerta”.
Por esta acera de los pares, la siguiente vivienda era de Antonio Calvo “Ratica”. Ahora pertenece a Manuel Ferreira “Catún”. Antonio, era alcalde de Alcañices, presidente de la Gestora cuando comenzó la guerra civil de 1936. De esa corporación formaban parte Antonio Barros, mi abuelo, Juan Antonio Ramos, Antonio Rodríguez, Felipe Figueroa, Bernardo García, Antonio Romero y Agustín Fernández. La corporación la formaban dos o tres más que no tuvieron problemas porque ese día, al ser convocados sin cita previa, estaban trabajando y no firmaron el acta de entrega.
Muchos de los reseñados no tenían afiliación política alguna pero si sufrieron prisión, multas de 10.000 pesetas, exorbitante cantidad en aquel tiempo, y exilio por el hecho de ser concejal en su pueblo. Algunos salieron pronto de la cárcel gracias al buen hacer de Santiago Prieto, nombrado alcalde un mes después del inicio de la guerra. Pero alguno pasó años en aquellas masificadas y antihumanas prisiones. Antonio, el alcalde, huyó para Portugal y estuvo viviendo en Ciçouro hasta la amnistía que dieron el 9 de diciembre de 1949, Año Santo. La casa tiene una cosa curiosa, desde el patio trasero, rodeando la de Miguel García, hay un pasadizo que la comunica con la de Ascensión Aguiar. Antonio, que era novio de Ascensión, cuando fue a hacer la petición de mano en vez de pedir la de la novia, como todos esperaban, pidió la de Pilar. Se la concedieron y se casó con ella; Astensión contrajo matrimonio con Manolo Carril pero pronto se separaron. Pilar, Ascensión y Antonio vivieron juntos hasta sus últimos días.
Seguidamente estaba la vivienda de Miguel García “el Polla” y Julia Martín. Miguel, de los Pollas de toda la vida y Julia, originaria de Mahide, tuvieron tres hijos: Margarita, Miguel y Tina. Los tres han fallecido pero su descendencia continúa con la saga. Miguel, miembro de una extensa familia de zapateros cuyos miembros se dispersaron-tradición de zapateros para no hacerse la competencia- por Aliste y alguno por la Carballeda, tenía el taller en el bajo, con ventana a la calle. Iba a vender sus productos a las ferias que regularmente se hacían en la comarca en su caballo Ligero, fuerte y precioso animal, que cargaba también lo que su dueño llevaba para vender. Una tarde que venía yo con las vacas del valle de Palazuelo montado en una yegua que teníamos, esta se desbocó y Miguel, buen jinete, a caballo de Ligero, que también venia de recogerlo en el valle, se dio cuenta de la situación y, cual John Wayne, azuzó al caballo y poniéndose a mi altura fue apretando a la yegua contra las paredes hasta que consiguió que se detuviera.
El Señor Miguel, como todos los de su familia, era muy “torero”. Cuando durante la lidia de los toros de san Roque se formaba una montonera de gente en la plaza, contaban que la razón era que “el toro había cogido a uno de los Pollas y se le había echado la familia encima”.
Luego está la casa que fue de Ascensión Aguiar, hija del Sr. Francisco y hermana de Pilar y Paco. En el bajo había un comercio con un amplio abanico de productos, desde telas a juguetes, desde bisutería a lapiceros, o sea, un pequeño bazar. La vivienda es en la actualidad de Sonia, hija de Pepín “Tatá” y de Tina García que la adquirieron de los herederos de Ascensión. Esta, como ya apunté anteriormente, contrajo matrimonio con Manolo Carril que se fue para Valladolid y tenía la gerencia del ambigú del cine Rossi.
Seguidamente tenemos un edificio que ha albergado un bar desde los años veinte del siglo XX. El primer propietario fue Manuel Gallego, que además del bar llevaba en los pisos altos una pensión. No recuerdo si tenía nombre, las gentes de generaciones anteriores lo llamaban el bar de Gallego, pero por motivos obvios pasó a llamarse, alzamiento militar por medio, el Alcázar, como figuraba en los azulejos de la puerta de entrada. De allí sacó a punta de pistola, el 22 de septiembre de 1936, el desalmado Montejo al administrador de la aduana Rafael Sassot para asesinarlo en el cementerio.
La casa fue adquirida por la familia Rodríguez “Tocós” y vivieron en ella los miembros de esa familia Lorenzo Guillermo y su esposa Josefa Rodríguez, padres de Ite y de Mary, hasta que se trasladaron a Rabanales, donde pusieron un comercio. Con algunas reformas Bernardo Rodríguez, también “Tocó”, tuvo el bar durante muchos años. Este fue el sitio donde se instaló la primera televisión que hubo en el pueblo. El aparato, de la marca Telefunken, tenía un mueble de madera con dos puertas que cerraban cuando la pantalla estaba apagado. Bernardo estaba casado con Angelita, hija de Doña María, maestra muy querida por sus alumnas, y de Ángel Álvarez, “el Zamorano", maestro de obras, y tuvieron tres hijos, Bernardo, Paco y Mary.
El edificio fue adquirido por Manolo el de la Elisa y su mujer Felismina. Siguieron con el bar, al que reformaron y cambiaron el nombre por el de Acuario. Lo gerenciaron hasta que sus hijos decidieron cambiar de aires y pasó a propiedad de Germán, actual propietario, nacido en Gallegos del Campo. Esto confirma mi teoría de la procedencia foránea de los Alcañiceños.
Y llegamos al Hospital de san Nicolás, último edificio de la calle, mejor dicho el primero, pues es el que le da nombre. Era una magnifica construcción de dos plantas que ocupaba, en un principio, toda la manzana; Tenia enfermería, cocinas, almacenes, habitaciones para albergar catorce enfermos a la vez, a los cuidadores y personal necesario para el funcionamiento, capilla y cementerio. El edificio, además de grande era arquitectónicamente bello¿Gil de Ontañón?: la esquina que daba a Labradores estaba hecha en piedra de pizarra escuadrada a piqueta, todos los que la vimos la recordamos. En el suelo, para protegerla, había un rojizo regollo de grandes dimensiones en el que nos podíamos sentar cómodamente dos personas. José “Vilo” y María Antonia pusieron una mercería donde el bar La Villa y tuvieron el buen gusto de llamarla El Canto en honor a la piedra que tantos años protegió la esquina.
La institución fue creada por los marqueses y funcionó hasta el siglo XIX. El hospital lo fundaron para el cuidado de los enfermos de los pueblos del marquesado y de los transeúntes necesitados, aunque estos no podían ocupar las instalaciones más que un día. Los administradores eran los frailes franciscanos del convento de San Francisco, hasta que a causa de la desamortización se fueron para Santiago de Compostela. Los fondos para el mantenimiento provenían de los juros, 33.000 maravedies, de propiedades que poseían en Toro, Zamora y Valladolid, además de los beneficios que dejaba la alhóndiga. Cuando los frailes se fueron, la institución casi dejo de funcionar, los dineros no llegaban y empezó a dar bandazos. Solo atendía a los soldados enfermos de las compañías que se estacionaban en la Villa. La puntilla se la dio la francesada. Pasó a propiedad del ayuntamiento, que lo alquiló a particulares siendo utilizado como almacén, corrales y cuadra. Salió a subasta al tiempo de la Alhondiga y fue adquirido por la familia Rodríguez, los “Tocós”, por 75.000 pesetas. Posteriormente compro una parte Angelito el Churrero, quien levantó el edificio que hay ahora. Con otra parte se quedaron los Tocós y edificaron pisos y el espacio donde está la carnicería Alfonso.
Jesús Barros Martín
Jesús Barros Martín
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