miércoles, 15 de abril de 2020

Última jornada del paseo por la calle Labradores.

Vista de la calle Los Labradores (FOTOGRAFÍA: Daniel Ferreira)


Habíamos subido la empinada cuesta de la calle, nos habíamos introducido en el espacio  que se abre hacia la derecha y ahí lo dejamos. Hoy vamos a caminar hasta la calle del Hospital, que es la parte  que nos queda por hacer. Como es una zona llana, creo que lograremos hacer el recorrido sin tropiezos.

Lo primero que nos encontramos es la casa de Ángel Lorenzo de la Iglesia “Anchil” en la que vivió con su mujer y donde se criaron sus cuatro hijos. En los años cincuenta, la vivienda sufrió un incendio del que quedó maltrecha, pero la solidaridad de los vecinos -nadie o muy pocos tenían seguro de incendios- hizo que el edificio fuera levantado de inmediato. Los labradores, tanto de la misma calle como de otras de la localidad, con sus carros transportaron las piedras necesarias para levantar el nuevo edificio. También alguno que sabía de albañilería colocó piedras  y la casa quedó dispuesta, incluso mejorando la anterior. 

Un  tiempo después  ocurrió un suceso que trajo de cabeza y dio que hablar  a la gente de La Villa: una noche vieron que en la cocina  una extraña sombra se movía por las paredes. En  un principio no le dieron importancia, pero la cosa siguió repitiéndose en noches posteriores y los dueños de la vivienda lo comentaron con algo de preocupación con los vecinos. Continuó en ocasiones sucesivas la sombra deslizándose  por la pared  y  pasó a ser la comidilla de todos. Los habitantes del pueblo, curiosos, y necesitados de temas de conversación, en principio como si tuvieran que hacer algo pero después sin disimulo, se acercaban a la casa, formaban corrillos y trataban  de entrar en la cocina. Total, que aquello se convirtió en una romería de obligada presencia. Hasta don Félix Manteca Manteca,  entonces párroco de Alcañices, fue a comprobar lo que pasaba. Lo que no sé es si llegó o no a exorcizar  y bendecir  la casa. Un día alguien dijo que la sombra ambulante la producía una mosca que giraba en torno a la bombilla y en eso quedó el asunto. Lo ocurrido pasó a la memoria denominado como: “la mosca de Anchil”.

Presumía Ángel de tener una de las parejas de vacas mejores del pueblo y era verdad. También decía ser el mejor jugador  de tute habanero, cosa que muchos discutirían. Lo que si era verdad es que las partidas que jugaba con  Domingo “el Rojo” en la taberna de “Barricos”, eran épicas, y rodeadas de gran expectación. Ángel, ya muy mayor, se fue para Madrid. La casa actualmente no pasa por sus mejores momentos.

Después de esta hay dos casas que me parece que pertenecen a herederos de Marcelino Rivas. (Si no se ajusta lo anterior a la realidad, ruego que me lo digan para rectificar) No sé si están habitadas.

La siguiente  casa   pertenecía a Pascual Lorenzo “Piscual”. En la parte de abajo tenía el domicilio y un corral para albergar las vacas y guardar el carro. En la planta de  arriba estaba el pajero. Con Pascual, persona de complexión menuda pero duro y siempre ocupado, y su esposa vivía la hija, Manuela. Esta se casó con un mozo de San Juan del Rebollar, con quien un tiempo después se fue a vivir a Bilbao. Ya jubilados retornaron para Alcañices y rehicieron la casa dejándola como ahora está.  Es el domicilio de los herederos de Manuela cuando vienen al pueblo.

Después, a la derecha, tenemos  una plazuela a la que la llamábamos: El Rincón del Tío Perico. La plazuela se abre  en dos  callejas que le dan salida hacia la cuesta de la Herradura. Conforme entrabamos en el Rincón había un pajero propiedad de “Julianico”. En la esquina  inmediata  un pajero de Francisco Santiago “Quico” y a continuación la casa del señor Pedro “el Tío Perico” que era quien daba nombre a la plazuela.
En aquellos años Pedro ya era muy mayor, pero como no cobraba jubilación alguna, no existía la Seguridad Social, realizaba algún trabajo de carpintería y creo que, muy de vez en cuando, recibía algún dinero de un sobrino que tenía en Argentina. Pertenecía a la cofradía de la Vera Cruz y era el encargado del mantenimiento de los pasos y del carro de la Virgen de la Salud y del artilugio de bajada al carro. Los días grandes para Pedro eran el Jueves Santo y el Viernes Santo. Esos días se revestía en su casa para la procesión e iba por la calle los Labradores hacia el convento con parsimonia, con empaque, dejándose ver. Investido con la túnica, el antifaz del capirote  echado hacia atrás mostrando la cara, la vara en la mano izquierda y con la derecha saludando como si fuera dando la bendición Urbi et Orbi. Todo un personaje, y bueno en el sentido Machadiano de la palabra.

En la siguiente esquina había algo así como una cuadra y a continuación una fragua a la que yo iba a calzar las rejas del arado. Como no tenía demasiadas fuerzas para manejar el martillo me tocaba darle al fuelle. Galo Galán, el último herrero de la Villa, me tenía tirando de la correa del fuelle mucho más tiempo del que tardaba en calzar las rejas, pero me recompensaba dándole el mazo a quien allí estuviera  también herrando para golpear en  las rejas que yo llevaba. En ese lugar ahora hay unas viviendas por pisos construidas por Santiago Campos y por descendientes de Ángel Lorenzo.

Cruzando la calleja hay un gran corralón en el que cabían vacas, ovejas, carro y todos los aperos necesarios para las labores agrícolas. En su final, a mano izquierda, está  el domicilio familiar, algo laberintico y con escalones para el acceso  y para ir a las habitaciones. La cocina tenía el piso  de grandes y pulidas lanchas de pizarra.  La familia la componían: Francisco Santiago “Quico”, hermano de mi madre, María Campos, su mujer, dos hijas, Mercedes y María Jesús, y los hijos, Luís, Paco, Santiago, y José.

Subiendo hacia la calle Labradores había dos corrales, el primero del Sr. Julián y el segundo de Tomás “el Religioso”. Ambos, al igual que el de Quico, tenían grandes y hermosas puertas carreteras de madera y ambos comunicaban con las viviendas, cada uno con la de su propietario, que tenían fachada a la calle por la que venimos recorriendo en este paseo.

Salimos del Rincón hacia la derecha y en el retranque tenemos la casa de Tomás Gago “el Religioso” o “el Rojo”, que por esos dos apodos se le conocía. Para acceder a la vivienda había que bajar un escalón alto, igual pasaba para entrar en  la cocina y en otras dependencias. La diferencia de altura entre ellas era para coger el nivel que tenía el corral en la salida hacia el Rincón. Tomás estaba casado con María “la Rola” y tenían dos hijos Ángel y Manuel, con quienes ya nos hemos encontrado  en estos paseos. María vendía en el amplio portal la leche que le proporcionaban las vacas que tenían. Mi familia era uno de sus clientes y yo el encargado de ir a buscarla, a veces, cuando le había parido recientemente alguna vaca, me regalaba los calostros -“colestros” decíamos en Alcañices- sabía que me gustaban.

Era normal que los hombres fueran a la capital en las Ferias de San Pedro y que se dieran una vuelta por el afamado barrio de la Lana. Tomando una copichuela en alguno de los bares, alguien del grupo preguntó por el importe de los servicios que allí prestaban, a lo que les informaron que cinco pesetas. Tomás, reflexionando, dijo: entonces ¡cuántos duros ha ganado la mi María!  Un nieto, también llamado Tomás, en el sitio de la antigua casa ha hecho una  nueva.

La siguiente casa ya toma la alineación del resto de las viviendas. Pertenecía al Sr. Julián “Julianico” y a la Sra. Elvira, su esposa. Con el matrimonio vivía la familia formada por Marcelino Rivas, su mujer y los hijos de esta pareja. Julián y Elvira  no tenían descendencia. Julián poseía una gran capacidad física, lo recuerdo cargando  unos enormes fejes de yerba que traía desde un pajero que tenía en la Quinta. Eran tan grandes que a él no se le veía, parecía que el bulto se movía solo. Lo identifico con Isak, el personaje de la novela Bendición de la Tierra, de Knut Hamsun, quen también subía así de cargado para las tierras que estaba colonizando en el norte de Noruega. Actualmente la vivienda esta reconstruida y pertenece a alguno de los herederos de Marcelino Rivas.

La vivienda que aparece a continuación pertenecía a José Argüello “Lecherín”, en la que vivía con su mujer y sus hijos Jaime, María y José. “Lecherín” estaba empleado con Manuel Muñoz para comprar terneras por los pueblos alistanos. Era una persona más bien menuda y tirando a bajo, pero muy listo y hábil en su cometido. Recorría los pueblos casi a diario y sabía cuándo los labradores tenían las terneras dispuestas para la venta. Siendo  yo un crio de 10 años, fui con mi abuelo Barros a la fiesta del Rosario de Alcorcillo. Después de merendar mi abuelo dijo que era la hora de volver para Alcañices pero yo pedí, y mi abuelo me lo permitió, quedarme a dormir en casa del tío Hipólito. A Alcorcillo iba casi todos los días en compañía de mi abuelo y conocía a todos los niños de, más o menos, mi edad por lo que me sentía allí como en casa. Pero  llegó la noche y ya no me sentía yo tan a gusto, así que decidí volverme para casa. Se lo dije al señor Hipólito que trató de convencerme para que me quedara a dormir,  al no conseguirlo se  brindó a  acompañarme. Muy seguro le dije que no era necesario y me volví andando ribera abajo. Después de pasar la curva de la peña, ya en la ribera, empecé a sentir un enorme miedo que se iba incrementando a cada paso, no me atrevo a decir que daba, porque no sé si era capaz de darlos. En esto, comencé a oír unos clac, clac, clac que no sabía ni de dónde venían ni qué los producía. Imaginaba que podían ser lobos con herraduras o cosas peores. Los clac, clac, clac se acercaban y creía que esa iba a ser mi última noche. Cuando ya me sentía morir, el clac se paró y una voz me dijo: pero Jesús, ¿qué haces por aquí a estas horas? Anda, sube al caballo. Cuando a la puerta de casa me bajé, todavía los latidos del corazón no se había normalizado. Quien me salvó era el Sr. José “Lecherín”.   La casa ahora es de alguno de los herederos.

Adosada a la anterior está la vivienda que habitaba la familia Machado. Los miembros de esta familia eran Mario, de procedencia portuguesa; su mujer, hermana de Ángel Lorenzo y Pepe, Manuel y Angelito. Este último, que de niño era muy ágil, pronto empezó a padecer una larga enfermedad degenerativa que lo tuvo postrado durante años. En el comienzo de ella pasaba el tiempo asomado a una pequeña ventana que había en los bajos de la casa. Gran parte de su vida  estuvo Ángel hospitalizado en Madrid. Las hermanas Huidobro fueron para él una especie de Ángeles de la Guarda. La casa la ha adquirido María Dolores, hija de Jesús Cotoví.

En la siguiente construcción vivió la familia de Agustín Campos hasta que emigraron todos sus componentes para Francia. Desde allí adquirieron la que abre estos paseos y en ella vivieron   durante las vacaciones. A continuación  la casa de la que ahora tratamos la ocupó Santiago Ramos “Corín”, su mujer y su no pequeña familia. Santiago tenía un negocio de pescadería ubicado durante algún tiempo, como ya apunté anteriormente, en el soportal de la calle de la Herradura que hace esquina con la calle del Hospital. Dos de sus hijos siguen en Alcañices teniendo un negocio, salvando las distancias, de parecidas características al de Santiago.

La vivienda que está a continuación limita con una calleja que  que nunca ha tenido nombre, y desde ella no se accede más que a dos casas en todo su recorrido. Es una de las uniones entre los Labradores y la Herradura, aunque no es muy transitada debido a la estrechez y a la pendiente que tiene. Lo que si hace y bien es la labor de aliviadero de las aguas de la calle cuando caen de manera copiosa. La casa está habitada por la familia de “los Finos” al menos desde el primer tercio del S. XX. En ella he conocido a Isabel, actual propietaria, una hermana que creo que se llamaba Agustina y a la madre de ambas. Isabel se casó con Manuel Machado y han tenido dos hijos, Manuel y Domingo y una hija, María Luisa.
Agustina se casó con Agustín “el Santanero”; ignoro si tuvieron descendencia. De esta familia era Eusebio “el Fino” de quien hablo en la leyenda dedicada a San Juan del Rebollar.

Después de la calleja tenemos, ahora en plena reconstrucción, el domicilio de los “Reglas”. Esta familia, hoy dispersa por distintas viviendas del pueblo, estaba formada por Antonio Píriz, e Isabel, los bisabuelos. Manuel y Dominga los abuelos, Antonio y Carmen padres del Antonio actual  y Pepe que cuando se casó con Solita se fue de la casa.
El  descendiente de Antonio -Antonio también- es el que ha heredado el apodo de “Reglas”, no así los descendientes de Pepe. La  casa ocupaba  un espacio muy grande en el que se ubicaban: la vivienda, el corral, la cuadra, con espacio para veinte o más vacas, y un cortinero. El bisabuelo, a quien yo conocí ya muy mayor, pasaba tiempo asomado a la calle por el postigo de la puerta de la cuadra, quizás añorando los trabajos que ya no tenía fuerzas para realizar. Como apuntaba más arriba en el solar está edificando su domicilio Rosa, hija del último Antonio.

A continuación esta la casa que fue de Miguel Gago, “Morato y/o Miguelista”. Hijo único de una familia acomodada, huérfano desde niño,  acogido en casa de mi abuelo Martín. Se casó con Margarita, del vecino Matellanes, y pusieron un bar en la casa. En el bar tenía instalada una gramola en la que sonaban las coplas de los cantaores y cantaoras más populares de entonces, entre los que destaca Pepe Pinto. Tenían  mucha clientela, quizás  consecuencia de  que Miguel no se fijaba mucho a la hora de cobrar las consumiciones. Tengo de Miguel un recuerdo imborrable: el día del bautizo de su último hijo, desde el balcón del primer piso repartió una espléndida  rebatina, cuando se terminó lo que tenía preparado para ello, en un arranque de generosidad, enseñando los  vacíos bolsillos, se tiró él. Era lo único que le quedaba. Toda la familia emigró para el Brasil y allí siguen todos sus descendientes. Contaba Enrique Cotoví, que una noche viendo en la televisión un documental, apareció Miguel hablando de religión como seguidor de una iglesia evangélica. Siendo la casa ya de Fermín y de Sebastiana, "la Chana" vivió  en ella  un guardamontes, empleo que entonces era muy importante, que tenía una extensa familia y dejó buen recuerdo tanto entre los vecinos como en los que necesitaban leña y la conseguían en montes públicos. La vivienda, recientemente construida, está deshabitada.

Lo siguiente es una casa que tiene poca fachada pero que se extiende  mucho hacia atrás. Era de Eleuterio, confitero que tenía su negocio donde está la zapatería de José Rodríguez. La casa perteneció a María Calvo “Mariquita” que se la compró a las hijas de Eleuterio cuando pusieron la confitería en la plaza. Mariquita la utilizaba como almacén para los productos que vendía en la tienda, como gallinero y para hacer y curar los productos de la matanza. Ahora es propiedad de la familia de Paulino.

En la que está adosada a la anterior  vivió Luís García España “Pachito” y Clemencia Fonseca. Les tuteo porque con ellos y con sus hijos conviví en la infancia. Luís fue muchísimos años cartero “en vehículo de tracción de sangre” de Santa Ana, Villarino Tras la Sierra y San Mamed. Todos los días, lloviera, nevara o hiciera un sol de justicia, después de despachar en la oficina de Correos, aparejaba la borrica y partía hacia los pueblos en que prestaba servicio. Antes de cartero fue contratista de los arbitrios municipales, socio de mi abuelo Barros.  Siendo mayor, pero en activo y  por motivo de  alguna dolencia, lo sustituía Luís o Antonio, hijos suyos, para que el correo no dejara de llegar a los habitantes de esos pueblos.
Clemencia, su esposa, era de la Malhadas cercana localidad portuguesa. Mujer delgada, pura fibra,  de una naturaleza incansable, mejor dicho, nunca parecía cansada, trabajo lo indecible para que a sus hijos María, Alfonsa Luis, Antonio y Rosa siempre tuvieran lo necesario. El Sr. Luís había tenido antes otros matrimonios de los que habían nacido Santiago y Adela. El primero salió pronto de Alcañices y volvía en pocas ocasiones, Adela estaba casada con Tomás  Figueroa “Farruco”. La casa, como la anterior, es de Paulino.

Al fin llegamos a la última que nos encontramos en este paseo. Hay otra antes  del final pero la dejo para la siguiente caminata. Como acredita el viejo y borroso letrero de la fachada “CASA  BARROS VINOS Y COMESTIBLES” desde siempre  la casa ha pertenecido  a mi familia. (En el archivo del obispado en el 1600 hay ya inscritas gentes con el apellido Barros). En principio era de una sola planta pero la reformaron para dejarla como esta. De  la fecha de la reforma tengo en mi cuerpo una marca indeleble. Iniciaba mi segundo año de vida y cuando estaba dando guerra por la obra, cayó una viga que se llevó por delante el recubrimiento de mi rodilla izquierda.  En unos lejanos carnavales, cuando en la Villa se hacían comparsas que entonaban coplas, cantaron lo siguiente: El pueblo está muy sucio/ no se puede andar por él/ ya han llegado los Barros/hasta casa de Isabel. Utilizaban la boda de mi bisabuela Isabel Poyo con mi bisabuelo Juan Barros para criticar la condición en la que se encontraba la Villa. De ellos pasó a mis abuelos Antonio Barros y María Gago,  luego a mis padres José y  María Martín. Los  “Barricos” de toda la vida.  Viví  en ella con todos los mencionados. Ahora la habita una familia rumana, de lo que estamos encantados tanto ellos como yo.
En la casa, hasta que me fui del pueblo hubo una tienda, pero fundamentalmente fue una taberna muy frecuentada por  los vecinos de la calle y de otras partes del pueblo. Era muy popular. ¡Anda que no serví allí yo medios cuartillos de vino!

Vista de la calle Los Labradores desde el cruce con la calle de El Hospital. (FOTOGRAFÍA: Daniel Ferreira)

Aquí se acaba este paseo virtual. Estamos en tiempo de no salir de casa. Pero a lo mejor emprendemos otra ruta.

Saludos
Jesús Barros Martín

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