Vista de la calle Los Labradores (FOTOGRAFÍA: Daniel Ferreira) |
Habíamos subido la empinada cuesta
de la calle, nos habíamos introducido en el espacio que se abre hacia la
derecha y ahí lo dejamos. Hoy vamos a caminar hasta la calle del
Hospital, que es la parte que nos queda por hacer. Como es una zona
llana, creo que lograremos hacer el recorrido sin tropiezos.
Lo primero que nos encontramos es
la casa de Ángel Lorenzo de la Iglesia “Anchil” en la que vivió con su mujer y
donde se criaron sus cuatro hijos. En los años cincuenta, la vivienda sufrió un
incendio del que quedó maltrecha, pero la solidaridad de los vecinos -nadie o
muy pocos tenían seguro de incendios- hizo que el edificio fuera levantado de
inmediato. Los labradores, tanto de la misma calle como de otras de la
localidad, con sus carros transportaron las piedras necesarias para levantar el
nuevo edificio. También alguno que sabía de albañilería colocó piedras y
la casa quedó dispuesta, incluso mejorando la anterior.
Un tiempo después ocurrió un
suceso que trajo de cabeza y dio que hablar a la gente de La Villa:
una noche vieron que en la cocina una extraña sombra se movía por las
paredes. En un principio no le dieron importancia, pero la cosa siguió
repitiéndose en noches posteriores y los dueños de la vivienda lo comentaron
con algo de preocupación con los vecinos. Continuó en ocasiones sucesivas la
sombra deslizándose por la pared y pasó a ser la comidilla de
todos. Los habitantes del pueblo, curiosos, y necesitados de temas de
conversación, en principio como si tuvieran que hacer algo pero después sin disimulo,
se acercaban a la casa, formaban corrillos y trataban de entrar en la
cocina. Total, que aquello se convirtió en una romería de obligada presencia.
Hasta don Félix Manteca Manteca, entonces párroco de Alcañices, fue a
comprobar lo que pasaba. Lo que no sé es si llegó o no a exorcizar y
bendecir la casa. Un día alguien dijo que la sombra ambulante la producía
una mosca que giraba en torno a la bombilla y en eso quedó el asunto. Lo
ocurrido pasó a la memoria denominado como: “la mosca de Anchil”.
Presumía Ángel de tener una de las
parejas de vacas mejores del pueblo y era verdad. También decía ser el mejor
jugador de tute habanero, cosa que muchos discutirían. Lo que si era
verdad es que las partidas que jugaba con Domingo “el Rojo” en la taberna
de “Barricos”, eran épicas, y rodeadas de gran expectación. Ángel, ya muy
mayor, se fue para Madrid. La casa actualmente no pasa por sus mejores
momentos.
Después de esta hay dos casas que me
parece que pertenecen a herederos de Marcelino Rivas. (Si no se ajusta lo
anterior a la realidad, ruego que me lo digan para rectificar) No sé si están
habitadas.
La siguiente casa
pertenecía a Pascual Lorenzo “Piscual”. En la parte de abajo tenía el
domicilio y un corral para albergar las vacas y guardar el carro. En la planta
de arriba estaba el pajero. Con Pascual, persona de complexión menuda
pero duro y siempre ocupado, y su esposa vivía la hija, Manuela. Esta se casó
con un mozo de San Juan del Rebollar, con quien un tiempo después se fue a
vivir a Bilbao. Ya jubilados retornaron para Alcañices y rehicieron la casa
dejándola como ahora está. Es el domicilio de los herederos de Manuela
cuando vienen al pueblo.
Después, a la derecha, tenemos una
plazuela a la que la llamábamos: El Rincón del Tío Perico. La plazuela se abre
en dos callejas que le dan salida hacia la cuesta de la Herradura.
Conforme entrabamos en el Rincón había un pajero propiedad de “Julianico”. En
la esquina inmediata un pajero de Francisco Santiago “Quico” y
a continuación la casa del señor Pedro “el Tío Perico” que era quien daba
nombre a la plazuela.
En aquellos años Pedro ya era muy mayor,
pero como no cobraba jubilación alguna, no existía la Seguridad Social,
realizaba algún trabajo de carpintería y creo que, muy de vez en cuando,
recibía algún dinero de un sobrino que tenía en Argentina. Pertenecía a la
cofradía de la Vera Cruz y era el encargado del mantenimiento de los pasos y
del carro de la Virgen de la Salud y del artilugio de bajada al carro. Los días
grandes para Pedro eran el Jueves Santo y el Viernes Santo. Esos días
se revestía en su casa para la procesión e iba por la calle los Labradores
hacia el convento con parsimonia, con empaque, dejándose ver. Investido con la
túnica, el antifaz del capirote echado hacia atrás mostrando la cara, la vara en la
mano izquierda y con la derecha saludando como si fuera dando la
bendición Urbi et Orbi. Todo un personaje, y bueno en el
sentido Machadiano de la palabra.
En la siguiente esquina había algo así
como una cuadra y a continuación una fragua a la que yo iba a calzar las rejas
del arado. Como no tenía demasiadas fuerzas para manejar el martillo me tocaba
darle al fuelle. Galo Galán, el último herrero de la Villa, me tenía
tirando de la correa del fuelle mucho más tiempo del que tardaba en calzar las
rejas, pero me recompensaba dándole el mazo a quien allí estuviera
también herrando para golpear en las rejas que yo llevaba. En ese lugar
ahora hay unas viviendas por pisos construidas por Santiago Campos y por
descendientes de Ángel Lorenzo.
Cruzando la calleja hay un gran corralón
en el que cabían vacas, ovejas, carro y todos los aperos necesarios para las
labores agrícolas. En su final, a mano izquierda, está el domicilio
familiar, algo laberintico y con escalones para el acceso y para ir a las
habitaciones. La cocina tenía el piso de grandes y pulidas lanchas de
pizarra. La familia la componían: Francisco Santiago “Quico”, hermano de
mi madre, María Campos, su mujer, dos hijas, Mercedes y María Jesús, y los
hijos, Luís, Paco, Santiago, y José.
Subiendo hacia la calle Labradores había
dos corrales, el primero del Sr. Julián y el segundo de Tomás “el Religioso”.
Ambos, al igual que el de Quico, tenían grandes y hermosas puertas carreteras
de madera y ambos comunicaban con las viviendas, cada uno con la de su
propietario, que tenían fachada a la calle por la que venimos recorriendo en este
paseo.
Salimos del Rincón hacia la derecha y en
el retranque tenemos la casa de Tomás Gago “el Religioso” o “el Rojo”, que por
esos dos apodos se le conocía. Para acceder a la vivienda había que bajar un
escalón alto, igual pasaba para entrar en la cocina y en otras
dependencias. La diferencia de altura entre ellas era para coger el nivel que
tenía el corral en la salida hacia el Rincón. Tomás estaba casado con María “la
Rola” y tenían dos hijos Ángel y Manuel, con quienes ya nos hemos encontrado
en estos paseos. María vendía en el amplio portal la leche que le
proporcionaban las vacas que tenían. Mi familia era uno de sus clientes y yo el
encargado de ir a buscarla, a veces, cuando le había parido recientemente
alguna vaca, me regalaba los calostros -“colestros” decíamos en Alcañices-
sabía que me gustaban.
Era normal que los hombres fueran a la
capital en las Ferias de San Pedro y que se dieran una vuelta por el afamado
barrio de la Lana. Tomando una copichuela en alguno de los bares, alguien del
grupo preguntó por el importe de los servicios que allí prestaban, a lo que les
informaron que cinco pesetas. Tomás, reflexionando, dijo: entonces ¡cuántos duros
ha ganado la mi María! Un nieto, también llamado Tomás, en el sitio de la
antigua casa ha hecho una nueva.
La siguiente casa ya toma la alineación
del resto de las viviendas. Pertenecía al Sr. Julián “Julianico” y a la Sra.
Elvira, su esposa. Con el matrimonio vivía la familia formada por Marcelino
Rivas, su mujer y los hijos de esta pareja. Julián y Elvira no tenían
descendencia. Julián poseía una gran capacidad física, lo recuerdo
cargando unos enormes fejes de yerba que traía desde un pajero que tenía
en la Quinta. Eran tan grandes que a él no se le veía, parecía que el bulto se
movía solo. Lo identifico con Isak, el personaje de la novela Bendición de la
Tierra, de Knut Hamsun, quen también subía así de cargado para las tierras
que estaba colonizando en el norte de Noruega. Actualmente la vivienda esta
reconstruida y pertenece a alguno de los herederos de Marcelino Rivas.
La vivienda que aparece a
continuación pertenecía a José Argüello “Lecherín”, en la que vivía con su
mujer y sus hijos Jaime, María y José. “Lecherín” estaba empleado con Manuel
Muñoz para comprar terneras por los pueblos alistanos. Era una persona más bien
menuda y tirando a bajo, pero muy listo y hábil en su cometido. Recorría los
pueblos casi a diario y sabía cuándo los labradores tenían las terneras
dispuestas para la venta. Siendo yo un crio de 10 años, fui con mi abuelo
Barros a la fiesta del Rosario de Alcorcillo. Después de merendar mi abuelo
dijo que era la hora de volver para Alcañices pero yo pedí, y mi abuelo me lo
permitió, quedarme a dormir en casa del tío Hipólito. A Alcorcillo iba casi
todos los días en compañía de mi abuelo y conocía a todos los niños de, más o
menos, mi edad por lo que me sentía allí como en casa. Pero llegó la
noche y ya no me sentía yo tan a gusto, así que decidí volverme para casa.
Se lo dije al señor Hipólito que trató de convencerme para que me quedara a dormir, al no conseguirlo se brindó a acompañarme. Muy seguro le
dije que no era necesario y me volví andando ribera abajo. Después de pasar la
curva de la peña, ya en la ribera, empecé a sentir un enorme miedo que se iba
incrementando a cada paso, no me atrevo a decir que daba, porque no sé si era
capaz de darlos. En esto, comencé a oír unos clac, clac, clac que no sabía ni de dónde venían ni qué los
producía. Imaginaba que podían ser lobos con herraduras o cosas peores.
Los clac, clac, clac se acercaban y creía que esa iba a ser mi última noche. Cuando
ya me sentía morir, el clac se paró y una voz me dijo: pero Jesús, ¿qué haces
por aquí a estas horas? Anda, sube al caballo. Cuando a la puerta de casa me
bajé, todavía los latidos del corazón no se había normalizado. Quien me salvó
era el Sr. José “Lecherín”. La casa ahora es de alguno de los herederos.
Adosada a la anterior está la vivienda
que habitaba la familia Machado. Los miembros de esta familia eran Mario, de
procedencia portuguesa; su mujer, hermana de Ángel Lorenzo y Pepe, Manuel y
Angelito. Este último, que de niño era muy ágil, pronto empezó a padecer una
larga enfermedad degenerativa que lo tuvo postrado durante años. En el comienzo
de ella pasaba el tiempo asomado a una pequeña ventana que había en los bajos
de la casa. Gran parte de su vida estuvo Ángel hospitalizado en Madrid.
Las hermanas Huidobro fueron para él una especie de Ángeles de la Guarda. La
casa la ha adquirido María Dolores, hija de Jesús Cotoví.
En la siguiente construcción vivió la
familia de Agustín Campos hasta que emigraron todos sus componentes para
Francia. Desde allí adquirieron la que abre estos paseos y en ella vivieron
durante las vacaciones. A continuación la casa de la que
ahora tratamos la ocupó Santiago Ramos “Corín”, su mujer y su no pequeña
familia. Santiago tenía un negocio de pescadería ubicado durante algún tiempo,
como ya apunté anteriormente, en el soportal de la calle de la Herradura que
hace esquina con la calle del Hospital. Dos de sus hijos siguen en Alcañices
teniendo un negocio, salvando las distancias, de parecidas características al
de Santiago.
La vivienda que está a continuación
limita con una calleja que que nunca ha tenido nombre, y desde ella no se accede más
que a dos casas en todo su recorrido. Es una de las uniones entre los
Labradores y la Herradura, aunque no es muy transitada debido a la estrechez y
a la pendiente que tiene. Lo que si hace y bien es la labor de aliviadero de
las aguas de la calle cuando caen de manera copiosa. La casa está habitada por la familia
de “los Finos” al menos desde el primer tercio del S. XX. En ella he conocido a
Isabel, actual propietaria, una hermana que creo que se llamaba Agustina y a la
madre de ambas. Isabel se casó con Manuel Machado y han tenido dos hijos,
Manuel y Domingo y una hija, María Luisa.
Agustina se casó con Agustín “el
Santanero”; ignoro si tuvieron descendencia. De esta familia era Eusebio “el
Fino” de quien hablo en la leyenda dedicada a San Juan del Rebollar.
Después de la calleja tenemos, ahora en
plena reconstrucción, el domicilio de los “Reglas”. Esta familia, hoy dispersa
por distintas viviendas del pueblo, estaba formada por Antonio Píriz, e Isabel,
los bisabuelos. Manuel y Dominga los abuelos, Antonio y Carmen padres del
Antonio actual y Pepe que cuando se casó con Solita se fue de la casa.
El descendiente de Antonio -Antonio
también- es el que ha heredado el apodo de “Reglas”, no así los descendientes
de Pepe. La casa ocupaba un espacio muy grande en el que se
ubicaban: la vivienda, el corral, la cuadra, con espacio para veinte o más
vacas, y un cortinero. El bisabuelo, a quien yo conocí ya muy mayor, pasaba
tiempo asomado a la calle por el postigo de la puerta de la cuadra, quizás
añorando los trabajos que ya no tenía fuerzas para realizar. Como apuntaba
más arriba en el solar está edificando su domicilio Rosa, hija del último
Antonio.
A continuación esta la casa que fue de
Miguel Gago, “Morato y/o Miguelista”. Hijo único de una familia acomodada,
huérfano desde niño, acogido en casa de mi abuelo Martín. Se casó con
Margarita, del vecino Matellanes, y pusieron un bar en la casa. En el bar tenía
instalada una gramola en la que sonaban las coplas de los cantaores y cantaoras
más populares de entonces, entre los que destaca Pepe Pinto. Tenían mucha
clientela, quizás consecuencia de que Miguel no se fijaba mucho a
la hora de cobrar las consumiciones. Tengo de Miguel un recuerdo imborrable: el
día del bautizo de su último hijo, desde el balcón del primer piso repartió una
espléndida rebatina, cuando se terminó lo que tenía preparado para ello,
en un arranque de generosidad, enseñando los vacíos bolsillos, se tiró
él. Era lo único que le quedaba. Toda la familia emigró para el Brasil y allí
siguen todos sus descendientes. Contaba Enrique Cotoví, que una noche viendo en
la televisión un documental, apareció Miguel hablando de religión como seguidor
de una iglesia evangélica. Siendo la casa ya de Fermín y de Sebastiana, "la Chana" vivió en ella un guardamontes, empleo que entonces era muy
importante, que tenía una extensa familia y dejó buen recuerdo tanto entre los
vecinos como en los que necesitaban leña y la conseguían en montes públicos. La
vivienda, recientemente construida, está deshabitada.
Lo siguiente es una casa que tiene poca
fachada pero que se extiende mucho hacia atrás. Era de Eleuterio, confitero
que tenía su negocio donde está la zapatería de José Rodríguez. La casa
perteneció a María Calvo “Mariquita” que se la compró a las hijas de Eleuterio
cuando pusieron la confitería en la plaza. Mariquita la utilizaba como almacén
para los productos que vendía en la tienda, como gallinero y para hacer y curar
los productos de la matanza. Ahora es propiedad de la familia de Paulino.
En la que está adosada a la anterior
vivió Luís García España “Pachito” y Clemencia Fonseca. Les tuteo porque
con ellos y con sus hijos conviví en la infancia. Luís fue muchísimos años
cartero “en vehículo de tracción de sangre” de Santa Ana, Villarino
Tras la Sierra y San Mamed. Todos los días, lloviera, nevara o hiciera un sol
de justicia, después de despachar en la oficina de Correos, aparejaba la
borrica y partía hacia los pueblos en que prestaba servicio. Antes de cartero
fue contratista de los arbitrios municipales, socio de mi abuelo Barros.
Siendo mayor, pero en activo y por motivo de alguna dolencia,
lo sustituía Luís o Antonio, hijos suyos, para que el correo no dejara de
llegar a los habitantes de esos pueblos.
Clemencia, su esposa, era de la Malhadas cercana localidad portuguesa. Mujer delgada, pura fibra, de una
naturaleza incansable, mejor dicho, nunca parecía cansada, trabajo lo indecible
para que a sus hijos María, Alfonsa Luis, Antonio y Rosa siempre tuvieran lo necesario.
El Sr. Luís había tenido antes otros matrimonios de los que habían nacido
Santiago y Adela. El primero salió pronto de Alcañices y volvía en pocas
ocasiones, Adela estaba casada con Tomás Figueroa “Farruco”. La casa,
como la anterior, es de Paulino.
Al fin llegamos a la última que nos
encontramos en este paseo. Hay otra antes del final pero la dejo para la
siguiente caminata. Como acredita el viejo y borroso letrero de la fachada
“CASA BARROS VINOS Y COMESTIBLES” desde siempre la casa ha
pertenecido a mi familia. (En el archivo del obispado en el 1600 hay ya inscritas gentes con el apellido Barros). En principio era de una sola planta pero la reformaron para dejarla como esta. De la fecha de la reforma tengo en mi cuerpo una marca indeleble. Iniciaba mi
segundo año de vida y cuando estaba dando guerra por la obra, cayó una viga que se llevó por
delante el recubrimiento de mi rodilla izquierda. En unos lejanos
carnavales, cuando en la Villa se hacían comparsas que entonaban coplas, cantaron
lo siguiente: El pueblo está muy sucio/ no se puede andar por él/ ya
han llegado los Barros/hasta casa de Isabel. Utilizaban la boda de mi
bisabuela Isabel Poyo con mi bisabuelo Juan Barros para criticar la condición
en la que se encontraba la Villa. De ellos pasó a mis abuelos Antonio Barros y
María Gago, luego a mis padres José y María Martín. Los
“Barricos” de toda la vida. Viví en ella con todos los mencionados.
Ahora la habita una familia rumana, de lo que estamos encantados tanto ellos
como yo.
En la casa, hasta que me fui del pueblo
hubo una tienda, pero fundamentalmente fue una taberna muy frecuentada por
los vecinos de la calle y de otras partes del pueblo. Era muy popular.
¡Anda que no serví allí yo medios cuartillos de vino!
Vista de la calle Los Labradores desde el cruce con la calle de El Hospital. (FOTOGRAFÍA: Daniel Ferreira) |
Aquí se acaba este paseo virtual. Estamos en tiempo de no salir de casa. Pero a lo mejor emprendemos otra ruta.
Saludos
Jesús Barros Martín
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